Pedro Pablo Guerrero, El Mercurio, 04/12/1998
«Los cuadernos de Praga» (Editorial Atlántida), la novela más reciente del escritor y diplomático argentino, recrea los seis meses de 1966 en que Ernesto «Che» Guevara vivió secretamente en la capital de Checoslovaquia, preparando su última campaña guerrillera.
Tengo una profesión del pasado: la diplomacia. Leo poesía, escribo a mano, no sé manejar un computador y ni siquiera tengo celular. Definitivamente, ¡soy un personaje del siglo XI!». Medio en serio, medio en broma, así se define Abel Posse (Córdoba, 1936), actual embajador de Argentina en Perú y autor de once novelas entre las que destaca Los perros del Paraíso, ganadora del Premio Rómulo Gallegos 1987 y traducida a dieciséis idiomas.
Romántico asumido, Posse busca a sus protagonistas en el pasado, aunque sea reciente. Desconfía del carácter masivo que adopta la literatura actual y se muestra partidario de una poética subterránea: Unamuno decía que no se debe tener más que una docena de lectores. El autor de catacumbas escribe para degustadores y hace una reconstrucción de la cultura a contracultura, como afirmaba Jünger. Subvierte la degeneración de una sociedad dominada por la técnica y desliza en sus libros filosofía, sentido de la existencia, poesía. Navega a contrapelo en la subcultura de la imagen.
Sus novelas están dedicadas a personajes de hazañas polémicas y pasiones contradictorias «Los cuadernos de Praga» parece continuar esa línea.
De alguna forma. Normalmente yo escribo sobre héroes históricos en un sentido sarcástico; es el caso de Colón o Isabel la Católica en Los perros del Paraíso, una de mis novelas más literarias. Pero este nuevo libro sigue una veta distinta. Es un homenaje al guerrero, a las vidas diferentes y al coraje. Yo soy un nostálgico de los personajes nietzscheanos. Creo que vivimos en una etapa gris y estoy indeclinablemente a favor de estos seres que nos demuestran que el hombre no está limitado a su rol de productor-consumidor y ciudadano educado. Me parece que los héroes nos recuerdan la posibilidad más alta de la condición humana.
Sin embargo, usted también explora el lado más oscuro de esa condición: el héroe en su papel de verdugo.
Guevara no era un hombre de la realidad. Suspendía la vieja experiencia cristiana de Occidente y creía que la razón iba a confortar en algo a los condenados. En la fortaleza de La Cabaña, donde sentenciaba a los torturadores y asesinos del régimen de Batista, hacía una reunión final en la que participaban el futuro ejecutado y su familia, incluyendo a los hijos, y les explicaba a todos que ese hombre debía morir porque había cometido barbaridades espantas. Los niños gritaban como marranos, era algo horrible. No era capaz de comprender que, aunque se tratara de torturadores, eran seres humanos.
Su novela muestra al Che como un lector de Nietzsche, partidario de las purgas de Stalin, escéptico de los intelectuales y obsesionado con la guerra. ¿No le parece una imagen fascista?
Fascista es una palabra que disminuye y que siempre se entiende peligrosamente. En realidad, era un guerrero. Para él eran esenciales la disciplina, el rigor con el propio cuerpo y la disponibilidad hacia la muerte en combate. En Cuba se le recuerda como un guerrillero heroico, y creo que es el título justo.
¿Cuándo decidió escribir sobre el Che?
Después de mi primera visita a Cuba. Hace diez años fui invitado por la Unión de Escritores y conversé con algunas personas que lo habían acompañado. Allá experimenté algo que no se vive en Argentina, donde lo consideramos una figura excepcional, pero no en ese plano casi religioso donde lo colocan ellos. Más tarde, cuando se publicaron las grandes biografías, me di cuenta de que tenían el detallismo de lo externo, pero les faltaba un hálito: no respondían a la pregunta de quién era realmente.
¿Su experiencia como embajador en Checoslovaquia fue determinante para averiguarlo?
Por supuesto. En 1992 me enteré de que Guevara había vivido seis meses en Praga disfrazado de burgués, caminando por las mismas callejas y cafés que yo buscaba en mis tardes de niebla, frío y aburrimiento. El había estado antes en varias misiones del gobierno cubano, porque Praga era el centro de las conexiones hacia La Habana. El año 1966, en cambio, llegó secretamente y ocupó una casa de seguridad que le arreglaron los servicios de espionaje. Vivió con dos o tres guardaespaldas que fueron también sus agentes para la red de conexiones que estaba formando en Bolivia Todos fingieron no verlo, pero el KGB, la Stasi alemana y los checos sabían perfectamente que estaba allí.
En la novela afirma que su anonimato le permitió acercarse a la gente común, desengañada profundamente del sistema.
Así es. En esos meses, Guevara entró en contacto con estudiantes checos y descubrió el socialismo en decadencia de Khruschev, que se había transformado en una mala copia de la sociedad de consumo. Evidentemente esto fue para él motivo de una gran reflexión. Vio la intimidad de un sistema político muerto, que lo decidió a seguir conspirando a solas, como un Quijote, para iniciar una gran guerra en América Latina y crear el Vietnam que movilizaría a todo el mundo comunista. Sería el supremo asalto al castillo de lo imposible. Fue sin duda la etapa más fascinante de su vida hizo viajes secretos a Pekín, se entrevistó con el espionaje alemán del Este y planificó la revolución en la revolución.
¿Cómo averiguó tantos detalles que no aparecen en las biografías?
Conocí en Praga, e incluso tuve en mi embajada a gente del régimen anterior. Estaba en la lista de lustraciones (purgas) que hizo el gobierno liberal de Havel con todas las personas que habían pertenecido a los sistemas de represión y seguridad. Trabajaban en cualquier cosa y había algunas muy interesantes.
El ex agente que usted menciona en la novela fue quien le entregó las fotocopias de los «Cuadernos de Praga» escritos por el Che?
No. Todo fue verbal. Vlásec es la síntesis de tres personajes, uno de los cuales fue chofer de la Embajada de Cuba durante veinte años.
¿Y existen los cuadernos?
Sí, pero yo no puedo decir más sobre esto, ni quiero. Es muy probable que esos manuscritos los tenga la familia del Che y sean comprometedores… Debemos recordar que Guevara mantuvo, hacia el final, cierta disidencia tanto respecto de la revolución cubana como del sistema comunista.
¿Diría que fue el instante más solitario de su vida?
Y el más decisivo. Los rusos ya lo perseguían y no le iba mejor con los chinos: Mao era frío con él, Chou en?Lai sólo le hacía promesas elegantes. Castro tampoco podía aceptar sus proposiciones, porque hubieran significado el castigo para Cuba, suspendida de la vida política desde la crisis de los misiles. No le quedó entonces más que seguir por su cuenta, sin otra ayuda que la de sus incondicionales.
¿Cómo explica el ascendiente que ejercía sobre ellos?
Tenía el poder carismático del caudillo, el mismo que tuvo Mao. La atracción de una persona que te hace la vida imposible, pero a la que debes seguir como sea. El nunca se creyó un comandante abstracto. Era un auténtico condottiero que iba siempre al frente, obligándose a dar el ejemplo. Capaz de compartir hasta el último pedazo de una barra de chocolate, pero también de matar con sus propias manos a un traidor y de imponer castigos terribles. Fue un moralista implacable, que adoctrinaba en cada segundo de su vida, hasta en las peores circunstancias. En plena campaña del Congo hacía poner un pizarrón en medio de la selva, conseguía tiza y les daba clases de materialismo dialéctico a los negros.
Del que nunca entendieron una palabra, según cuenta en la novela.
Es que era un mundo absolutamente mágico. Imagínate lo que pensó cuando un comandante de Kabila le dijo que antes de combatir, sus tropas tomaban dawe, una pócima que los hacía inmunes a la metralla. Guevara, formado en el socialismo científico, no lo podía creer. ¡Jamás aprendió la lección del Congo! En mis indagaciones privadas me costó muchísimo conocer la dimensión metafísica de su comportamiento. Yo pensé que, dada su inteligencia, en algún momento iba a pegar el salto hacia el misterio. Pero llegó hasta Nietzsche y de ahí no pasó. Alberto Granado, el amigo que lo acompañó en la gira americana, me dijo que cuando subieron a Machu Pichu, Guevara no experimentó ninguna emoción especial, lo que prueba que no era hombre de trascendencias.
¿Por formación ideológica o familiar?
Las dos cosas. Fue criado por una madre que creía en el socialismo y odiaba a los curas. Algo así como una liberal norteamericana. Cuando joven, Guevara recibió una formación marxista de oídas, típica de café argentino, aunque también fue muy amigo de una militante de la Federación Juvenil Comunista. En ese tiempo se hablaba de filosofías idealistas y realistas. Creyó en ese límite y eso le achicó el horizonte de su pensamiento. Lo más irónico es que él, que no creía en los símbolos y se consideraba un hombre de la realidad, terminó transfigurándose en el símbolo mundial de la rebeldía, un personaje casi trágico, adorado en Cuba hasta por la santería.
Usted localiza en la niñez el origen de su actitud desafiante.
Como Freud y Faulkner, yo creo que no hacemos otra cosa que repetir la infancia. A Guevara la muerte lo persiguió desde los cuatro años, cuando tuvo el primer ataque de asma y comprendió que la vida sería un accidente. Era de familia aristocrática, aunque pobre, y estaba destinado a ser el típico chico sobreprotegido que se la pasa leyendo y no puede ir todos los días al colegio, como Proust o Lezama Lima. El, en cambio, desafió a la muerte practicando deportes violentos y jugando bajo la lluvia con otros chicos. Era una actitud provocadora que aprendió de su madre, a la que siempre admiró muchísimo.
Su novela insiste en que el Che fue un lector voraz desde niño. ¿Por qué no le interesó la obra de Franz Kafka ni siquiera cuando vivió en Praga?
Porque no la comprendió. Kafka sufrió una experiencia no heroica de lo imposible y él buscaba la experiencia contraria. No podía aceptar que ambas vidas se parecían y desembocaban, finalmente, en el mismo laberinto. Kafka anticipó el sistema gris y omnipotente del que Guevara sólo pudo escapar con la muerte y que años más tarde, terminó derrumbándose bajo su propio peso. Por algo durante todo el régimen comunista Kafka estuvo prohibido: destruía el sentido positivo de la vida, que era una rígida obligación de Estado. Lo curioso es que hoy tampoco se lee mucho en Praga. Ni el propio Vaclav Havel lo quiere, porque era un judío que escribía en alemán y no forma parte de lo que ellos reconocen como literatura nacional checa.
Por la cantidad de libros publicados y los inéditos de que se tiene noticia, parece que Ernesto Guevara escribió mucho.
Todos los días. Y de todo. Incluso poemas. Muy malos, por supuesto, porque eran sentimentales. Nunca leyó bien a Rilke cuando decía que los sentimientos se tienen demasiado pronto y hay que saber olvidarlos. Pero era un buen prosista de la cotidianeidad y desarrolló un estilo propio en diarios como Los recuerdos de la vida revolucionaria, publicado en Cuba. La mujer de Jon Lee Anderson, uno de sus biógrafos más serios, me mostró además textos de un Diario filosófico en el que Guevara anotaba ideas que sacaba de sus lecturas. Fue un criptómano hasta la muerte, como lo prueba el «Diario de Nancahuazu», que el agente boliviano Arguedas mandó a Cuba junto con las manos del Che.
¿Cuáles eran sus convicciones finales frente a Fidel Castro y la revolución cubana?
Mantuvo un respeto enorme. Cuando fue Ministro de Industria comprendió que era más fácil hacer la revolución que conducir una evolución. La revolución es un episodio militar donde interviene la fiesta de la guerra. La evolución es el trabajo cotidiano para llevar a una comunidad a la sobrevivencia. Guevara fue incapaz de realizarlo, porque no tenía sentido de las proporciones ni de la realidad. Su práctica del poder era un dislate. Cuando llegó Khruschev de visita a la isla, el año 64, le pidió que instalara una acería en Cuba para producir un millón de toneladas. Imagínate, ¡con esa cantidad se podía fabricar todos los refrigeradores y autos de Estados Unidos!
Después de sus investigaciones, ¿cuál es el rasgo que más lo impresionó del Che Guevara?
Fue un anticipador. Treinta años antes de la Perestroika percibió que la voluntad de salirse del heroísmo socialista era muy grande, que los dirigentes eran unos burócratas que ya no convocaban a nadie y que la gente sólo quería el american way of life. Nosotros hemos creído siempre que la sociedad de masas provendría, como en el libro de Orwell, del comunismo. Hoy nos damos cuenta de que en todo el mundo se está produciendo un hombre inferior, erosionado y absolutamente sometido. Guevara. este personaje fuera de serie, medio loco y asaltante de lo imposible, revela por contraste, nuestra aborregada condición humana.