Teresa García, La Provincia, 30/06/1992
Fugitivo de Buenos Aires aunque su patria literaria sea esta ciudad, tal como él mismo se define, Abel Posse sostiene tajante que afirmar que asistimos al fin de las ideologías es una «hipocresía y una estupidez».
Autor de La Trilogía del Descubrimiento, el escritor argentino y embajador de su país en Praga afirma que la tercera entrega de esta obra, Los heraldos negros, estará lista probablemente el próximo año. En la actualidad está dedicado casi por completo a la actividad académica generada por el Quinto Centenario y a «tratar de ir contra corriente todo lo que pueda y de decir alto en medio del silencio obstinado de la verdad universalizada».
Usted comentaba en su conferencia que actualmente se están sentando las bases para acabar con el desencuentro que ha preso las relaciones entre América Latina y España.
Bueno, hemos visto cómo España, que era un país aparentemente descalificado, en muy pocos años el poder cultural lo ubica ahora como uno de los países importantes de la Comunidad europea. Toda Iberoamérica está en movimiento, es un continente riquísimo. A pesar de que estamos unificados culturalmente, no hemos sabido durante los años de inoperancia política unir ese imperio cultural y traducirlo no en una unidad política, que sería utópico, sino en formas positivas, económicas y políticas. Recién ahora todo eso se está viviendo intensamente. Yo creo que 1992 no es un festejo, porque sería muy difícil festejar para algunos países y pueblos de América Latina, pero lo que es importante es comprender que estamos en movimiento y que 1992 tal vez sea el hito de una nueva etapa de conciencia, de supresión de nuestra autodescalificación y, sobre todo, de potenciamiento cultural en un mundo que se creyó omnipotente y que demuestra una crisis cultural muy profunda.
¿A qué se refiere cuando utiliza el término “democracia boba”?
Cuando la democracia es simplemente un sistema cultural para cambiar personalidades que no se preocupan o no defienden lo esencial de nuestras grandes ambiciones políticas, esta se transforma en un episodio formal, en una buena letra que hipócritamente oculta la mala letra del fondo. En ese sentido, yo critico a la democracia cuando es el mundo de los `logreros’, de los mediocres, el mundo de los que no imaginan y el mundo de los que carecen de heroísmo. ¿Quién dijo que la democracia no exige heroísmo y grandeza?
La democracia tal como está extendida hoy por el mundo responde precisamente a esas circunstancias que usted critica.
La democracia está en crisis. Todos los valores de la modernidad, todos los valores del mundo que se cree triunfante porque cayó el imperio soviético están en crisis. El país más crítico de este momento es Estados Unidos en ese sentido, y confío en que Europa sostenga una revisión cultural profunda y que pueda reorganizar lo que necesita ser reorganizado, porque estamos viviendo crisis enormes, que van desde la superpoblación sin destino al drama ecológico de estar acabando con la tierra.
¿Cómo se trata este fenómeno de cambio?
No sé cómo será la traducción histórica de todo esto. La palabra revolución es un episodio para los cambios, no es la esencia de los cambios. Ojalá las cosas se cambien de una forma lógica, dialogada, porque el mundo no puede seguir avanzando en esta crisis de subcultura. Ya tenemos los datos y podemos ver de nuevo lo que nos decía el Club de Roma hace 20 años, cuando hablaba de que el Mediterráneo se moría. Hemos tenido que esperar 20 años para saber que la cultura está solucionada. Hoy día hay una crisis ecológica cultural.
¿A qué cree usted que responden esas tesis que hablan del fin de las ideologías?
Yo no comparto para nada esas tesis. Es una hipocresía y una estupidez. El fin de las ideologías está ocultando la idea de que el hombre no tiene que pensar más y que hay una solución. Un señor hipócrita escribió un artículo que se transformó en best-seller y dijo que estábamos en el fin de la historia y nos hemos encontrado a cuatro meses de la edición del libro con guerras monstruosas, con el drama del Este o Irak. No se puede ser tan irresponsable. ¿Quién dijo que el hombre no puede pensar nuevas fórmulas de vida? ¿Quién dijo que no hay que pensar, y que los hombres de cultura no tienen que dirigir? ¿Son los políticos los que saben más que los hombres de cultura ¿Qué política no nació de Rousseau, los enciclopedistas o tratadistas norteamericanos del Derecho constitucional? Hemos caído en la mentira y los medios de comunicación no hacen más, quizá, que transmitir las mentiras del poder. ¡Que el periodista sea periodista y si ve algo en el Medio Oriente que no es lo que dice la CNN, que lo diga! ¡Y si hay un novelista que siente y piensa algo e imagina nuevas formas, que lo haga! Estamos en una complacencia peligrosa.
¿Qué opina del papel que están jugando ahora los intelectuales?
A los intelectuales les han pegado un empujón y se han quedado en su gueto. Los intelectuales tienen que asumir, sin el compromiso ideológico externo, lo que les corresponden. Los que sienten y piensan tienen que manifestarlo porque hay un vacío total de ideas. Hay un total desierto de creación, de ajuste de fórmulas políticas y económicas.
¿Qué fue lo que le llevó a usted a escribir la “Trilogía del Descubrimiento”?
Un escritor escribe por un impulso estético de su lenguaje, pero hay temas que navegan en su interior y que se imponen. El tema, un poco sarcástico, del análisis de la Conquista en Los perros del paraíso y en Daimón, fue un impulso para realizar un poco todos estos temas. Esos dioses muertos de América me preocupan mucho. Las civilizaciones americanas no fueron toleradas. Europa no se hizo cargo de que había civilizaciones, querían el hombre sin cualidades como diría Musil.