Luis Aubele, 20/05/2001
Comenzó su vida de escritor a los 10 años. Publicaba un diario de una hoja que tenía como única lectora entusiasta a su abuela, que lo compraba por cinco centavos; el precio de dos soldaditos de plomo.
A los 12, se inició como editor: escribía y encuadernaba libros de diez páginas que él mismo pegaba y cosía. Pero a los 14, cuando cursaba en el Nacional Buenos Aires, tomó dos decisiones trascendentes: ser novelista y hacerse la rata. La segunda era consecuencia de la primera, y no fue fácil (¡nunca había hecho algo semejante!), porque en el Nacional Buenos Aires eran particularmente severos con los transgresores. «Falté para ir a la biblioteca de La Prensa y conseguir material para escribir una historia que trascurría en la Antigua Roma. Nunca tuve remordimientos, sentí que era lo que tenía que hacer si quería ser novelista», confiesa Abel Posse, embajador argentino en Dinamarca, que pasó por Buenos Aires para presentar El inquietante día de la vida, su última novela.
¿Cómo nos encuentra?
Creo que no nos merecemos este destino de país triste, aplastado, dormido. No hay entusiasmo creador, solamente la sórdida situación de sobrevivir en un momento muy difícil. Pero el que quiere sobrevivir sin arriesgar, ni siquiera sobrevive. Vivimos de espaldas a la que fue tradicionalmente nuestra actitud, nuestra manera de hacer las cosas.
¿Cuál era nuestra actitud?
Esto era una tierra baldía hasta que los hombres de la Organización Nacional y el Estado fueron creando una educación, un estilo de vida.
¿Qué ocurre ahora?
Atravesamos por uno de los peores momentos de nuestra historia. No hay entusiasmo creador, de apropiación de la realidad, de poesía, de dimensión espiritual, de ser un país para el mundo. Nos hemos mercantilizado. Hemos confundido la libertad, que cuando es auténtica siempre es constructiva, con permisivismo. Por otra parte, la palabra democracia no puede servir para cubrir cualquier idiotez o cualquier corrupción.
¿Qué se puede hacer?
Refundar la Argentina. En la década del 30 éramos un éxito cultural, económico y financiero. Podemos volver a serlo, la Argentina es un país maravilloso. Cuando uno vive afuera mucho tiempo ve las cosas de otra manera. A la Argentina hay que pensarla, no soñarla; los sueños no tienen consistencia. Actualmente falta ese pensamiento creador y provocador. La provocación y el coraje están en el origen del arte, desde Nietzsche hasta Wagner y hasta Borges. Hay que comprender que la verdadera libertad es siempre constructiva.
¿Cuánto hace que reside afuera?
Cuarenta años. Estudié en Francia y después ingresé en el servicio exterior. Viví en Moscú, Venecia, París, Israel, Praga y Lima.
Habrá conocido personajes interesantísimos…
Fui amigo de Émile Cioran. Y pude conocer a Vladimir Nabokov, a Ernst Jünger, a Martín Heidegger, a Sartre. Sentía una gran admiración por muchos de ellos y conocerlos fue una alegría y una emoción muy grandes.
¿Cómo era Sartre?
Lo recuerdo en dos oportunidades. La primera en 1958 o 1959, cuando volvió de Cuba. Dio una conferencia en un edificio frente a la iglesia de St. Germain des Prés. La segunda, mucho tiempo después, en Venecia, fue pavorosa. Estaba muy deteriorado y Simone de Beauvoir, su mujer, impaciente, lo trataba como a un viejo insoportable. Sartre era un hombre indudablemente talentoso, pero no era agradable.
¿Y Heidegger?
Era notable, un gran pensador. Lo visité en su retiro. Una casita de madera que me hizo acordar a la que tenía Sarmiento en una isla del Tigre, donde todo era muy sencillo, casi primitivo.
¿Algo que recomiende?
Una aventura que disfruto cada vez que vuelvo a Buenos Aires: un viaje sentimental por la ciudad. A ratos caminando, a ratos transitando despacio con el auto, voy a determinados barrios, rincones, cafés que tienen una importancia afectiva para mí. Por supuesto, es sólo el inicio, porque en medio del peregrinaje descubrimos otras posibilidades y terminamos sentándonos en un café donde nunca estuvimos. Podemos revolver libros, diarios viejos, descubrir aromas que creíamos posibles sólo en las páginas de un libro. Conocer y dialogar con gente distinta, conectarnos con el corazón sentimental de la ciudad.