Carlos Aznárez, Caras (Tal Cual), 11/1997
El otoño convierte a Madrid en una ciudad muy especial, sobre todo si se aprovecha la caída de las hojas secas y el particular zumbido que provoca el viento entre las ramas de los árboles para caminar por el antiquísimo Madrid de los Austrias. Por esas callejuelas, casi mágicas, discurrió una extensa charla con el escritor hoy embajador argentino en la República Checa, Abel Posse, cuyo nombre ha ocupado en estos días las páginas culturales de los medios de la capital española.
No es para menos, el autor de «El largo atardecer del caminante», «La reina del Plata», «Los perros del paraíso» y el reciente «La pasión según Eva«, ha recibido un merecido homenaje al organizar el Instituto de Cooperación Iberoamericana (ICI), la Semana del Autor, dedicada precisamente al escritor y su obra.
Durante una semana, críticos de todo el mundo recorrieron incisivamente cada uno de sus éxitos y ratificaron la excelencia del contenido. Una ocasión excelente para que CARAS dialogara con Posse de su siempre inteligente visión del presente y, obviamente, de este difícil y próximo fin de siglo.
Homenajeado en España como una de las grandes plumas de Iberoamérica, ¿no le llama la atención que se lo trate con cierta indiferencia en su país?
Me he acostumbrado con el correr de los años a ser un escritor desconocido y casi llegado en la Argentina. Y lo he soportado porque tuve siempre un reconocimiento halagador tanto en España cuanto en Francia. Esta «Semana del Autor» es la cuarta vez que se hace, ya que antes fueron homenajeados Manuel Puig, Ernesto Sábato y Bioy Casares.
¿Se siente mi escritor latinoamericano en Praga, o tira más ser argentino?
Siempre más latinoamericano que argentino. Me inicié como escritor porteño, me desarrollé sobre todos los conceptos de la ciudad de Buenos Aires, Freud, Sartre, el psicoanálisis. En ese sentido nuestra capital era maravillosa para un intelectual, porque en cada café tenías que tener tu opinión, no solamente saber de marxismo, sino opinar sobre el mismo. Ese Buenos Aires fantástico me dio una base, pero al mismo tiempo un límite de lo conceptual. Después, por mi profesión, viajé mucho y ya en Perú comencé a tener como una revelación de mi ser latinoamericano, más abierto y más libre. Por eso, ahora no me identifico para nada con la literatura porteña.
¿Cuál es la satisfacción más grande que le ha dado la publicación de su última obra?
Una de ellas, que tres personas, que sabían y conocían la forma de ser, los gestos, la irreverencia, la secreta dulzura y la pasión de Eva, han considerado mi libro como la novela que querían leer.
¿Qué opina de esta nueva vuelta a la moda del «personaje Evita», las películas que ya están en marcha, y la interpretación de Madonna?
Creo que se sigue machacando sobre el mito y eso es así porque la gente necesita héroes. Vivimos en una sociedad muy gris y Evita es un símbolo del coraje femenino, de alguien que tuvo poder real. Estas películas y operetas que se nos vienen encima, finalmente contribuyen a afirmar algo que es esencialmente verdadero. Ni siquiera ese desdichado personaje que es Madonna podrá hacerle mal a Evita. Evita la va a salvar a Madonna, que tiene su imagen por el suelo.