Fernando Cohen, Tribuna, 06/03/1995
La controvertida personalidad de Eva Perón, la reina de los descamisados, sigue fascinando a medio Inundo. Pero, en realidad, ¿quién fue esa mujer de origen humilde que puso nervioso a franco y supo imponerse en el ambiente machista de los años cuarenta? El escritor argentino Abel Posse responde a esta pregunta en su última novela, La pasión según Eva, que acaba de publicar Planeta. Este diplomático de carrera, que siente simpatía por el franquismo y admira el despegue económico de España, asegura que el afán de purismo de algunos jueces puede esconder un fundamentalismo del bien que poco tiene que ver con la realidad social de Occidente.
‑¿Los argentinos siguen llorando al mito’?
‑En todos los pueblos hay una política del corazón y una política de la razón. En esa política profunda del corazón, Eva está viva como una posibilidad de justicia social siempre incumplida. En ese sentido, todavía funciona el mito.
‑Cuando ya estaba enferma, Eva Perón dijo: «Argentina y yo tenemos un mismo cáncer. O lo vencemos o caeremos, juntas.» ¿No le parece una reflexión un tanto presuntuosa?
‑Cuando hablaba de Argentina se refería a la clase popular que había defendido. Aquello no tenía nada que ver con la famosa frase de Charles de Gaulle: «Yo soy Francia.» Ella se sentía ungida por el poder democrático de un pueblo que había alzado al poder a Perón. Evita identificó su enfermedad con cl enemigo, con aquellos que querían echar abajo las reformas sociales del justicialismo.
‑¿Y quienes fueron sus enemigos?
‑Los militares, la jerarquía religiosa y la oligarquía argentina. Todos rechazaron a Eva por su origen social y por su mala fama como actriz. No admitían que un general y presidente de la República estuviera casado con una mujer que no se callaba, que no se sentía culpable de su pasado. Pese a los años transcurridos desde su muerte, la oligarquía argentina aún no había perdonado.
‑Al poco tiempo de morir, su cadáver momificado viajó a Italia y España. ¿Cuál fue la razón de aquel macabro periplo?
‑Cuando los militares llegaron al poder en 1955 comprendieron que Evita era un ídolo y pensaron que debían quemar sus restos. Pero nadie se atrevía a ejecutar la orden. Entonces ocurrió que la momia comenzó a rodar de un sitio a otro. Estuvo en oficinas del servicio de información, entre cajas de aparatos de telecomunicaciones, y en el interior de un camión estacionado. Cuando el general Aramburu llegó al poder mandó que se tomaran diez cadáveres de gente desconocida y se enviaran a distintos lugares. Uno de los féretros llegó a un convento de Italia. En su interior iban los restos momificados de Evita. En 1973, el general Lanusse devolvió la momia a Perón, que en aquél entonces vivía en Madrid, en Puerta de Hierro. Finalmente, el cadáver se enterró en el cementerio de la Recoleta, el más aristocrático de Buenos Aires.
‑En su novela usted describe a Eva Perón como una feminista combativa en un país plagado de misóginos.
‑Ella facilitó el voto femenino en Iberoamérica antes que nadie y eso, sin duda, la convierte en una feminista y en una revolucionaria que se adelantó a su tiempo. Y lo consiguió porque contaba con un enorme poder. Era una mujer intuitiva que no tuvo mucha suerte con los hombres y que había acumulado un fuerte resentimiento hacia ellos. Con Perón encontró la posibilidad de transformar su resentimiento en política.
‑Parece ser que su viaje a España se convirtió en una auténtica pesadilla para los Franco.
‑Sobre todo para Evita. Ella pensaba que Franco era una idílica mezcla de Rommel y Errol Flynn. Se llevó una buena sorpresa cuando se encontró con aquel señor bajito. Al mismo tiempo. Evita tampoco imaginaba que el franquismo era lo opuesto a su reivindicación de la clase trabajadora. Por su parte, los Franco se sintieron incómodos con su discurso a favor de los descamisados.
‑¿El régimen populista de Perón podría ser calificado de fascismo heterodoxo»
‑Creo que fue otra cosa. La estructura del Estado de Perón era corporativista, pero al mismo tiempo la inspiración era sinceramente reformista. Perón trataba de reorganizar la situación social de Argentina sin llegar a una revolución del orden económico. El no creía que la lucha de clases pasaba necesariamente por la conquista de los medios de producción. Lo que sí propuso fue un férreo control estatal de las empresas.
‑¿Cómo definiría el musical de Lloyd Weber basado en la vida de Evita y en el que la comparaban con el Che Guevara`.’
‑Es una excelente pieza musical y una obra muy linda del género. Pero históricamente no tiene validez. La relación con Guevara es falsa, aunque en el fondo también es verdadera. Los dos personajes se cruzaron y tuvieron algunas afinidades. Su actitud de rebeldía, insolencia y provocación frente a la sociedad fue muy similar.
‑Madonna podría ser la protagonista de la adaptación cinematográfica de este musical. ¿Cree que la cantante americana encarnaría con dignidad ese papel?
Evita es invulnerable ante Madonna. Ella resucitará la imagen de la cantante americana, una estrella que ha caído en desgracia de una forma bastante explicable.
‑¿Está usted al tanto de la política española?
Es imposible no estarlo. Sus ecos invaden Praga, China, la India y cualquier lugar del planeta. Hace unos días llamé por teléfono a mi amigo Baltasar Garzón y le dije que tuviera cuidado, que estaba mucho en los diarios.
‑¿Cuándo se conocieron»
Hemos participado en un simposio sobre la corrupción que se ha celebrado en Buenos Aires.
‑ ¿Y qué opina usted de la corrupción?
Que está todo corrompido y que resulta un tanto chocante que a estas alturas se descubra el fenómeno. El afán de purismo puede esconder un fundamentalismo del bien que poco tiene que ver con la realidad. En una sociedad como la que vivimos, la noción de pureza que introduce el poder judicial suena muy mal.
‑Entonces, ¿Usted no es partidario de que el poder judicial entre a saco en la vida política?
No lo soy. Eso podría frenar todas las fuerzas que crean una nación. Si me permite la expresión, yo tengo una noción muy corrupta de la realidad. No creo en la santidad ni en las sociedades santas. Creo que los españoles han vivido los mejores 15 años de su historia, y se lo digo honestamente. Siempre he admirado el poder fuerte y he sentido una gran simpatía por el franquismo. Sin ser franquista, entiéndame bien. Por eso me sorprendió ver ese gran salto de modernidad y de calidad de vida que pegó España en los últimos años. Sinceramente, no he visto que las cosas se hayan hecho con moral en ningún sitio. Si fuera así tendría que estar preso todo el Senado de los Estados Unidos.
‑¿Cree que el comunismo ya no tiene futuro tras la caída de la Unión Soviética?
‑‑‑Nada sucumbe a la historia. El capitalismo se hizo en cuatro «rounds». Ni sabemos cuántos tendrá que hacer el comunismo para alcanzar a darle a la sociedad sus valores. Podemos pensar que el comunismo ha vividas un primer asalto terrorífico y brillante con un final de K.O. técnico.
‑En su novela «Los demonios ocultos» aborda el tema del nazismo. ¿Estamos asistiendo a un rebrote del nacional socialismo?
‑Ese nazismo no volverá. Pero le diré que el dominio del judeocristianismo está siendo puesto en cuestión por una vieja nostalgia pagana. Se trata de la nostalgia del cuerpos y del rescate de la naturaleza. En esa línea pagana va a haber nuevos rebrotes muy fuertes, pero no con el lenguaje que tuvo el nazismo, que fue una explosión germánica salvaje.
‑¿Cómo ve las relaciones de España con Latinoamérica?, ¿cree que la celebración del Quinto Centenario sirvió de algo?
‑Estamos viviendo el tiempo de las culturas, un fenómeno que los políticos todavía no ven. Y una de esas culturas que podrá eclosionar en una civilización propia es la nuestra, la española y la americana. Pero estamos alienados políticamente, psicológicamente y económicamente por circunstancias externas. Todo ello convierte los fastos del 92 en un símbolo carente de sentido, como una caracola vacía. Se están haciendo progresos, pero seguimos viviendo en provincias. España está excesivamente pendiente de la Unión Europea, y esto no le debería hacer olvidar que su relación natural es con Iberoamérica. Tenemos un lenguaje y una literatura comunes. Creo que no se debería dejar esa riqueza a un lado.
‑Ya que lo menciona, ¿podría develar cuáles han sido sus referentes literarios?
‑Entre otros, podría citarle a Jorge Luis Borges, José Lezama Lima y los poetas de la generación del 27. La literatura hispanoamericana que tanto de ha elogiado está absolutamente relacionada con la calidad literaria que dieron los poetas de la generación del 27. Cualquier novelista importante de Latinoamérica tiene una deuda de calidad de lenguaje con Juan Ramón Jiménez, Cernuda o Guillén.
‑Le interesa algún escritor español contemporáneo?
‑En absoluto. Creo que los dos mejores prosistas son Lezama Lima y Jorge Luis Borges. Pero mire, ya que le he dado dos nombres latinoamericanos le daré otro dos nombres españoles. En mi opinión, Camilo José Cela y Valle Inclán son dos auténticos monstruos de la literatura que ejercen un dominio total del lenguaje.