Magda Resik Aguirre, La Revista del Libro Cubano, Año II, Nº 3, 1998
Viaja con su biblioteca de cinco mil libros a cualquier sitio donde resida temporalmente. Son sus más preciados tesoros. Los lleva a cuestas aún cuando semejante carga le provoca un efecto similar al de transportar «un elefante en el equipaje». Pero rodearse de esos ejemplares de letra impresa es un imperativo para encontrar el clima necesario a la hora de escribir.
Este argentino que ha moderado su acento porteño en las muchas estadías temporales fuera de su país, como embajador, dice no haber realizado estudios académicos literarios.
Basta conversar unos minutos con él para reparar en su dominio del universo de la letras hispanoamericanas.
Ensayista y crítico literario, colabora habitualmente con los diarios La Nación de Buenos Aires, y en España con El Mundo y ABC. Suele detenerse con gusto en ciertos estudios «metapolíticos», nada contemplativos de la política contemporánea. Dice formar parte del grupo de optimistas que consideran una urgencia «volver a pensar el mundo».
Abel Parentini Posse ha publicado sólo un poema, aunque escribe desde los doce años. Sin embargo, al optar por la novela no renunció a esa inevitable fusión llamada prosa poética, típica de la práctica del gran género narrativo en nuestro continente.
Los Bogavantes, su primera novela publicada en España, aunque obtuvo el premio Planeta, quedó silenciada por la censura franquista. No fue hasta 1981 que Posse recibió el reconocimiento de la crítica con Daimón, un acercamiento fabulado a la vida del tirano Lope de Aguirre.
Convencido de los vacíos de la historiografía «oficial» en este hemisferio -que deshumaniza y edulcora la realidad-, se convirtió en un apasionado de la novela histórica y biográfica, donde la ficción solicita y exige sus licencias.
Los perros del paraíso, ganadora del premio Rómulo Gallegos en 1987, lo consagró como uno de los más importantes narradores latinoamericanos. El libro, de gran audacia literaria, prefigura el pasado (la conquista y colonización española de América), con el desprejuicio imaginativo y la riqueza metafórica de la poesía. Pero sobre todo exhibe una concienzuda búsqueda, desde la perspectiva de los pobladores primigenios de este continente, de una historia mayormente contada por los desvirgadores del «Nuevo Mundo».
¿Qué le debe la literatura latinoamericana a la tradición literaria europea?
El barroquismo es un sello de la literatura latinoamericana -si es que se puede utilizar esa expresión tan cómoda, lo barroco. En el caso de Alejo Carpentier hay una influencia notable del surrealismo europeo que en su momento fue un mecanismo de apertura frente a la presión racional e ideológica, o demasiado dramática que había en la literatura. Los surrealistas impusieron esa alegría digamos del subconsciente.
«Es muy importante también la influencia francesa, desde Darío en adelante, que evidenció cómo América Latina encontraba poco en el siglo XIX español y en su lenguaje. Se buscaba una formación literaria más independiente. De Francia pasamos a todas las culturas literarias europeas. Un ejemplo clásico de eso es Lezama Lima quien logra sintetizar diversos elementos de las culturas europeas y cubanizarlos. Su personalidad es el catalizador que termina poniendo en vida propia un impulso literario nacido en otras partes.
«En mi modesto caso personal la literatura europea aportó esa noción a través de la poesía. La gran lírica alemana fue importante y esto se conecta con mi pasión latinoamericana que no se busca racionalmente, se siente. Así cómo Borges no sentía a América Latina, otros la sintieron. Unos y otros pueden crear su obra con total validez.
«América Latina me dio un impulso muy creativo, sobre todo a través de la historia y del choque de culturas, para ir escribiendo libros, novelas… que respondieran a esa fusión. Encontré ese elemento liberador y barroquista que no poseía como escritor argentino. Nosotros somos muy conceptuales; la cultura de Buenos Aires es demasiado europeísta y hay como una secreta distancia de lo latinoamericano en su sentido más libre, telúrico.
«Hay un momento en América en que la cercanía de la civilización, lo que lleva la modernidad -sean formas políticas como la democracia, sean formas culturales-, es rechazada, porque el hombre se siente parte de la naturaleza».
¿Coincide con quienes aseguran que el boom de la literatura latinoamericana es cosa superada?
El mundo es hoy un episodio comercial, industrial, de difusión publicitaria, muy notable, externo a la literatura. Imagínese que si en el boom no entran Neruda, Rulfo, Guimaraes Rosa, Borges o Carpentier, me quedo sin el boom. Salvo por García Márquez que es un enorme creador no me interesa el boom.
«El boom fue circunstancial, aunque de gran utilidad, porque difundió nuestra literatura en un mundo idiota que siempre nos consideró culturalmente de segunda.
«Desde novelas como El señor presidente y sobre todo por influjo de los poetas extraordinarios como José Martí, después César Vallejo, Pablo Neruda, Sarmiento …que trascienden la poética y llegan a lo cultural como una totalidad, la literatura latinoamericana cobró vida intensa dentro de la cultura occidental.
«La novela latinoamericana es una irrupción rarísima que establece el principio de la poesía en la prosa poética. Es el reencuentro con Cervantes; lo que no pudieron hacer españoles como Azorín o Unamuno. La idea de que la realidad es lo que se ve y la historia del personaje tiene que pasar estrictamente por la realidad, es anticervantina. Cervantes fue el gran loco, aislado como un gran gigante en medio de la cultura europea, que liberó totalmente las cosas, impuso el humor, el surrealismo, fabricó antes que nadie el realismo mágico y no cuidó el esquema narrativo.
«Ese esquema cervantino lo recoge en la literatura de occidente la literatura latinoamericana. La novela latinoamericana incorpora elementos que trascienden lo racional y conceptual, la narración psicológica, la preocupación por los seres humanos como si fueran interesantes. Y recurro a Borges que decía: Hay tanta gente en el mundo y de veras crear personajes que sean iguales a los que hay en el mundo, es el colmo.
«La literatura latinoamericana crea personajes que viven la muerte y la vida como si fueran lo mismo, que integran lo poético y lo erótico, de un modo distinto al europeo. Es una enorme reforma más allá del boom, absolutamente válida en el sentido de que recrea la libertad cervantina y restablece el principio de la imaginación, como diría Marcuse. Es un episodio de importancia extraordinaria que todavía Europa está asimilando».
¿Cómo explica esa predilección latinoamericana por la novela histórica, de la cual usted no se excluye?
Escribo novelas históricas porque busco en realidad una descripción de los conflictos culturales. Somos un continente adolescente, de excluidos, todavía poco tolerado por el universo eurocéntrico y anglosajón.
«Acá ese tipo de novela no ha resultado de la voluntad de recrear una época, como sucede con la novela histórica europea. La literatura latinoamericana tiene una visión de la historia mucho más dramática porque somos un continente quebrado. No somos del todo europeos y tampoco queremos ser del todo americanos; estamos en una etapa intermedia. La literatura entonces busca en la historia estas gratas rupturas, el choque de culturas, las raíces.
«Además nuestra historia ha estado contada por los vencedores, los curas, los conquistadores, los corregidores… que llegaron a este mundo con unas concepción y un sentido de lo religioso europeo. Todo lo que había más allá -salvo sensibilidades especiales-, no podían integrarlo. No pudieron comprender a los dioses de América, su proyección metafísica, la organización social comunista que ostentaban algunos países como Perú. No pudieron tolerar ni el mal ni el bien de América. Todo lo enterraron y demonizaron. Esta fue tierra arrasada.
«La novelística latinoamericana es el único campo donde se resarce esa tremenda injusticia o parcialidad en la visión de América. La primera versión del hombre americano tal como es, la dieron sus escritores (José María Arguedas, Asturias) quienes lo describen nuestro con su alma y sus posibilidades, ajenos al episodio pintoresco de segunda.
«América es un continente en nacimiento. Hay seres que están como ciertas amebas reproduciéndose eternamente sin crear ningún nuevo ser. Estamos esperando a que América se decida a nacer definitivamente: política y económicamente.
«Hemos sido un continente dominado y seguimos siéndolo. Los imperialismos son acá fórmulas de éxito: los dos rostros del demonio. El demonio nos muestra un rostro espantoso (ese capitalismo salvaje que corrompe todo lo que toca) y otro encantador y sonriente. Estamos ante una nueva forma de dependencia y peligro, y no tenemos energía suficiente para transformar esa cultura sólida en civilización. Esa es nuestra ruptura más visible. De manera entonces que tendemos a depender del mundo exterior. Lo aceptamos en un acto complejo de autodestrucción o por aguantarnos el cinismo de los otros que hacen su negocio, o por autodescalificación de nuestros valores».
¿No presumimos del poder de asimilarlo todo y transformarlo?
Pero eso no se transformó en poder y es lo grave. Somos un universo muy grande, importante culturalmente …tenemos una presencia internacional, pero no así el poder militar, instituciones definidas… No decimos, hay que vivir así y no como lo hacen ustedes. No supimos encontrar nuestro camino y nuestras respuestas. Y estamos en un mundo variable donde lo externo cobra una extraordinaria importancia, pero ojo, proviene de nuestra autodescalificación y falta de coraje para sintetizar en forma debida eso que sentimos emocionalmente. Se trata de una ruptura entre nuestra emoción y estilo, con la necesidad de dar una respuesta política, institucional. Todavía no imponemos a los otros cómo queremos vivir.
¿De qué manera imponernos? ¿Cómo lograr que los jóvenes escritores y artistas no repliquen esa autodescalificación cultural?
Todo artista intuye los caminos: no hay escuela. Es muy difícil prever porque el arte es justamente eso que crea individualmente una persona, una obra absolutamente solitaria, y una tarea que encuentra su camino y su sentido en las circunstancias del momento. Lo previsible es lo asimilable, lo que casi no vale.
«Goethe decía que todo artista tiene que morir como adolescente, y es una gran verdad en el sentido de que esa indefinición es lo que más facilita el trabajo del artista.
«Estamos en plena producción poética, literaria, en todo el continente latinoamericano. Es increíble la fuerza creativa los talentos jóvenes que aparecen, si usted compara con los pueblos europeos donde se produce una decadencia total. En Estados Unidos la decadencia de los escritores es lamentable, en la Europa maravillosa que podía crear a Sartre, a Camus, a los grandes novelistas como Genet, no queda nada. Es una sociedad muy agotada. América Latina aún no ingresó en el centro de la decadencia, estamos en la periferia. Tenemos todavía las posibilidades del sueño, la imaginación, y como no se trata de un mundo terminado, si tuviéramos coraje, podríamos señalar los caminos.
«Pero la política está acá muy por debajo de la cultura, muy unida a las presiones del mundo real. En cambio, la cultura tiene su libertad; se escapa y se encuentra siempre desilusionada de la política.
«La sociedad que triunfó mundialmente a través de la tecnología y con las más grandes concentraciones de capital de todos los tiempos, no produjo hombres felices. Esa infelicidad está en Europa y en el caso notable de Estados Unidos, basta pasar unos días por Los Ángeles o algunos barrios de Nueva York y Miami. América Latina está en la periferia pero es una adolescente periférica, indecisa, que no se asume. Cree que todavía debe actuar según le dicten sus padres».
¿Cómo relacionó esa realidad con la escritura de una novela cuyo eje conductor es Eva Perón?
La investigación histórica me obliga a hacer juegos con la filosofía, y a encontrar en la historia transgresiones y locuras mayores que las de la ficción. Es lo más lindo de todo: crees que vas a encontrar algo para apoyar la imaginación y te sorprende un hecho tan monstruoso o loco como la más desenfrenada ficción.
«La mezcla de ficción y realidad es bastante difícil, sobre todo en una novela histórica. Cuando hablo de Fernando de Aragón o de Colón, con cinco siglos de diferencia y episodios muy sabidos, entonces puedo ingresar elementos fantásticos, surreales, para agilizar la narración. Pero tratándose de personajes contemporáneos como Eva Perón, el escritor tiene que dar un paso atrás y suspender un poco sus juegos de estilo para dejarle el escenario al personaje.
«Se producen entonces transacciones entre la ficción y la realidad. Sin la ficción el personaje se transforma en protagonista de una biografía cualquiera, una lata. El aporte sagrado de la literatura, es almar, dar alma, insuflar vida. Son elementos que no afectan la estructura histórica. Entonces, el lector, aunque sepa que le están mintiendo en algunas cosas, acepta ese rescate en esencia de lo real. Así recibe a un ser vivo y no paralizado por la verdad histórica».
Pocas veces coinciden el don de la palabra escrita con el dominio de la moralidad. ¿Un buen instrumento en su caso?
Algunos escritores tremendamente capaces no saben hablar y otros muestran una facilidad increíble para expresarse oralmente. Sin embargo, no es ese un indicativo de buena literatura, sino del dominio de un viejo arte que llegó hasta el siglo XIX: la oratoria. Antes se enseñaba y es algo muy personal, cada vez menos común: los escritores son hoy más escritores de su escritura que de la palabra.
«Para mí ha sido un gran medio de comunicación. He hablado en muchas partes del mundo y siento un gran placer al hacerlo. Antes me frenaba cierta timidez, pero con los años, los temas que domino, como el de la literatura, han sido tan pensados que los puedo expresar en la oralidad, organizadamente, sin caer en dudas o en contradicciones».
¿Cree en el tan anunciado deceso del libro?
La palabra no puede morir y el libro es un epifenómeno de la palabra. En el origen la palabra griega, la de los grandes cantos homéricos, era verbal. Ahora la gente lee mucho más; el FAX es escritura, como mismo el universo de la computación se edifica en torno a palabras. Asimismo, si no poseemos el poder sintético previo, de sus propias palabras, de sus esquemas de interpretación, no podemos acceder a Internet.
«En cuanto al libro, decían que moriría frente al cine. En los años 30 hubo una especie de histeria porque las novelas podrían sintetizarse en cuatro imágenes. Pero ninguna novela ha sido sustituida por una película.
«El libro tiene una intensidad de diálogo solitario del lector con el autor que es imprescindible. La gente sabe que la imagen está en la acera pública, forma parte de la política, de los discursos oficiales, de la propaganda, de la seducción torpe, pero la reflexión personal de alguien que esté solo en su casa leyendo un poema o una novela, es algo que no se desecha.
«Tan es así que este es el momento en que más libros se publican en el mundo. La tecnología no los redujo, al contrario, la gente está retornando de la televisión a los libros porque encuentra en ellos un espacio más intenso. Da trabajo, es incómodo leerlos, pero todavía es imprescindible el mundo de las palabras escritas, la reflexión y el pensamiento».
¿Qué significa la escritura en su entorno más íntimo?
Escribir es toda una vida, es escribir incluso cuando no se escribe, pasarse de la mañana a la tarde pensando en el pasaje de una novela o en una idea que merece ser novelada, o lamentar no ser poeta para anotar el verso que a uno se le ocurrió.
«Escribir es ese desesperante esfuerzo por alcanzar lo que nunca se logrará: esa página de toda una obra o ese verso de toda una poética que merezca no ser olvidado por los contemporáneos, como decía Borges.
«Sin embargo, ese esfuerzo hay que desdramatizarlo, darle el espacio del juego y comprender además, que en el juego se alcanza también lo grave, como en la sonrisa y en la broma se puede alcanzar lo verdadero.
«No le puedo decir cómo es «la cocina» de un escritor porque es toda una vida y cada escritor tiene sus mañas y secretos. Es un largo aprendizaje\».
¿Cuáles son esas mañas y secretos suyos?
?Trato de escribir continuamente; es un ejercicio donde, como el pianista, se endurece la mano. Escribo a mano con lapicera: me gustan la pluma, la tinta, el papel, la intimidad del escritorio… otros escriben a máquina o en computadora. Creo en la lentitud aunque es este el siglo de la velocidad.
«El escritor tiene que ser aprofesional y si es posible ganarse la vida en cualquier campo, sin mezclar la sobrevivencia económica con la literatura, porque es un camino fatal. Los grandes momentos de la literatura se escriben en la libertad y la inocencia, y a veces en un tiempo que no corresponde al económico. En eso me ayuda extraordinariamente mi profesión de diplomático. Siempre he «abusado» a causa de esa tradición latinoamericana por la cual al escritor diplomático se le deja actuar como a un niño travieso».
¿El por qué de esa cercanía suya a Cuba?
Cuba es la capital más fuerte de nuestra literatura. En México hay hombres como Rulfo pero son otra cuerda más telúrica, más indigenista. El cubano es muy próximo al argentino que navega hacia Europa y conoce lo andaluz.
«Los más grandes maestros que me conmovieron literariamente, aparte de los líricos alemanes y Borges, son cubanos. La amistad con Severo Sarduy ha sido grande y profundísima en la modificación de mi estructura narrativa. Carpentier es decisivo en la creación de esos grandes frisos históricos y Lezama Lima la aspiración extraordinaria de la libertad absoluta del escritor.
«Una de las novelas magistrales de esta época es Los pasos perdidos, releo continuamente Paradiso como la Biblia, es mi libro de cabecera, y a donde vaya tengo un Paradiso que me alivia de todas las razones y toda la pesadez literaria: la tentación de un escritor mediocre».
¿Alternar los géneros literarios le provoca algún desajuste?
El periodismo literario que hago, con ideas de nuestro tiempo, se transforma en pequeños ensayos. Es un mundo distinto al de la novela. En cambio la poesía queda absorbida por la novelística latinoamericana automáticamente. Así le sucede a un poeta latinoamericano que escribe novelas, como es el caso de García Márquez su prosa está fuertemente tocada por lo poético.
«En la prosa tengo fugas continuas de estilo poético y no noto esa oposición de géneros; pero el ensayo sí me cuesta mucho porque se desarrolla en una dimensión expresiva totalmente distinta».
¿Las deudas que se tiene como escritor?
Por lo pronto quiero escribir algo lezamiano en torno a los jesuitas del Paraguay, y al universo judeocristiano que llegó a América, con su sentido del pecado y la culpa. Ese que se encontró aquí con dioses diferentes y la mística de los shamanes (más místicos que muchos curas). Me permitiré entonces un juego desconcertante en torno a lo religioso y lo teológico que me obliga a leer mucho, pero creo que ese va a ser mi más próximo libro. Aunque todo escritor tiene cinco o seis deudas que forcejean en su cabeza como para subir a un ómnibus.