Luis E. Ughelli, Hoy (Paraguay), 29/05/1989
El escritor argentino Abel Posse (Premio Rómulo Gallegos 1987) estará en Asunción para la Feria del Libro de «El Lector», en cuya apertura dirá unas palabras. Profundamente comprometido con los valores de la cultura latinoamericana, Posse es un novelista que sueña con un continente fuerte, independiente y de expresiones propias. Por eso piensa que lo cultural es un factor que tiene que hacerse cada vez más sólido, para que dé lugar a modelos sociales nuevos. Esto, además de sus características de escritor y una gran sensibilidad estética, deja ver Abel Posse en la siguiente nota.
América -o más específicamente América Latina- es una preocupación constante para el escritor argentino Abel Posse, que nos visitará próximamente. Paulatinamente, su caudal creativo como novelista ha venido tomando un rumbo de integración con la cultura de nuestro continente, despojándose de ese ropaje europeo que la conquista y la afluencia inmigratoria ha dejado en el Río de la Plata.
«El hecho de ser diplomático -reflexiona Posse- me dio la posibilidad de conocer países de América, como Perú, donde viví tres años, Brasil, Venezuela… y ocurrió en mí un proceso que se completó en el Perú debido al cual yo pasé de ser un escritor exclusivamente porteño a un autor americano».
Y así, en su acogedor estudio -en un sobrio edificio de Buenos Aires- Abel Posse nos cuenta de su carrera de novelista y de sus sueños de ver una América integrada.
Abel Posse, ganador del Premio «Rómulo Gallegos» en 1987 y funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores de su país, tiene siete novelas escritas y en este momento se encuentra terminando otra que se desarrolla, centralmente, en Paraguay: «Los heraldos negros«, que completa sus dos obras anteriores «Los perros del paraíso» y «Daimón» y que se ambienta en las antiguas Misiones Jesuíticas; «de la gran aventura de los jesuitas -dice Posse- que en algún momento se deciden a fundar la ciudad de Dios en la tierra, a mí me interesó reflejar ese choque de culturas, esa mística judeo-cristiana que se enfrenta a esa mística de la tierra».
¿Por qué le interesa el tema americano?
Yo pasé mi infancia en Buenos Aires, mi formación y mi carrera de escritor se dieron en un contexto porteño. Todo ello fue muy rico en informaciones, pero alejado de América. Más tarde viviendo en el Perú se dio en mí un proceso que me acercó a América Latina, y que hasta cambió mi lenguaje literario. He ido descubriendo que tenemos una sensibilidad muy rica, formas peculiares de fantasía y hasta una peculiar aproximación erótica; un ritmo ante la vida que no corresponde exactamente a las categorías europeas.
Pero ocurre que a pesar de esa conciencia, se llega siempre a un punto en que el parámetro es Europa.
Sí, porque la esencia de nuestra cultura tiene categorías de interpretación de la realidad, y el lenguaje es europeo. Pero esto nos universaliza; no lo tenemos que ver con negación. Lo que sí es importante es que seamos leales para rescatar, como lo hizo toda literatura de estos últimos 25 ó 30 años en que eclosiona la literatura más viva del mundo. Nosotros somos protagonistas de la literatura más viva del mundo. En ningún lugar del mundo hay un movimiento de creatividad que sea a su vez estética y a su vez una interpretación profunda de un pueblo y de un continente, como se da en América Latina. Ni en España, ni en Italia, ni en Francia se puede juntar los nombres de Carpentier, Guimaraes Rosa, Roa Bastos, Rulfo, Fuentes, Borges y otros, quienes constituyen un aporte de extraordinaria importancia.
¿Y por qué esa eclosión?
Esta literatura latinoamericana surge de una quiebra de un estado de nacimiento; así como la gran literatura rusa se consolida en las últimas cuatro décadas del siglo pasado como el producto de una conciencia de quiebra de ese universo periférico a Europa que tenía que moverse hacia su propio destino.
Esa eclosión, ¿se ha dado también en otros órdenes en América Latina?
No, por ejemplo en lo económico todavía no hubo una respuesta con un modelo propio de vida. Tampoco hubo fórmulas políticas novedosas. América Latina vive en una zona de adolescencia política.
Coincido con Ud. en que América Latina está pasando por un proceso de decantación que llevará mucho tiempo aún.
Claro, y las culturas siempre fueron en la vanguardia; a pesar de ser subestimadas por los políticos. Se ha dado suma importancia, por ejemplo, a la economía que es la gran protagonista de las revoluciones socialistas y del imperialismo capitalista de Occidente, con su pragmatismo y su pensamiento eficientista; pero se subestimó el factor cultural.
Yo diría que no podemos imaginar el renacimiento del Japón sin ligarlo directamente a ese profundo sentido cultural que hace posible que el capital aplicado a la cultura dé como resultado el éxito. Y América Latina tiene una gran cultura que todavía no ha sido conjugada para el éxito. Pero esa subestimación de la cultura se niega justamente en nuestra generación. Nuestra generación sabe que somos una cultura que tiene que crear un modelo propio, contrariamente a los políticos que han sido agentes de modelos exteriores, con la mejor buena voluntad, pero nunca han creado modelos propios.
¿Piensa que nuestros políticos latinoamericanos no están suficientemente preparados, humanísticamente?
Yo he escrito recientemente unos artículos en el diario «La Nación«, que tuvieron mucha resonancia. Hablo allí de «giristocracia» o «el gobierno de los mediocres», porque creo que, incluso en democracia así como con gobiernos autoritarios, no hemos roto el círculo de ser gobernados por gente que no tenía una idea clara de nuestras riquezas y de nuestro potencial. Los gobernantes fueron siempre a «lo seguro», nunca arriesgaron. Siempre se gobernó con desconfianza en la potencialidad de los pueblos. Por suerte, parece que esta situación está retrocediendo; por ejemplo, un signo de ello es el Grupo de los Ocho. Por primera vez, ocho gobernantes de América trabajan conjuntamente sobre hechos comunes, pero tuvo que pasar mucho tiempo.
¿Se refleja toda esta situación en sus novelas?
Trato de crear una síntesis de ello y lo digo más estéticamente a través de un lenguaje subreal, un universo donde lo fantástico prevalece sobre lo real; especialmente en «Los perros del paraíso«, «Daimón» y «Los heraldos negros«.
UNA NOVELA QUE SUFRIÓ LA CENSURA
Sabemos de una novela suya que fue censurada.
Así es, se trata de «Los bogavantes«, 1968. Fue mi primera novela. Yo la escribí en Moscú y envié la obra al Premio «Planeta». Gané el premio, pero el libro se declaró impublicable en España.
¿Por qué?
Por la forma en que se habla en el libro de la revolución franquista. Además, hay escenas de la vida sexual de los personajes que hicieron que la novela no se publicase. Incluso, poco antes de la muerte de Franco, en 1974, se hizo una edición de «Planeta», pero hubo que cortarle dos páginas al libro para poder venderlo. Conste que ya había sido publicado en Buenos Aires.
¿Cómo vivió Ud. esa situación de censura?
La tomé bien. Hay escritores que se desesperan en situaciones similares, pero yo como escritor tengo mi idea: pienso que uno tiene que ser marginal e independiente ante todo sistema, para conservar la libertad expresiva. Cuando ocurrió lo de la censura yo estaba preparado, porque ya sabía que el escritor tiene que vivir un poco así. Lo ideal es que el escritor sea recibido por una sociedad libre y democrática, pero cuando ello no ocurre tiene que hacer su carrera imperturbablemente.
Finalmente, ¿qué me dice de su poesía?
Mi poesía está sumida en mi propio yo. Tengo un gran respeto por el lenguaje poético. He leído y leo todavía poesía; me parece el momento más alto de expresión literaria; el momento más alto de la conciencia del hombre. Pero yo he creado una prosa donde integro ráfagas de mi poética. Es así como me manejo actualmente. Aunque pienso que alguna vez, agotado mi ciclo de escritor en prosa, podré llegar más a la poesía, como ocurre en Oriente, donde en un momento de culminación, los samuráis se retiran a escribir poemas, porque la poesía es el lenguaje de la reflexividad profunda y el lenguaje por el cual se transmite la experiencia más intensa de la vida.