Eliseo Cardona, Nuevo Herald, 10/01/1999
El argentino Abel Posse divide su tiempo entre la diplomacia y la literatura, y a ambas profesiones responde con similar dedicación. Para este hombre de hablar pausado, poseedor de una cultura vasta, adquirida según cuenta, «en un ámbito porteño, pero también en la profundidad del universo latinoamericano», ir por la vida «jalonado por dos pasiones en apariencia enfrentadas, es el destino de una vocación humanista».
«Yo no concibo ninguna de las dos a tiempo completo», dice el autor de Los perros del paraíso (Premio Internacional Rómulo Gallegos, 1987), destacado en Lima como diplomático de su país.
«Una me permite desconectarme del ejercicio de fantasear, echar a un lado mi tendencia a la fabulación; y la otra me ofrece la oportunidad de desentenderme de los problemas del mundo. Problemas agobiantes que tensan mis sensibilidades y amenazan con destruir mi espíritu. Además, ya lo he dicho en otras ocasiones, el oficio de escritor transformado en profesión ha sido una barbaridad de este siglo. La mayoría de los escritores son seres que pueden crear con el ritmo que requiere su estética, independientemente de la profesión que tengan».
Autor de más de una docena de novelas (Los Bogavantes, La boca del tigre, Momento de morir, Daimón y Los demonios ocultos, entre otras), Posse ha trabajado para el servicio diplomático de su país en la desaparecida Unión Soviética, en Italia, Francia, Israel y la República Checa. Este último país le sirvió para ambientar su libro Los cuadernos de Praga (Atlántida), mitad novela, mitad crónica y tratado filosófico. En él narra la historia de los últimos días del comandante Che Guevara en una ciudad fantasmal, antes de marchar hacia Bolivia para emprender otra batalla, la que finalmente lo enfrentó con la muerte.
La crítica ha tratado este trabajo complejo y evocador de manera favorable, resaltando la capacidad del escritor argentino para colocar en primer plano «los aspectos humanos del personaje», si bien hay quienes también lo han criticado por pintar a un Che Guevara «despojado de ideologías, un redentor del que todos debemos llorar su muerte». «En la novela traté de rescatar varios misterios: el misterio de su coraje, el misterio de su superación, el misterio de sus convicciones. Yo creo que el Che sigue siendo un paradigma de una dimensión humana, que dejó una gran lección de coraje. Independientemente de las posiciones políticas que podamos tener usted y yo, no se puede negar que el hombre terminó por imponerse como símbolo, un símbolo que contrasta con las barbaridades que vemos ahora: una sociedad alimentada por el afán de lucro y el consumismo».
En Argentina, donde algunos insisten en descalificarlo como una figura de peso en las letras del país, se lo ha acusado de unirse a la chemanía.
No sé a qué se refieren con una figura de peso. Mire, yo no trabajo para que mi opinión o mi voz literaria tenga un peso en el ámbito literario de mi país; trabajo por el simple placer de escribir, de ver una obra literaria que sólo el tiempo dirá si tiene o no valores estéticos.
En cuanto a la moda del Che, bueno, depende de lo que se entienda por moda. Los cuadernos es un libro que venía rondándome desde hace mucho tiempo, y si ha leído usted sus páginas, se dará cuenta de que, como narrador, como fabulador, me apego a la historia, o digamos, traté de respetar la historia. Coincide el texto con las biografías que leí, aunque muchas insistan en el Che de las ideologías. En cambio, en mi libro busco al humano que hay detrás del mito. El era un hombre claro, es difícil encontrarle fisuras. No quiero ser yo quien condicione la lectura de mis posibles lectores, pero insisto en que es un ángulo diferente, y por tanto, no creo que esté sumada a ninguna moda.
¿Vivió Guevara en Praga tal como lo describe en su libro?
Diría que sí y no. El aspecto ficcional en mi novela es para darle movimiento a su estancia en Praga, desde la visión histórica de su pensamiento y conducta. Como ya le expliqué, respeté lo que la historia cuenta del Che, pero mi trabajo como novelista era ofrecer un viaje íntimo, meterme en el personaje y mostrar otros aspectos que los historiadores o los biógrafos no han sido capaces o no han querido mostrar. Lo situé en Praga, que sigue siendo una ciudad maravillosa, caminando entre las nieblas, meditando, escribiendo, recordando su infancia, su pasado y, al mismo tiempo, solucionando puntos importantísimos de su visión política. Tal vez por eso tiene el libro ese tono entre ficción e historia. Pero, nuevamente, dejemos que sean los lectores quienes pasen juicio sobre la obra.
Muchas de sus novelas trabajan con la historia como materia prima. ¿No hay detrás del novelista un historiador frustrado?
En todo caso hay un lector apasionado por la historia. Pero no, no hay un historiador frustrado. No podría ser historiador porque la literatura tiene un mayor atractivo. Creo, sin temor a equivocarme, que la literatura es la ciencia suprema de lo humano, es la reflexión interior de cada ser humano. Mire, tal vez lo que usted quiere preguntarme es por qué trabajo la historia mediante la ficción o la fábula. A ello respondo que mi formación literaria le debe mucho a ciertos modelos: Carpentier es posiblemente el que tiene una presencia. Hay otros, por supuesto, y curiosamente, son escritores latinoamericanos. En este sentido, me siento, contrario a muchos escritores porteños, más cerca de este continente que de Europa. Aquí la novela siempre ha tenido un coqueteo, cuando no una relación íntima, con la historia. En mi caso es muy evidente.