La Gaceta, 30/10/2016
Adelanto de Vivir Venecia, libro de memorias del autor que aborda sus años como cónsul argentino en la ciudad italiana. En este fragmento rescata una anécdota sobre Hemingway y reflexiones de Borges durante su estadía en Venecia
Serían las siete de la mañana. La sirena de anuncio de posibilidad de agua alta resonó antes que los despertadores. A las nueve se repitió con estridencia de ambulancia llevando un enfermo grave. Era la confirmación. El enfermo grave era Venecia. Todos los negocios se movilizan. Patrones, empleados, niños. Hay que poner todo en estantes altos (armas, dinero, máquinas fotográficas, bebés, violines, joyas, revistas pornográficas) y ajustar las compuertas de emergencia que protegen las entradas desde la calle. El agua es espíritu. Un espíritu a veces de venganza, que se filtra por todas partes. Todas las radios sintonizadas con el municipio que informa la magnitud de la creciente. El ancestral enemigo, el mar, en acción. El viejo miedo: la muerte de Venecia. Muerte por agua, del Imperio que surgió y venció en los mares.
Como no hay clases, los chicos exultan. Los desastres, incluso días de guerra, se recuerdan para siempre: la memoria de sobrevivir al peligro. La fiesta de luchar. Iván, Delia, Luca Bressin quieren ir a San Marcos. Todo el mundo en botas de goma. En la piazza frente a la basílica con su gótico bizantino, se puede apreciar la llegada del enemigo. Hay grandes charcos. El mar se filtra entre las lajas de piedra. Suavemente los espejos de agua se van uniendo. Una fuerza de titán sereno terminará cubriendo toda la extensión de la piazza. El Campanile y la basílica parecen surgir del mar y flotar. El miedo de los venecianos es por la furia del titán, como el 4 de Noviembre de 1966 cuando estuvo a punto de saltar los muros de contención de las islas exteriores del Lido. Su caballería hecha oleaje habría derribado los palacios. Fue el peor momento del siglo. ¿Lo intentará hoy?
Al volver hacia el Consulado, por el campiello de San Crisóstomo, Luca e Iván aplastan sus narices contra los cristales de la elegante zapatería de lujo. El agua cubre ya todo el piso y los zapatos flotan independizados de sus pares. Algún pequeño desagüe produce una suave corriente.
Un delicado ferragamo de seda malva oscila y se tumba, el taco delgado y altísimo es un periscopio. Sombríos, los sólidos zapatos tipo Church derivan como acorazados sin combustible. Cerca del resumidero giran y danzan un lentísimo minué. Iván y Luca ríen.
Para cruzar el patio del palazzo tuve que alzar a Iván. Sus botitas de goma estaban superadas.
Dos noches después de la llegada de Borges, el entusiasmo por conocerlo -incluso sin haberlo leído- hizo que el grupo intelectual de Venecia lo invitara a la casa de Renato Mieli, director del Corriere della Sera.
Miranda siguió con su relato sobre Hemingway en el Harry’s, tal vez creyendo que a Borges podía interesarle en algo ese famoso:
– Como les contaba, Hemingway se movía con autoridad de liberador. Ya en París se había entremezclado con el ejército americano que siguió a la toma de París por Leclerc. Sí se lo escuchaba. París había renacido por su acción militar…Ya por entonces le empezaron a tomar el pelo y se bromeaba que lo único liberado por Hemingway fue el bar del Ritz, pero que faltaban muchas botellas de Bordeaux y de champagne de La Veuve. En el Harry’s, Hemingway con su chaquetón entre militar y de cazador de patos se acomodaba en la punta del comptoir y parloteaba con el viejo Cipriani que experimentaba para él nuevas fórmulas de Martinis y Negronis. Antes del mediodía llegaba con frecuencia alguien que muchos de los presentes conocemos, y que nombraré la condesa G. -Varios hicieron gesto de comprender y Miranda reclamó-: No, no digamos nombres, no es necesario. En esa época la condesa era tan hierática como ahora. Espectacular y distante, y eso que se vestía con la conveniente discreción de posguerra. Todos dependíamos de la libreta de racionamiento, todos éramos más o menos tratados como fascistas. Yo me acuerdo: una se deslizaba contra las paredes ¡Se vivía amenazados por los fascistas travestidos de partigiani libertadores pro aliados! –Todos rieron-. Lo cierto es que Hemingway le echó el ojo a la condesa. Empezó a saludarla con su sonrisa más Colgate cuando ella entraba y G. respondía con un imperceptible gesto de distante educación. Arrigo entonces le llevaba la tartine y la copa de champagne. Y ahora viene lo que urdió Hemingway para seducirla. Consiguió de la delegación militar soviética un par de esas latas azules de medio kilo de caviar Malossol. ¿Alguien se acuerda?. La juntura de la lata estaba cubierta con un elástico ancho, invento soviético de cierre al vacío. Era la carnada más fina, aunque fuese regalada, que había usado Hemingway, famoso pescador tropical. Cipriani le dijo a la condesa que el caballero americano le había dejado ese obsequio. Como no había llegado todavía el liberador de Italia, Cipriani sacó la goma rosada que se enrolló como una liga y abrió la lata circular repleta de los preciados huevos de esturión. Lucían como municiones gris acero perfectas en su magma húmedo de mar Caspio. Entonces la condesa le dijo a Cipriani en venezian: “¿A cuánto viene el kilo de caviar?” Cipriani le dijo la cifra exorbitante en dólares. Y ella: “Caro Cipriani, téngala usted y agregue lo que corresponda en mi cuenta corriente. Le pido le agradezca al caballero americano el gesto, que aprecio, pero no deje de decirle que más allá de los cincuenta gramos el caviar pierde todo sentido y distinción”.
El relato de Miranda tuvo grandes festejos. Sintetizaba lo que sentían y sabían del personaje Hemingway. Observé que entre Ripa de Meana y su amiga Marina della Rovere se instalaba un juego de agresiones. Marina cedía al champagne que Renato se encargaba de insistir. Para disimular la tensión Ripa se dirigió al invitado de honor.
-¿Es la primera vez que está usted en Venecia, señor Borges?
-No –dijo Borges- estuve con mis padres en 1916. Entonces la vi y la admiré, hecho ineludible para cualquier persona sensata. Es difícil recordarla ahora, sin la luz de entonces. Trato de rememorar edificios, lugares, algún sonido. Pero todo está muy lejos, tal vez solo una confusión de palacios de mármol tambaleando en el limo de la laguna, flotando, perviviendo. Creo sin embargo, recordar que ya, hace más de medio siglo, la gente temía por el destino de Venecia. En suma: mis recuerdos, mi Venecia, es de color sepia, como esas fotos viejas, de 1916, ¿era 1916, digamos?
Lo miré mientras hablaba y pensé que la luz aquella le servía para reconstruir la visión de lo real que ahora no veía. Algo similar a esa luz de estrellas extinguidas hace milenios y que nos llega viajando todavía por el espacio para componer esa noche estrellada que admiramos desde nuestro jardín. Luz que llega desde la muerte de su origen. Sobrevida viajera de la luz.