Fermín Ramírez, Uno más Uno (México), 17/11/1989
El nombre de Abel Posse llamó la atención fuertemente en el ámbito literario internacional hace dos años, cuando obtuvo el premio Rómulo Gallegos, por su novela Los perros del paraíso, que otorga Venezuela en forma quinquenal y ha sido asignado a escritores de la talla de Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa, entre otros.
Posse nació en Córdoba, Argentina, en 1934 y realizó estudios en Buenos Aires, donde se recibió de abogado en 1958. Para entonces había publicado ya algunos cuentos y poemas en el periódico El mundo, a instancias de Conrado Nalé Roxlo y Carlos Mastronardi, quienes le vaticinaban un futuro promisorio como escritor. Al año siguiente, en 1959 viajó a Europa para realizar estudios políticos y literarios en Francia, Italia, España y Alemania.
En 1965, Abel Posse ingresó al servicio diplomático de su país ocupando puestos prominentes en las embajadas de Argentina en la Unión Soviética, Perú, Francia, Italia e Israel. En 1968, su novela Los Bogavantes fue la virtual ganadora del premio literario Planeta, pero fue prohibida por la censura española de entonces, posponiéndose su publicación hasta el año siguiente en Buenos Aires, donde fue distinguida con un premio municipal y un faja de honor concedida por la Sociedad Argentina de Escritores. Desde entonces la creación literaria de Posse ha mantenido un alto nivel.
En 1978 su novela Daimón, editada por Argos Vergara en España, mereció elogios por parte de la crítica española y francesa y fue traducida a cinco idiomas.
En Argentina la editorial Emecé le ha publicado Momento de morir (1979), Los demonios ocultos (1987) y La reina de plata (1988). En este año su novela El viajero de Agartha obtuvo el premio internacional Diana-Novedades.
Abel Posse, colaborador de sábado desde hace 10 años, se define como un escritor interesado en el rescate de «la América profunda», a partir del reencuentro con sus valores históricos y culturales, cuya preocupación es manifiesta en escritores de diversos países latinoamericanos en su inquietud por escribir novelas con carácter histórico, en las que buscan recuperar «la memoria perdida del continente».
De literatura latinoamericana y de El viajero de Agartha habló Abel Posse en entrevista exclusiva para Uno más uno, en su reciente visita a nuestro país efectuada para recibir el premio Diana-Novedades, en cuya ceremonia de entrega, expresó: «El libro es el lugar más intimo de nuestra reflexión, de nuestro dolor social. La literatura es el mecanismo más cierto, más preciso y más profundo para dar una imagen de nuestro mundo. Ni en Europa, ni en el bloque socialista, ni en Estados Unidos, hay una actividad literaria tan intensa como en Latinoamérica».
En el piso 22 de un céntrico hotel capitalino, Abel Posse se encuentra sentado junto a una ventana desde la cual la Ciudad de México semeja una maqueta de diversas formas geométricas, cubiertas por una tenue neblina matinal. Empieza la conversación.
En su opinión, ¿qué papel juega la literatura latinoamericana en la actualidad?
En nuestro universo latinoamericano es el punto de reflexión sobre nuestro ser. Es el único lugar en que aparece en forma más o menos coherente la conciencia de nuestra particularidad y de nuestro doble origen: la cultura europea y la cultura americana, mestiza.
«Más allá de la intención de Bolívar, América Latina ha vivido siempre dividida por razones exteriores y por nacionalismos nuestros. En este contexto, la cultura ha cumplido una doble función. Por un lado, unificadora, porque nos demuestra que tenemos una serie de valores comunes y un mismo sentimiento de aproximación afectiva a la vida, a la vez que una conciencia común que nos indica que no podemos ser protagonistas de modelos externos. Por otra parte, nuestra cultura tiene la función de corregir cualquier fórmula de desarrollo que venga de afuera, sea ideológica, pragmática o economicista, como las que ahora están cundiendo en todo el continente.
«La única forma de salir al paso a estas fórmulas ajenas y evitar que el negocio de la subcultura del imperialismo, las nuevas carabelas subculturales que nos asedian, haga un daño definitivo a nuestros pueblos, es incrementando la importancia de nuestros valores culturales. Todas las mañanas hay nuevas carabelas que desembarcan en nuestra América latina y nosotros estamos preocupados todavía por las que desembarcaron hace 500 años. Aunque no creo en la dimensión puramente estética de la cultura».
Dentro de esta subcultura, cuya peligrosidad advierte, se encuentra la audiovisualidad que impone la tecnología contemporánea. ¿Qué opinión le merece la función de los medios electrónicos de comunicación?
Sí. Yo le llamo electrocultura. Estamos en un shock electrosubcultural y esto es tremendo, porque así como se crearon necesidades para el consumismo, se están creando tics de sustitución de valores culturales por valores subculturales, y eso es peligrosísimo, porque lo único que da potencial a Latinoamérica es su cultura. Y México es prueba de ello. Si ha podido sobrevivir frente a la presión tremenda de un mundo que tuvo tanto éxito en los últimos 40 años en industrialización y potencial militar, como es Estados Unidos, ha sido por la conciencia de su cultura y porque, a pesar de las fricciones políticas internas, la Universidad Nacional Autónoma de México ha sido un centro de conciencia nacional muy importante.
Dijo hace un momento que no cree en la función puramente estética de la cultura, ¿eso implica el deber, en el caso especifico de los escritores, de una militancia política?
No me atrevería a decirlo así, porque si se hace a la manera de Vargas Llosa estaríamos mal. Vargas Llosa es un político más que pregona una política bastante superficial de pragmatismo, que se orienta en su país sólo en beneficio de las minorías. No es en ese sentido que el hombre de la cultura debe participar en política. Debe actuar en una forma más de fondo; creando los modelos de vida que ni siquiera hemos imaginado. Desde hace mucho importamos modelos de vida que hemos querido transplantar automáticamente a nuestra realidad, para ingresar de alguna manera en la modernidad, como sobrevivientes de las grandes mutaciones del mundo capitalista. En América Latina no hemos pensado ni cómo queremos vivir, ni quiénes somos, ni cómo podemos vivir siendo quien somos. Y este es trabajo de los filósofos.
«Y para ello, América Latina no cuenta con pensadores. Tenemos algunos atisbos, como es el caso de Leopoldo Zea, pero no tenemos una filosofía. El único pensamiento más o menos coherente en América Latina es por el lado de la religión. Esto es ceja que debe hacernos pensar.
La teología de la liberación, por ejemplo, aprovecha las fuerzas del cristianismo con un sentido político. Aunque, personalmente, no creo que la cosmovisión judeo-cristiana pueda aportar algo a América Latina. Justamente el cristianismo se salva aquí por el aporte que recibe del originario espíritu religioso americano. Y esto es evidente en el país más fascinante desde el punto de vista espiritual de toda nuestra América: Brasil, donde ese sincretismo ya no es un episodio individual, sino está conformándose como una religión nacional».
¿Considera que esta necesidad de reflexión filosófica debe expresarse en la literatura o únicamente en la actividad de los filósofos?
Pienso que el tiempo de los escritores todavía no está cumplido, pero vivió ya su mayor etapa. Los escritores legitimaron al hombre de América. Rulfo demostró que ese hombre vive en un universo metafísico en que la muerte es mucho más intensa, o tan intensa como un personaje de Dostoievski, y lo mismo hizo José María Arguedas. Neruda demostró que podemos tener un sentimiento de América, casi como el que pudo tener Goethe, ante la realidad. Esa etapa de los escritores fue la de legitimación y toma de conciencia de nuestra naturaleza. La segunda etapa tendrá que ser, necesariamente, una etapa de filósofos, de auténticos creadores, con un lenguaje propio..
«Todavía falta para llegar a eso, porque nuestros filósofos todavía escriben como si estuvieran siendo examinados en la Universidad Lovaina, para defender una tesis. Todavía hacen citas al pie de página y esas cosas. Los filósofos no han creado ni tienen la libertad para escribir, como la tuvieron García Márquez y Rulfo. Ellos legitimaron su lenguaje, lo impusieron y lo hicieron autónomo y útil para sus objetivos. Los filósofos no han creado un lenguaje propio en América Latina, donde salvo por uno o por otro pensador, como es el caso de Zea, el pensamiento está encadenado a un difícil complejo de inferioridad, con respecto al pensar académico europeo y las corrientes filosóficas europeas».
¿Qué forma de escritura sería la más adecuada para expresar esa reflexión filosófica?
Tendría que ser el ensayo; un paso intermedio entre la literatura y el texto puramente teórico. Creo que ya hay un hambre por definirnos teóricamente, pero carecemos de un pensamiento que retome nuestra idiosincrasia no legitimada. De esto, no tienen la culpa los políticos, ellos salen del paso con programas inmediatos. De pronto tratan de aplicar una política revolucionaria aunque nada tenga que ver con las masas de su país, o de pronto retoman una línea economicista, porque tienen compromisos con Estados Unidos o el Mercado Común Europeo y así van marchando. Los políticos tienen que ser corregidos desde una condición superior.
Usted habló de tiempos en la literatura latinoamericana en una forma específica, pero me gustaría saber qué piensa de ese periodo llamado boom latinoamericano.
Cuando ocurrió el boom, los grandes escritores latinoamericanos ya eran conocidos; Asturias, ya había recibido el Premio Nóbel y tenían renombre Neruda, Vallejo, Huidobro, Guimaraes Rosa, Gallegos y Carpentier. Los escritores del boom fueron herederos de esta gran tradición e hicieron un gran favor a nuestra literatura, porque lograron que saliera de un gueto y pasase a ser un fenómeno universal. De ahí que actualmente se están produciendo obras con una gran calidad.
¿Cómo interpreta la tendencia a escribir novelas con carácter histórico, relacionadas con el 12 de octubre de 1492?
Esa tendencia obedece a que estamos en países quebrados y dolidos. Un país como Estados Unidos, que tiene el mismo antecedente histórico, espera ese V Centenario sin culpas ni preocupación por haber logrado una forma de vida, más allá del juicio que se pueda hacer sobre ella, exitosa desde el punto de vista de sus valores. Los latinoamericanos estamos en una zona de quiebra, de eterna adolescencia, de continente no nacido. Nuestros países son poderosos, pero sentimos que no ocupamos en el mundo el lugar que nos corresponde y que nuestra cultura no se ha expresado en formas políticas valederas, menos aún, en el plano internacional, donde somos un mundo de segunda.
“No teniendo el éxito que tuvieron los del Norte, estamos buscando la zona de ruptura en el pasado, en nuestra historia. Carpentier no se propuso hacer una novela histórica para divertirse, como lo hizo Walter Scott al escribir sobre el pasado. Lo que hizo Carpentier es utilizar una historia con el fin de poder analizar las quiebras del presente, del mundo caído.
En este sentido también se trata de una respuesta contra ciertas celebraciones sobre el V Centenario, sobre todo en Europa.
Claro. Los españoles deberían sintonizar que nosotros somos concientes de la situación trágica y dramática que significó el descubrimiento, que yo llamé cubrimiento, de América, mientras que ellos proponen una especie de celebración puramente superficial.
En su novela El Viajero de Agartha retoma el tema histórico del nazismo y lo intercala con una gran profusión de simbolismos míticos, ¿Cuál fue la intención?
A mí me ha interesado siempre el mundo del ocultismo, lo mismo que me fascina el tema de la rebelión contra el judeocristianismo, a partir de Nietzsche y Mishima. Esta rebelión en el caso exagerado del nazismo coincidió con mis intereses.
“Por otra parte, creo que estamos viviendo un tiempo de folletín, como diría Hermann Hesse, un tiempo en que se produce un gran hambre por pisar en lo más profundo y volver a reafirmarnos en valores de fondo, recreando una imagen del hombre y la vida que sea más valedera que la que pregona la sociedad tecnológica, industrial y consumista y me inscribo con esta obra en esa preocupación. En todo caso, me propuse escribir una novela y me pareció que era suficientemente novelesco el tema del ocultismo, el elemento gnóstico y conectarlo con una expresión exagerada y casi caricaturesca del nazismo.
Al principio de esta novela, en una nota usted escribe que conoció a algunos nazis refugiados en Argentina cuando era adolescente y que a partir de ese contacto se preguntó por la convicción oculta que llevó a esos hombres a potar por la muerte, el sacrificio sangriento y la autodestrucción individual y nacional, ¿fueron esta personas su vía de acceso al mundo interior de los nazis?
Conocí a algunos nazis, incluso importantes, pero nunca en una dimensión como para saber qué pensaban y qué sentían. Vi a esos extraños seres y supuse que tenían ciertos sentimientos. Pensé que el único modo de deslizar este tema era a través de una novela de aventuras. Por otra parte, no fui cobarde al poner al personaje Walter Werner en primera persona. Escribí la novela mas o menos con el lenguaje que pudiera utilizar un oficial Nazi. Pensé que era una manera descarnada de ahondar en el nazismo, como lo hizo Dalton Trumbo en Estados Unidos, pero no hizo ningún alemán. Ni el señor Gunter Grass que grita tanto contra el nazismo, pero nunca dice lo que sintieron. Lo grande de Dosteievski es que nos hace sentir lo que siente el criminal; es infinitamente humano. Ahí está el abismo. Lo otro es el griterío aparentemente sensacionalista y los alemanes prefirieron eso.
En ningún autor alemán va a encontrar lo que sentían en un pueblito como ese, cuando llegó el Nazismo, lo que sentían los estudiantes en la universidad. Lo ocultan, porque el fenómeno está muy cerca.
A pesar de la derrota alemana en Stalingrado, los nazis consideraban que por ciertas disposiciones místicas, tendrían continuidad según la novela que escribió. Cito un fragmento de El viajero…: «Nuestros esfuerzos para imponer los poderes del fuego sobre los de la glaciación serán seguidos por otros, en un ritmo histórico distinto… Por ahora, lo más probable es que la raza blanca haya perdido su guerra en Stalingrado».
Claro. Es una sinarquía y en esta sinarquía el episodio germánico sólo fue una etapa. Ellos piensan que su ideología, que viven como una religión, va a permanecer, de la misma manera que un cristiano que moría devorado por los leones pensaba que después renacería de otra forma y que el episodio nerodiano del cristianismo del cual era víctima, no era más que una etapa.
Un elemento simbólico relevante con la figura de la svástica lo es el anillo de Gengis Khan que se menciona en la novela.
Sí, la svástica que es un símbolo solar, se encontraba efectivamente en el anillo de Gengis Khan, que fue el hombre que al lado de la jerarquía mongola taponó el ingreso del judeocristianismo en toda Asia.
«La preservación de la cultura asiática en Japón, China e India se dio porque no fueron permeables al cristianismo, auténtico mecanismo de disolución de las culturas originales. Una de las figuras relevantes de esta resistencia fue Gengis Khan, quien adoptó la religión del budismo tántrico del Tíbet. De este rechazo al judeocristianismo viene la división entre Occidente y Oriente y el panoslavismo ruso entre otras cosas, por eso el anillo de Gengis Khan y la svástica juegan con todo eso.
¿Qué tipo de investigación antecede a la novela?
Hay muchas lecturas de escritos rnarginales. Marginales porque todo es inconfesado. Los alemanes no quieren reconocer que hubo una ideología del nazismo, no quieren decir nada, sino pasarlo inadvertido y lo califican únicamente como un episodio accidental.
“Al pobre Nietzsche. por ejemplo, le endilgaron muchas desviaciones del nazismo porque Hitler y el nazismo lo admiraban y tomaban mucho de él, pero en realidad no escribió nada para que se produjera el nazismo. Ese detalle es parte de un disimulo colectivo, continuado por el pragmatismo anglosajón que tapa todo con pintura y felicidad. La mayoría de la gente dice que el nazismo fue el episodio de un loco y de un pueblo que en un momento tuvo una borrachera colectiva y se acabó. Los marxistas interpretan el fenómeno como una guerra de mercado entre ingleses y alemanes, con el apoyo de la gran burguesía alemana. Y ya. Pero nada de esto conforma lo que realmente era la liberación para una masa de gente que iba a morir a Stalingrado y si podía renacer, estaría dispuesta a morir de nuevo por la misma causa.
«Del nazismo se sigue hablando porque hay un elemento histórico fascinante en él: su estética. La misma que se expresa en las películas de Visconti, como La caída de los dioses. Yo hablé con Visconti en Venecia y comprobé que él tiene conciencia de la fascinación de la estética nazi; él, que era un hombre afiliado al partido comunista. Este es un tema muy ambiguo y peligroso, donde uno está en al filo de la navaja. Pero se trata da un acto de apropiación cultural, como decía Borges.
Usted habla de la necesidad de buscar una América profunda y retoma en su novela el tema del nazismo, que parece tan lejano a nosotros…
¿Por qué la América profunda tiene que ser folclor? Los europeos y estadounidenses hablan de América Latina, ¿por qué nosotros no podríamos hablar de ellos? Borges y Lezama Lima fueron los pioneros. La apropiación cultural de los temas universales tenemos que hacerla con pleno derecho. ¿Por qué no vamos a tener derecho de zafarnos de lo que esperan de nosotros, que siempre es una imagen folclórica? Esto lo contesto con energía y con furia.
En cuanto al ocultismo en El Viajero de Agartha, pienso que en diversos momentos se rehuye la profundización. Así es, y de eso me arrepiento. Este libro debí escribirlo con 100 páginas más y no lo hice por lo siguiente: había leído El péndulo de Foucault, de Umberto Eco, y no me gustó porque tenla una acumulación abrumadora de datos ocultistas. El ocultismo es tan fascinante como tema que nubla al novelista en su responsabilidad como tal, eso le pasó a Eco. No existe la novela, es simplemente una acumulación de datos ocultistas y a quien le interese el asunto podía haber comprado un manual o el libro de Eco. Ante ese terror rehuí el aspecto fascinante del tema y opté por la novela, ocultando una gran cantidad de datos ideológicos. Ahora me arrepiento un poco, porque pude ahondar, por ejemplo, en el aspecto del taoísmo.
¿Qué religión practica?
Personalmente tomo de todo un poco, porque tengo una religión filosófico personal y no practico ninguna específicamente: Tengo impulsos religiosos que van del taoísmo al budismo y al animismo independiente. Rechazo al judeocristianismo; no me gustan las religiones de la culpa. Y no me gusta tampoco la dominación en Occidente de los Judeocristianos.
¿El ocultismo está presente en su vida cotidiana?
No. Leo el ocultismo como un género de la literatura fantástica y porque hay en él muchas sugerencias sobre cosas conocidas, pero nada más.
Termina la conversación cuando la maqueta poliédrica que se observa desde el piso 22 es cubierta por una densa capa de smog y Abel Posse se dispone a salir rumbo a Teotihuacán, «para tener un contacto físico con lo que yo llamo la América profunda», dice y se despide.