«La palabra pública, la de los audiovisuales y la política, creímos que daba voz, pero resulta que sólo da silencio. La literatura, en cambio, es una gran internacional». Opinión de un caballero que tiene mucho trato con la política, relación visceral con la literatura y oficio internacional. Abel Pose, diplomático argentino, acaba de publicar en España su última novela, «Los demonios ocultos» (Plaza y Janés).
Posse, autor entre otras obras de «Daimón» y «Los heraldos negros», obtuvo con «Los perros del paraíso» el Premio Rómulo Gallegos, el más importante galardón hispanoamericano tras el Cervantes. Para «Los demonios ocultos» -que define como «novela de aventuras»- se ha centrado en la historia de un periodista relacionado con los nazis que buscaron refugio en la Argentina tras la Segunda Guerra Mundial, con el trasfondo del esoterismo que empapaba la ideología: la Sociedad de Thule, los simbolismos de la montaña y el centro del mundo.
«El tema principal es la búsqueda del padre, para comprobar que detrás de nosotros podemos encontrar el fascismo, porque está en nuestro pasado». Para Posse, lo más terrible del nazismo fue «que no fue casual, y sólo las casualidades son irrepetibles. El nazismo respondió a toda una gestación y una base cultural, que un Jünger, por ejemplo, comprendió muy bien en su parte pagana, al tiempo que comprendía en su monstruosidad, lo que explica su actitud ambigua frente al fenómeno». Novela con referencias históricas muy puntuales, «Los demonios ocultos» juega con la figura de Manir Bormann y canaliza la experiencia personal del autor, que en los primeros años de la postguerra mundial trabó conocimiento personal con bastantes de los nazis exiliados a Argentina huyendo de la hecatombe de su «Reich de los mil años».
Vida de cancillería
Educado y convincente, Posse proyecta una imagen de perfecto diplomático. Su oficio le ha llevado a Moscú, Venecia y Jerusalén -donde estuvo varios años-, entre otras ciudades, y no le planteó demasiados problemas ejercerlo bajo la dictadura militar. Entronca, por tanto, con una tradición de escritores -de Claudel a Durrell pasando por Foxá- que ejercieron la carrera, y para los cuales ésta fue en cierto modo una sinecura. El autor de «Daimón» no acaba de negar que lo sea para él.
«La cancillería, dice, me ha tratado muy bien siempre. Soy un analista político, con un horario no exhaustivo. La diplomacia me ha llevado a lugares donde de otro modo no hubiera vivido, me ha internacionalizado, como a Durrell o a Carpentier. Por otra parte, ¿qué es escribir? Borges decía que una especie de segregación. Y entre tener todo el tiempo para uno mismo y no tener tiempo hay una zona media, que es la ideal, y que la diplomacia permite. A mí me parece un poco impúdico ser escritor. Aunque, y esto lo dijo Durrell, cuando se alcanza un cierto rango el trabajo absorbe demasiado y hay que dejarlo».
Ese rango, para Posse, está a la vuelta de la esquina. Su próxima salida de Argentina seca como embajador. Y diplomáticamente habla de su país con vistas al futuro, el que parece representar un Carlos Menem, por ejemplo: «Argentina elige al revés siempre. Para nosotros es una pasión y una diversión. En este contexto, Menem es mucho mejor que él pero mismo de caricatura y ha sacado una bandera clásica del movimiento, la de la justicia social, que el radicalismo no ha sabido resolver políticamente. Y que si no resuelve este año le puede costar el gobierno».
Las reducciones
Entregada ya su próxima obra, especie de continuación de la anterior y también de aventuras teñidas de trasfondo cultural, «El viajero de Agartha» -«aquí es el padre quien tiene nostalgia del hijo que no pudo criar nunca. Posse concentra sus esfuerzos en «Los heraldos negros», que se pretende una magna recreación de las reducciones jesuíticas de Paraguay. «Una aventura increíble, que duró doscientos años y en el que colaboraron unos curas que querían imponer la ciudad de Dios sobre la tierra y los indios guaraníes, que simplemente creían en el paraíso sobre la tierra, y que a través de la danza buscaban el éxtasis. Me interesa el choque que representó entre unos místicos judeocristianos y otros místicos más locos todavía».