Joaquín Arnaíz, Diario 16, 03/06/1986
El novelista Abel Posse toma un avión en Tel Aviv donde es actualmente ministro plenipotenciario de la Embajada de Argentina, Ilega a Madrid y, a las pocas horas, ya está en un curso sobre ciudades encantadas que, dirigido por Fernando Sánchez Dragó, se realiza en Cuenca. Más tarde regresa a Madrid, va a ver las corridas de San Isidro (es fiel aficionado a la fiesta. Yo mismo, sentado junto a él en los granitos de las Ventas, escucho sus expertos comentarios sobre lances y estocadas), y regresa, rápidamente, a su casa con palmeras y pista de deportes en Israel.
Aunque nacido en la ciudad argentina de Córdoba, dice que se crió “en medio de un Buenos Aires que ya no existe, maleado por los hechos políticos negativos que después sucedieron en mi país. Era de una gran inquietud cultural aquel Buenos Aires que pudo producir a Borges, Cortázar o Sábato. Fue mi secreta entrada al mundo de la cultura, a una oculta vocación literaria que ya la sentí desde los doce años. Todo lo que yo recuerdo de mi infancia son barrios de Buenos Aires”.
Después “me recibí de abogado muy joven y sentí ese deseo de huir y de buscar Europa que tienen todos los sudamericanos. Fui con una beca a Francia. Ingresé en el servicio exterior, que es una fórmula bastante útil en nuestros países para poder viajar y salvarse de una inmediatez tan conflictiva.
Viví en Rusia. Viví en Perú, donde tuve una honda vivencia de América, vivencia que pocos escritores argentinos tienen, pues suelen ser más bien urbanos, hasta llegar al extremo de Borges, que es el escritor que Europa hubiera deseado. Después viví en París, en Sevilla…”.
Le recuerdo alguna de sus cuatro novelas. Aquella América que él describe, con Lope de Aguirre y la aventura, en “Daimón”, o la Castilla, alucinada y cruel, de Isabel y Fernando, en “Los perros del paraíso”. Su primera novela, “Los bogavantes”, censurada por la España franquista, y “La boca del tigre”, premio nacional de literatura de Argentina.
“En Los bogavantes pretendía hacer un resumen de esa época de desarraigo que iba a eclosionar en el sesenta y ocho. Era el diálogo con las posibilidades de vivir. La novela la presenté al premio planeta, y Lara la llevó a consulta a Madrid. Le dijeron que no se podían publicar determinadas opiniones sobre las militares y ciertas escenas sexuales. Cuando ya se pudo editar en mil novecientos setenta y cinco, vino la orden de cortar dos páginas y hubo que imprimir dos diferentes y pegarlas en los cinco mil ejemplares de la primera edición.)
Y me habla de sus actuales proyectos, “estoy escribiendo ahora dos novelas. Una de ellas completa la trilogía del descubrimiento compuesta por Daimón y Los perros del paraíso. Se refiere a la aventura alucinada de un grupo de jesuitas que fueron a crear en la selva de Bolivia la Ciudad de Dios en la Tierra. Uno de los delirios más notables de nuestro continente fue aquel intento. Por ahora, lleva el nombre de «Los heraldos negros«, como la obra de Vallejo”.
Y, por último, hablamos de los militares en la vida política de Argentina y del continente americano: “La democracia en Argentina -afirma Abel- ha sido siempre un episodio. No ha alcanzado a crear una conducta democrática todavía. Ahora se ha empezado con el Gobierno de Alfonsín una nueva etapa que esperemos sea definitiva.”