Helena Molero, El Independiente (España), 06/11/1990
«Los escritores y sus libros deben ser como los gatos, que se deslicen por todas partes sin necesidad de adiestrarlos ni de empujarlos», asegura el novelista argentino Abel Posse, que acaba de publicar en Madrid su última novela, «La reina del Plata». Editada por plaza & Janés, en el actual panorama literario latinoamericana, esta obra ha sido considerada una de las más complejas y sugestivas, donde a partes iguales conviven pensamiento y acción. Posse inició su carrera literaria en España con su novela «Los bogavantes», prohibida por la censura franquista. Ha recibido el premio Rómulo Gallegos por su libro «Los perros del paraíso» y el galardón internacional Diana por «El viajero de Agartha». La otra gran vertiente de Abel Posse es la carrera diplomática y se muestra encantado con su último destino, Praga, donde trabajará como máximo representante de la Embajada Argentina.
La actitud idónea que usted concibe para los escritores en la sociedad la compara con la de los gatos, deslizarse… cierta ambigüedad…
Al escritor no se le pueden pedir posiciones coherentes, debe permanecer en una postura de independencia y desde allí estar contra el discurso oficial y mantener una permanente capacidad de provocación; la fuerza de la literatura radica en que está en la moral, entre líricas, de la opinión pública.
¿Cuál es el sentido de su última novela «La reina del Plata»?
Me resulta imposible explicar qué quise hacer en 12 años de trabajo, aunque sí puedo decir que en la obra, donde subyace un ambiente tanguero en homenaje a Buenos Aires, juego con la noción del eterno retorno y me refiero a un futuro que recupera lo mejor del pasado. La narración se basa fundamentalmente en las relaciones que existen en un café bonaerense entre los personajes «externos» o especímenes creadores; aquellos que tienen reservas profundas sobre el «establishment», y los «internos», quienes aceptan la sociedad sin ningún tipo de resistencia u oposición.
¿Cómo son esas relaciones entre «internos» y «externos»?
Son relaciones ambivalentes porque mutuamente se desprecian y se necesitan mientras propongo una sociedad madura, aunque de forma paródica. La novela, una mezcla de ideas y de acción, alude también al eterno femenino, que es el motor último de la especie. Las mujeres están siendo recuperadas, son elementos de rasando secreto, y hoy se mueven como grandes reinas.
Múltiples fragmentaciones
Más que en capítulos; su novela aparece dividida en pequeños fragmentos… ¿Por qué esa división ?
La narración en «La reina del Plata» aparece fragmentada hasta en un centenar de pequeñas unidades en un afán por reflejar la vida urbana, «que es también un auténtico mosaico que a veces se muestra ciertamente neurótico. Otro de los pasajes describe el horror de la tortura expresado paródicamente en el lenguaje taurino.
¿Cómo se define en el actual panorama literario?
Más bien como un marginal en Argentina, pero a la vez como uno de los pocos argentinos enraizados con esa gran literatura latinoamericana. El centro de mi esfuerzo y búsqueda literaria está en esas obras construidas en torno a lo histórico, aunque no son novelas históricas, sino metahistóricas. Soy de los escritores que creen ver en la historia de América no la de un descubrimiento, sino la de un minucioso «cubrimiento», y que han sido los poetas y escritores de este último siglo quienes han redescubierto América para los americanos y quienes están reescribiendo la historia, más allá de la versión colonial, que es una historia «oficial» que ya no se sostiene. Ahora la conciencia y la reflexión sobre América pasan por la literatura. Ni nuestros filósofos ni nuestros políticos dieron con el lenguaje que América necesita. Pero los poetas sí ya están señalando el camino.
¿Cuáles son los grandes riesgos para un novelista contemporáneo?
La literatura es una carrera de riesgos. Desde los exteriores a los personales e íntimos, cono tornarse demasiado en serio o como responder frívolamente ante la importancia del arte. Es fundamental para un creador tener confianza en sí mismo. Si no cree en sí mismo, los otros tampoco creerán. Hay que estar preparados para el salto: para no huir ante el riesgo de lo nuevo, lo propio, lo original. Pienso que para esto es necesario mucho coraje y cierta desvergüenza funcional. El artista, en general, y el escritor, en particular, son los últimos samuráis: tratan de salvar valores en el incendio de la subcultura comercializada a escala global. Son la conciencia de vivir, de temer la muerte, de los dioses heridos o revelados, del dolor humano y del amor humano; en el mundo envilecido de una sociedad industrial-tecnológica que bajo la palabra progreso disimula el vacío y la estupidez.
En cuanto al panorama Cultural que aguarda a su país, Abel Posse reconoce que «la crisis socioeconómica ha creado una situación penosa y existe hambre de cultura», aunque se nuestra optimista ante el futuro, «porque la creatividad sigue viva».
«Hemos sido un país malcriado desde principios de este siglo y ahora lo estamos pagando», concluye Posse.