Avelino Stanley, Última Hora, 21/06/1998
Desde que vengo siguiendo su rastro me lo imaginaba alto, delgado y pausado; una figura cortazariana. Muchos supimos de Abel Posse por el Premio Rómulo Gallegos a finales de los 80. En Argentina, en 1995, donde también parecen existir las capillas literarias, cuando pregunté por él me respondieron con una falsedad categórica: «Está dedicado a la diplomacia».
Vino al país invitado por la Feria Internacional del Libro recién concluida. En el lobby del Hotel Santo Domingo, mientras lo esperaba, sólo atendía a esa figura alta, delgada y pausada. Por tanto, cuando cruzó alguien en bermudas, de estatura mediana y un tanto grueso, no hice caso. Buscando, me miró y preguntó en buen argentino: «¿Sos Avelino Stanley? Mi visión, obviamente, había errado.
Tras escoger el lugar para el conversatorio, previo a una caída inesperada, la grabadora no funcionaba. Posse, amablemente, tras verme sudar, me sugirió que buscara otra: «Buscate otra máquina, che, yo estaré por aquí esperándote».
Salí. Busqué en el Consejo Presidencial de Cultura. La probé dos, tres veces. Todo bien. Todo bien. Y, de nuevo, en el lobby del hotel, cuando la abrí para insertar el casete, se le desprendió la puertecita. No volví al Consejo. Volví donde un técnico. Me arregló cualquiera de las dos y volví. Sólo que esta vez, las baterías nuevas se quedaron con una de las grabadoras donde el técnico que luchó en vano porque al día siguiente me dijo que la caída fue muy estrepitosa. «No tiene arreglo», me dijo.
Encontré a Posse y a su esposa en el área de la piscina. Casi las cinco de una tarde reluciente. Le conté lo sucedido. “No puedo creerlo», me dijo asombrado.
AS: «Me imagino que tiene que ver con el tema que usted ha tocado en su novela Los perros del paraíso. Ese tema también a mí me atrae.
Abel Posse: Ah, Colón!
AS: Sí. Y creo que, definitivamente, podría comenzar la entrevista preguntándole si usted cree en las supersticiones
AP: Yo creo. Soy bastante supersticioso como la mayoría de la gente. Es la creencia más natural del hombre. No explicarse las cosas es lo mágico de los signos.
AS: Realmente me interesa tocar tres áreas específicas. La que tiene que ver con la literatura en general; algo con respecto a su novela Los perros del paraíso, y, finalmente, algunas reflexiones sobre la situación de los intelectuales en América Latina. Sobre lo primero. ¿Cómo se vincula usted con la literatura? Primero fue la literatura o primero fueron sus actividades de diplomático y después la literatura?
AP: La literatura es la expansión, es la posibilidad que nace de las sensibilidades. Eso nace desde la infancia. Yo soy escritor desde que tengo 13 ó 14 años, cuando se me ocurrió esa imagen del escritor de transmitir ideas, de crear fantasías y plasmarlas. La literatura es un don, es un llamado, es una vocación que al mismo tiempo exige de nosotros una respuesta que nos lleva toda la vida. Las profesiones son accidentales en torno a la literatura. Podemos ser cuidador de una mina de carbón como Faulkner, o diplomático como en alguna etapa de Neruda u Octavio Paz; o funcionario oscuro del correo en Alejandría como Cavafis. En todo caso, lo único importante es responder a ese don, a esa vocación que es una tarea más alta y noble porque, a fin de cuentas, en esta época de tanta tecnología y cientificidad lo que hay que decir que la literatura, el arte y la represión creedora del poeta son la última y la única ciencia de la condición humana. Es la única totalización de la condición humana en su intimidad. Creo que esto es importante. Yo nunca escribí pensando en lo importante, sino en la dimensión estética, en la voluntad de hacer un libro, en la admiración de los libros, en ese fenómeno que parece marginal en cultura tecnológica donde hemos nacido, y sin embargo, sentimos todos que es el episodio fundamental, el episodio que redime a esta sociedad, que es la sensibilidad que todavía vivimos, la sensibilidad creadora viva, pese a la enorme agresión de la subcultura mundializada.
AS: En la actualidad, ¿usted se considera un erudito o cree que es solamente un creador que toma la realidad la plasma en el papel?
AP: Mire, la formación de un escritor es un larguísimo camino a través de los libros, de las ideas de la estética. Al principio el escritor, ingenuamente, cree que su idea novelística o poética es lo importante, y no su lenguaje. Pero con los años se aprende que el lenguaje es el que encuentra las ideas y las plasma de nuevo o las viste para la lectura de nuestra época. En fin, es una larga tarea en donde lo que prevalece, en todo caso, es esa agilidad continua y secreta de querer expresarse, de pensar el mundo. Y, sobre todo, de sentir el mundo en una dimensión literaria. Desde ahí este personaje curioso, entre tantos sentidores del mundo, entre tantos hombres de sensibilidad incluyendo a los hombres de la religión y al común de los hombres sensibles, el escritor es el que está llamado a plasmar en una obra significativa ese conocimiento profundo de la condición humana.
AS: Y en ese sentido van sus escritos. Los que conocemos su obra vemos como, digamos, es una obra que no es para lectores comunes, sino para lectores de cierto nivel en adelante.
AD Claro, es donde entra lo que usted llama la erudición. La erudición es una posibilidad de algunos escritores. Dante era un poeta erudito. Quiere decir que él compone su obra con un conocimiento notable de las filosofías, de las cosmovisiones y de la poética clásica y de su tiempo. Miguel Hernández, en cambio, es un poeta espontáneo, con una erudición mínima. Lo poético no pasa precisamente por la arrasadura que tiene cada escritor para afrontar su tarea. Hay algunos que necesitan ser eruditos como Jorge Luis Borges y otros que necesitan, más bien, ser espontáneos como Dylan Thomas.
AS: Qué opina usted de la espontaneidad de autores como García Márquez. Y, por otro lado, del nivel de autores como Borges, o el mismo caso de Paz que acaba de morir. Es decir, qué tipo de autores demandamos nosotros los latinoamericanos como autores y como lectores.
AP: Es muy difícil decirlo porque la literatura es una cumbre. Y como toda cumbre está hecha por infinitas laderas. Todas convergen hacia arriba, hacia lugares importantes. Esas laderas pueden ser culteranas, intelectuales, metafísicas, como el caso de Borges, o de algunos poemas de Octavio Paz o pueden ser aparentemente espontáneas como usted citó en el caso de García Márquez donde él recoge con su lenguaje una visión nueva y muy directamente ligada a la mitología y a los sentimientos profundos de los pueblos caribeños. Así es que los caminos son múltiples y no puede haber una legislación ni una exclusión que interesa tanto, a veces, en un momento del lector. En un momento el lector, leyendo a Borges, siente el alivio de lo intelectual frente a toda esa carga emocional de la literatura tipo García Márquez o la fuerza poética tan exterior de Neruda. Y al mismo tiempo, en un determinado momento, después de leer a Rilke o de leer a Borges, usted tiene la necesidad de leer a Lezama Lima y tener la purificación del panteísmo barroco de Lezama Lima. O sea, que son caminos que todos convergen y donde las exclusiones son puramente ingenuas.
AS: Los distintos autores de todas partes siempre se han identificado con algunas manifestaciones específicas de la realidad que los circunda; tanto pude ser de lo regional como de lo mundial. En el caso suyo ¿qué aspecto particular de América Latina o del mundo usted piensa que refleja su abra?
AP: Para mí, lo principal de mi obra, que son novelas históricas como Daimón, Los perros del paraíso y El largo atardecer del caminante, lo que más me convocó es el choque de culturas, de toda esa cultura de la culpa, esa cultura europea de la tecnología y la realidad profunda de América. El choque entre el hombre americano cósmico y el hombre europeo artificial, caído ya en la hombredad. La hombredad con toda la consecuencia que va desde la tecnología humana, en sustitución de la magia, a la organización de la sociedad a través del autoritarismo y del monoteísmo. Para mí ese es el tema que me ha convocado a escribir como tema más importante, pienso yo, de mis libros, el choque de las culturas más que de la historia. Algunas veces se habló de mis libros pensando en esa dimensión de escritores históricos. Yo niego ese. He hablado de cultura más que de historia.
AS: En este momento, en este instante, en esta altura de su vida, ¿cuál es la satisfacción máxima que usted siente como autor, como novelista, y cuál es la insatisfacción que tiene aún como reto por lograr?
AP: Mi satisfacción como novelista, para mí, ha sido la mayor y más sorprendente; es muy paralela a la que vivió Borges. Borges, antes de los 60 años, nunca pensó que una obra absolutamente literaria del lenguaje podría llegar a ser recibida con tanto amor por el público más heterogéneo. En mi caso, la mayor satisfacción ha sido que unas novelas de una complejidad verbal, histórica y filosófica muy grande, como es Los perros del paraíso o Daimón; en un determinado momento esas novelas se abrieron camino, me dieron algún premio importante y fueron traducidas en unos 16 idiomas. Este episodio, para mí, es un episodio de satisfacción menor. La satisfacción mayor sería poder alcanzar a un libro que sea de esos grandes libros que uno admira en su intimidad y que tal vez siente que no se podrán escribir nunca y que parecería que si se escriben surgen más del azar, de los dioses desde el médium que es el escritor.
AS: ¿Y esta encaminado en este proyecto?
AP: Ja, ja. Proyecto sería casi una arrogancia. Yo escribo y pienso en que voy hacer una obra todavía de gran intento. No sé si puedo decir más. Pero voy a intentar lo máximo en cuanto al lenguaje en una obra que tiene que ver con Los perros del paraíso y Daimón.
AS: ¿Cómo ve usted la narrativa de América Latina de estos momentos? Una narrativa que no es post-boom porque ya ha pasado mucho más tiempo. Anoche Luis Sepúlveda la llamada La banda. «La banda que ha llegado a Europa», decía él, y a otros lugares. Cómo ve usted esa literatura en estos momentos?
AP: La literatura de América Latina es una de las literaturas más ricas. La novela, después de la novela rusa del fin de siglo, después de la novela norteamericana de preguerra y antes de la Segunda Guerra Mundial, la literatura latinoamericana ha sido la mayor aventura de integración de fantasías en poesía, en la prosa de vuelo imaginario, y de acercamiento a la realidad a través del barroco o del elipsis de la fantasía. La considero, como se considera muchas partes, la mayor literatura de este siglo. Los escritores han abierto una gran brecha; han liberado el lenguaje, han liberado la poética y han liberado, sobre todo, el espíritu imaginario de América Latina que estaba aprisionado en la imitación de los franceses o de los norteamericanos en una literatura muy menor. Se ha abierto el camino y veo que los seguidores son menores que la brecha que se ha abierto. En cuanto a lo que dice Sepúlveda, ya se lo oí. El habla con un poco de arrogancia y de resentimiento. A él le irrita un poco ver que haya escritores ahí en ese boom y no darse cuenta de que el boom estaba antes. En realidad el boom lo hizo Borges, lo hizo Neruda, lo hizo Vallejo, lo hizo Carpentier, lo hizo Lezama Lima, Guimaraes Rosa y Rulfo. El boom son ellos. Lo que pasa es que la banda, como dice Sepúlveda, (lo digo sonriendo y tomo la palabra de él) hizo una cosa buena, que fue difundir mundialmente eso, aunque no estaban ni Vargas Llosa, ni Carlos Fuentes. Porque estos son escritores que no se pueden comparar con Carpentier, con Borges ni con Lezama Lima. Evidentemente, éstos son escritores menores y exitosos. Ahora, no así García Márquez, que sí es un grande. Pero esa literatura abrió un camino; y la literatura espera sus seguidores. Tenemos la puerta abierta y una puerta abierta intimida más que una puerta cerrada. Usted que es un joven novelista yo se lo digo. La puerta abierta es peor que la puerta cerrada en la literatura. La puerta abierta es más grave que la puerta cerrada.
AS: Hay distintos círculos de intelectuales. Y en cada uno se piensa de forma distinta. Me intrigó un poco lo que dijo sobre García Márquez. No es el tipo de pregunta que prefiero hacer, pero me ha intrigado, ¿lo que usted quiere decir es que García Márquez es un autor superior a Vargas Llosa y a Carlos Fuentes?
AP: ¡Ah, pero, por supuesto! García Márquez es un grande. Porque lo que él hizo literariamente, Vargas Llosa o Carlos Fuentes no lo han hecho. Son un retroceso de la dimensión de Borges o de Lezama Lima, o de Guimaraes Rosa; han ido hacia una novela conceptual, muy francesa, una novela de episodios sociales, de relato de la realidad. O sea, Vargas Llosa es regresivo en relación a lo que hizo Lezama Lima 20 años antes que él. Por favor, que no entiendan mal porque todo lo digo desde la admiración. Los admiro, los quiero a todos y soy amigo de muchos de ellos. Lo que pasa es que, cuando se habla de literatura, tengo que dar respuestas de la dimensión de las preguntas que usted me hace dado que es usted un escritor. Y tengo que contestar con toda honestidad. Esos autores que les menciono han escrito una prosa que no alcanza el nivel de imaginación y de apertura que habían logrado los poetas y los grandes novelistas anteriores. Lo que pasa es que el verdadero boom es el proboom. El boom que se ve es como un epifenómeno comercial que nos viene muy bien, como dice Sepúlveda. Además, yo puedo hablar con libertad porque soy un escritor de minorías como quería decir Borges, siempre, de sí mismo. Me parece atroz que un libro complejo se lea mayoritariamente por un fenómeno publicitario y no por un fenómeno de comprensión.
LOS PERROS DEL PARAISO
AS: ¿Qué lo motiva a volver sobre el tema de Colón, con su novela Los perros del paraíso; un tema ya tratado por Carpentier y por otros autores? Qué le atrajo, qué vacío sintió?
AP: Los personajes no son más que pretextos y los temas no existen en la literatura. Antiguamente sobre un tema se escribían muchas obras. Más bien era una incitación. Se creía en el estilo, a mí me motivaron nuevos desafíos, el deseo de tratar este tema con un lenguaje nuevo. Aplicar un lenguaje nuevo a un tema viejo es más difícil que encandilar al lector con un tema nuevo y no tener el lenguaje suficiente. Me pareció que lo mejor era lo otro. Y después el tema, para mí tiene un valor importante porque Colón no es tema cualquiera. Es el instante del big bang que se produce en esta isla mágica. El gran big-bang del choque de dos culturas de las cuales va a nacer no solamente el mundo moderno, sino esta quiebra de esta América Latina siempre adolescente, este continente que no nace, este continente de dioses muertos que no terminan de renacer, este continente que a veces parece detenido, como se dice, en el cretinismo detenido en la etapa oral.
AS: ¿Con Los perros del paraíso siente usted alguna satisfacción en el sentido de ajuste de cuenta histórico?
AP: Sí. Me pareció, y me tengo que pluralizar con todos los escritores que hemos citado, que han rescatado la América profunda de la versión atroz que lo dejó el conquistador. Por ejemplo ese libro escrito por Oviedo, el cronista, con la versión del hombre de América, arrogante versión dada en la incomprensión absoluta. Me pareció que la novelística, una de las tareas que hace, es recomponer una imagen de la historia más real. Y eso se logró. Hoy tenemos una visión del hombre de América que fue más rescatada por novelistas que por el antropólogo académico que vivía estudiando sobre el tema de las culturas europeas. La patria de la poesía y la patria de la novela es la verdadera patria de América Latina. Es el único lugar donde nuestra forma de ser, nuestro erotismo, nuestro ritmo, nuestra angustia, nuestra forma de querer el mundo, nuestra forma de buscar a Dios o de negarlo, encontró su propio lenguaje. Ni en la filosofía, ni en las ciencias aplicadas, ni en las ciencias sociales hemos hecho alguna cosa que repetir el mundo absolutamente de imitación. Un mundo absolutamente decadente y absolutamente colonial.
AS: Haciendo un poco en abstracción a la que ha sido el premio a su novela, ¿qué concepción tiene sobre los premios a lo autores o a las obras?
AP: Hay premios que son realmente impulso. El escritor es un hombre que vive en la soledad; el escritor arriesga mucho sin recibir nada; hace una enorme inversión de su vida, de su tiempo; es una acción no económica, no comercial es una inversión espiritual enorme. Y cuando viene un premio y un reconocimiento exterior hay que aplaudirlo, hay que elogiarlo y hay que quererlo. Me parece que es muy importante. Ahora, que luego los premios se degeneren porque todo se degenera en el gran auge de lo comercial y del negocio editorial como está pasando en España con los premios, que es realmente una vergüenza. Por ejemplo, lo que acaba de pasar ahora con el Premio Alfaguara, que lo dividieron entre Sergio Ramírez y Elíseo Alberto. Todo ese tipo de cosas es vergonzosa. Forman parte del negocio, de la cuestión comercial de los libros. Pero yo, personalmente, pienso que es mejor que hayan premios, aunque sean malos, a que no los haya.
(II)
AS: Quisiera pasar ahora a lo que es la intelectualidad latinoamericana. Y nada más ideal que conversarlo con usted, que es uno de nuestros intelectuales latinoamericanos de estos momentos ¿Cómo ve usted la intelectualidad de toda nuestra región en estos momentos?
AP: Nosotros hemos sido capaces de crear un lenguaje de dimensión universal. Hemos sido mucho más audaces de lo que había pensado la Generación del `98 en España, de la cual se habla tanto en estos días. La aventura creadora en el campo de la novela en América Latina realmente ha sido un espacio extraordinario. Ese espacio se basó, más que nada, en la gran capacidad imaginativa y poética; varió, incluso, la novela; modificó el esquema de la novela francesa, y le llevó a crear una especie de novela cervantina, renacentista, poderosa. Pero en el plano del pensamiento y la filosofía estamos todavía un poco atrás. América Latina, como le dije, un continente adolescente que no supo legalizar su forma de vida, sus formas políticas económicas, y autónomas, y una total o casi total dependencia del mundo exterior como presión informativa, como moda, o como presión política directa. De manera entonces que todo está por hacer porque el continente es un continente nonato. Un continente nonato es aquel donde la vida tiene el sopor de lo que todavía no ha nacido y se destruye. Nosotros estamos, tal vez, en la posibilidad de hacerlo, de crear un mundo que sea a la imagen y semejanza de nuestro ser y de nuestro yo. Ahora vivimos un mundo que es parcialmente imagen y semejanza de nosotros.
AS: Se nos han ido muriendo los pensadores latinoamericanos, cuyas opiniones han tenido siempre mucho peso no sólo para esta región, sino para el resto del mundo. Otros, que no están muertos, están, en el sentido más respetuoso de la palabra, jubilados, callados por la edad, están en ese descanso obligatorio de la vida. Pienso en Sábato. Entonces, ¿cómo ve usted los intelectuales que han ido emergiendo después de estos otros que ya han ido desapareciendo?
AP: Cuando uno reflexiona y ve, por ejemplo, el episodio de la muerte de Octavio Paz nos indica la muerte de un momento de mucha intensidad. No sólo por los errores políticos que haya tenido Paz o no. Lo importante era la atención de ese análisis profundo de América, de nuestra cultura. Por eso creo que es un gran momento precisamente porque hay una gran ausencia. Este es el momento de que los escritores jóvenes recojan contra toda pasión, formándose al máximo, aspirando al extremo su formación cultural, las armas para expresarse. Porque son ellos los que tienen que dar el rostro definitivamente a esta América Latina que ha vivido siempre desdibujada. Esta América que no nació y que hasta ahora fue comentada por nosotros, pero parida por nosotros.
INTELECTUALES Y POLITICA
AS: ¿Qué piensa usted en torno a la visión que deben tener y propagar los intelectuales sobre la política y sobre lo profético?
AP: Este es un tema neural, muy importante. En realidad hemos vivido un tiempo cómodo porque el problema de los intelectuales durante mucho tiempo era escribirse o no escribirse. Y en algo que parecía serio y poderoso un intelectual aportaba pero no era el centro. Esto es inscribirse en un partido revolucionario o contrarrevolucionario, o liberal o comunizante. Eran las opciones que se tenían. Pero ahora es mucho más exigente, porque la dominación del mundo no tiene rojo ni necesita partido. Hay una dominación enmascarada del mundo a través de los grandes poderes económicos, científicos y tecnológicos. Y este enorme poder ya no tiene en contrapoder el partido ni opciones vistosas. El trabajo del intelectual tiene que ser para demostrar, como lo que hizo Almes Luviar, la maquinaria contracultura, desmontar todo lo que nos está pasando por el mismo camino y volverle a dar el sentido creativo a la vida. Sentido creativo en el sentido que usted pregunta. Esto es que la vida pueda tener sentido y que pueda haber una forma de vida que nos dé ganas de vivirla. Volvemos a la base primigenia de la política. La base verdadera y primera de la política es crear una vida que sea atractiva para vivir, para que una comunidad, un pueblo, un hombre puedan tener su expresión normal. Estamos en una etapa de la anormalización de la vida cuyas respuestas ya no la encuentra un partido. Se necesita más que nunca el intelectual como el hombre que quedó al margen del proceso creador de la condición humana. El último que no es esclavo es el intelectual.
AS: En ese sentido, ¿cómo ve usted el futuro inmediato de América Latina frente al resto del mundo?
AP: Este es un momento de extraordinario recondicionamiento del mundo. En 1999 nació el nuevo siglo, el siglo XXI, y teníamos que darnos cuenta los latinoamericanos que es el momento del gran viraje, tendríamos que aprovechar nuestros valores, estar conscientes de la vida que queremos vivir nosotros y no los comerciantes extranjeros, marcarnos muestro propio camino de vida y esto es más revolucionario que planear una revolución dentro del esquema económico tradicional. O sea, hoy día, definir cómo queremos vivir, prescindir de la cosa, como decía Heidegger, controlar la tecnología como etapa final del momento que vivimos; es un cara o cruz entre la tecnología y el hombre, y el retorno a la naturaleza como episodio fundamental de preservación del ámbito de nuestra vida, que es el mundo y la tierra, son los episodios fundamentales. Y ahí está entonces la convocatoria a una política que, en realidad es una metapolítica. Estamos más allá de la política que conocemos.
AS: ¿Qué piensa usted de este tratamiento que siempre nos ha dado y que nos da en este momento Estados Unidos a nosotros los Latinoamericanos?
AP: El problema de Estados Unidos es una potencia que no es creíble. No porque sea más cruel que otras propuestas imperiales. Sino porque culturalmente está por debajo de sus supuestos vasallos. El problema de Estados Unidos es un problema cultural, adquirió después de la Segunda Guerra Mundial una preeminencia extraordinaria y después del estallido del imperio soviético, la posibilidad de totalizarse sobre el mundo. Al mismo tiempo ofrece un blanco tremendo, un déficit tremendo en todo lo que sea cultural. Entonces es tan enorme la contradicción. Así como los romanos parecían inferiores a los griegos, pero sin embargo tenían ese don de la organización y del derecho romano; los norteamericanos se podría decir que son los romanos sin el derecho romano, quiere decir que los norteamericanos no merecen respeto. O sea, íntimamente, un hombre sojuzgado de un país menor de América Latina, o de África, o de Asia, no puede tomar en serio como modelo de vida lo norteamericano. Nos une como una costumbre, una desgracia, una fatalidad. Cambiará su bebida; la leche de coco por la coca-cola, cambiarán muchas cosas, pero es como dice Unamuno, se vence, pero no se convence. Lo que le pasa a Estados Unidos en esta etapa es que tiene el engreimiento de querer dar una respuesta al mundo y transformarse en juez final de todos los movimientos mundiales y nadie lo cree. No le creen los rusos, los rusos no creen que Rusia se arregle con la organización norteamericana. Entre democracia y mercado usted no se puede llegar muy lejos en Occidente y en Oriente; Oriente y Occidente han superado las probabilidades de la noción de la democracia y el mercado. Son cosas menores. Uno preferiría tener a Mao Tse Tung para transformar a China con gobierno democrático, que entregue a China a los franceses como sucedió con Afganistán. Ya nadie piensa cómo los norteamericanos piensan. Ellos han sacralizado dioses menores. Pero los dioses mayores que son la metafísica, los problemas de Dios, la grandeza del hombre que es su visión espiritual y artística, eso es ajeno a ellos. Entonces Estados Unidos nunca va a poder tocar en profundo al mundo. Podrán seguir arrastrándose en esos esfuerzos enormes a ver si uno no reconoce a Cuba, pero después se agota. Porque ellos mismos en el interior de su país no se respetan. Fíjese que Estados Unidos llega al siglo XXI casi como el último país que vive problemas raciales; llegan al siglo XXI donde el negro se siente mal, el latino se siente que forma parte de una etnia y viven entre ellos porque encuentran que tienen más valores espirituales que los que encuentra si se mezclasen, digamos con los norteamericanos pobres. Así que es muy larga la historia. Norteamérica está quebrada en lo más profundo y se considera triunfante. Y esto le pasó a España en el siglo XVIII. Estaba liquidada en medio de la historia y reconsiderada a la superpotencia.