Rubén Wisotzki, El Nacional (Venezuela), 08/11/1998
La séptima edición de la Feria Internacional del Libro de Caracas es el sitio ideal para presentar diferente, a un Che Guevara disfrazado de burgués, a un Che clandestino paseándose por Europa. Los cuadernos de Praga (Editorial Atlántida) es la más reciente novela del escritor argentino, nacida a principios de esta década cuando el alcohol lo atrapó una noche en la mítica ciudad checa. No se sorprenda usted, lector, si se topa con el carismático revolucionario en forma deambulando por la Zona Rental de la Plaza Venezuela. Por el momento, El Nacional le regala esta conversación exclusiva con el novelista, hoy embajador de Argentina en Perú.
Qué fácil es reconocer a un escritor argentino. Les gusta (y a quién no) el tango. Son fácilmente seducibles ante la invitación de un café. Escriben bien (¿y qué te pensabas vos? ¿Sos boludo o te haces? ¿No estás hablando de argentinos?) Y, para remate, hablan sin prejuicio alguno (y con todos los juicios también, che), de los argentinos y del ser argentino.
La galería, en ese sentido, es extensa, extensísima. Basta con recordar a Ezequiel Martínez Estrada, Pedro Orgambide, Jorge Luis Borges, Victoria Ocampo, Adolfo Bioy Casares, Ernesto Sábato, Julio Cortázar, Tomás Eloy Martínez, entre muchos otros.
El escritor Abel Posse es uno de ellos. El que fuera ganador del Premio Rómulo Gallegos con su novela Los perros del paraíso (1983), puso el dedo en la llaga con La pasión según Eva (1995), y no contento con ello vuelve a apretar con su índice al publicar Los cuadernos de Praga, novela que revela a un Che Guevara desconocido, paseándose clandestinamente durante su estadía de cinco meses en la encantadora ciudad europea.
El café es muy importante para usted. Recordando su pasado de estudiante ha dicho que «el universo y la vida de la ciudad se iba repitiendo todas las noches en un café». ¿Qué le parece si nos tomamos un café telefónico?
Me parece muy bien. Claro que es una manera muy electrónica de tomar café. Espero que después de beberlo logremos humanizarlo un poco. O al menos lo logremos un poco más nosotros.
¿No le parece algo cómodo que usted se sume a otros autores para escribir sobre el Che?
¡Comienza algo amargo este café, eh! (Risas) Mire, los autores que escribieron sobre el Che, escribieron biografías magníficas que abarcan toda su vida exterior. Pero faltaba la novela y la poesía que es la vida interior. Faltaba, como dice Vargas Llosa, la lectura de la intimidad de la historia que sólo puede hacerla el novelista. Además, en mi condición de argentino, me pareció que quizás tenía algunas cuerdas que me llevaran a comprender a este extraordinario personaje.
¿Y con su libro alcanzó a comprender al Che?
La verdad es que es muy difícil comprender a este personaje. Sí creo que mi libro se aproxima a él, a esa extraordinaria figura que se transformó en un mito universal de rebeldía aunque haya fracasado como revolucionario.
¿Qué hubiese preferido usted: el revolucionario triunfante o el mito triunfante de rebeldía?
Ambas cosas son importantes. El triunfo de una revolución es un episodio histórico sobre el cual uno puede tomar partido en un sentido o en otro. Personalmente, creo que el camino revolucionario ya estaba superado y que el mundo debe encontrar otro camino para un objetivo parecido. El mundo no puede seguir en una sociedad sin justicia. Pero si nos referimos al tema mítico, tenemos que apuntar que hablamos de lo metafísico, de un episodio que está más allá y que nos llama ante tanta transacción pueril, la cobardía política, la mentalidad gris, mercantilista, la falta de sueños y la abundancia de mediocridad. El mito del Che es la imagen posible de que la vida puede tener una dimensión heroica. Es peligroso lo que digo, lo sé, pero lo digo en la convicción de que son los hombres apasionados los que crean la historia.
¿Por qué es peligroso decir esas cosas?
¡Imagínese! Es peligroso porque se cree que la política será sin nombres y pasiones definidas, una política de grandes maquinarias económicas y tecnológicas. Vivimos la apariencia de una democracia. Y ese es el peor fascismo y no nos damos cuenta. Hay un sentido perverso de exclusión, continuamos viviendo el imponerse los unos sobre otros…
¿Y cómo sobrevive usted en esta catástrofe?
Escribo y pienso. Y también me equivoco. Pero aún así, el escritor que soy, intenta suscitar, provocar y alentar. Yo voy a sobrevivir para escribir mi novela, voy a sobrevivir para escribir mi no, no mi sí.
Escritor disfrazado
Hace tres años le confesó a un periodista que habitaba al Che Guevara. ¿Qué es habitar al personaje de una novela?
Habitar un personaje como Guevara, como bien lo comprenderá, no es algo sencillo. El escritor siempre debe someterse a la gran figura cuando se trata de alguien histórico. Se deben comprender sus gestos, sus ideas. Hay que suspender los impulsos personales, hasta diría que hay que suspender los estilos narrativos, para que el personaje pueda vivir. El escritor de este siglo está muy tocado por un romanticismo autocrático, es una especie de pequeño dios insoportablemente creído en sí mismo. Llegar a la humildad de trabajar para que se destaque el Otro o la historia es muy difícil.
El Che se disfrazó en Praga para pasar desapercibido. ¿Tuvo usted que disfrazarse de algo para escribir este libro?
Yo siempre estoy disfrazado de algo. Como escritor ando disfrazado de diplomático y como diplomático ando disfrazado de escritor. En todo caso, todos nos disfrazamos un poco para alcanzar nuestros objetivos. Guevara vivió en Praga, durante cinco meses, en secreto. Cada mañana tardaba hora y media en disfrazarse de burgués y después salía a la calle. ¿No es algo fascinante?
En el libro cita a Bajtin quien dice: «La novela es el triunfo de la vida sobre la ideología»… _
¿Sabe por qué transcribí esa frase? Porque con ella se demuestra en qué medida la ideología es un episodio circunstancial de los hombres. Nos olvidamos de las ideologías pero, afortunadamente, quedan los hombres. Y yo, como tal, soy escritor, habito una conciencia. Por eso no me jubilo. Por eso no acepto que mi condición de escritor se tome como profesión.
¿Y cuando llega a un país, en el aeropuerto, qué coloca en el renglón dedicado a profesión?
Justamente el otro día estaba con Saramago en Madrid, invitados por la Casa de las Américas, y comentábamos que al colocar la palabra «escritor» sentíamos una responsabilidad enorme. ¡Y ni hablar de la cara que pone el funcionario del aeropuerto! ¡Hay que ver la incomodidad que se le causa! Todavía es incómodo para la sociedad el que uno sea escritor. Todavía somos algo vivos, todavía podemos causar sorpresas…
Usted se presenta como un administrador de sentimientos. ¿Qué tan bueno es administrando sentimientos?
Me presento así porque soy eso como novelista: un administrador de sentimientos. Cuánto le pongo de razón, cuánto de diálogo, cuánto de acción, cuánto de filosofía, cuánto de ficción. Pero el buen cocinero sabe que con las recetas llega un momento que hay que olvidar las cantidades y guiarse por la intuición para llegar al buen sabor.
Escribió sobre Evita y el Che. ¿Sobre quién no escribiría?
¡Qué pregunta! Siempre a uno le preguntan sobre quién quisiera escribir, no sobre quién no quisiera escribir. A ver, a ver… ¡Sobre Pinochet! Pero acepto con gusto su ayuda, ¿no tiene por ahí el nombre de algún diputado?
Una última pregunta. ¿Es verdad que fue en una noche de gran consumo etílico cuando se decidió a escribir Los cuadernos de Praga?
Sí, es verdad. Usted sabe que el alcohol puede crear grandes amores. Hay quien se casó después de una noche de alcohol. Pero mire usted lo que es la vida, del café ya pasamos al vino…