La Nación, 13/09/1989
El panorama político mundial contemporáneo nos muestra la consolidación de nuevos espacios de poder político‑económico con características autónomas, directamente ligadas a sus culturas.
Asistimos en el último decenio a una aceleración del proceso que lleva de la bipolaridad a la multipolaridad del poder. Las superpotencias surgidas de la Segunda Guerra Mundial empiezan a declinar de su apogeo.
Los norteamericanos vencieron la dura batalla del Pacífico. Pero el dominio yanqui fue efímero: duró desde el horror de Hiroshima hasta el de su derrota en Vietnam. Hoy, el Pacifico es un universo oriental, Corea, Taiwán, entre otras, son potencias de producción y de comercio que derrotan a sus oponentes en la guerra económica del capitalismo.
China volvió a ser el Imperio Central: el eje de gravedad de un Oriente que no cree que las palabras comunismo o capitalismo sean realmente determinantes absolutas de la vicia de los pueblos. China parecería estar ejecutando un equilibrio dialéctico entre un marxismo instrumental y su tradición cultural. Su ancestral sentido práctico y su sabio rechazo de las obstinaciones metafísicas le posibilitaron no sólo pasar de la miseria a una digna pobreza general, sino también poder situarse en una sola generación entre las grandes potencias.
Los asiáticos renacieron y se impusieron de sus desastres de la mano de su vieja disciplina de sacrificio y creatividad, esto es, con el arma de sus antiguas culturas puestas en valor. Sin ese factor ancestral de disciplina y organización, los capitales invertidos en Japón no habrían germinado en la forma espectacular que conocemos.
Eclipse y resurgimiento
El otro gran espacio político que se interpone a las superpotencias es el de Europa. Dentro de pocos años nos va a parecer una curiosidad histórica que desde 1945 el núcleo de la cultura de Occidente haya estado bajo tutela, como un menor descarriado. Falta es la palabra símbolo de una especie de protectorado que duraría casi cuarenta años.
Las dos superpotencias que dominaron el mundo en estas décadas nacen y se expanden desde el pensamiento europeo (Adam Smith y Marx podrían ser nombres claves). Son subproductos triunfales de una cultura central, la weltanschauung europea.
Ambas se desarrollaron congo imperios económico‑tecnológico‑militares. Europa quedó apretarla entre las tenazas de estas superpotencias. hecho que Heidegger previó ya en 1935.
En la larga historia de Europa este episodio se recordará corno un eclipse. El centro de gravedad (te Occidente se tornó ingrávido: no tenia peso en las decisiones. ni siquiera en las que hacían a sus zonas de influencia natural, como el Mare Nostrum.
En estos últimos lustros Europa retorna a su puesto. La creación y la difícil consolidación de la Comunidad Económica Europea (CEE) son el resultado político más visible del proceso que, por cierto, incluye a los países extracomunitarios.
Este renacimiento de la vieja Ave Fénix tiene un origen preciso: la crisis de las superpotencias. Sería motivo de un largo ensayo mostrar los múltiples datos que confirman este hecho. Pero lo concreto es que tanto los Estados Unidos congo la Unión Soviética han concluido su cielo de expansión: están profundamente heridos en su centro, y esas heridas están relacionadas con desvíos culturales.
Si usamos el lenguaje de Toynbee podemos decir que en un brevisimo tiempo (históricamente hablando) las viejas culturas –Europa, China, Japón, India, el resto de Asia y el mundo musulmán (con su particularidad religiosa)‑ han empezado a devolver el impacto propinado por los dos grandes vencedores de la Segunda Guerra Mundial.
Crisis de ambas superpotencias
El economismo expansivo de los Estados Unidos padece un agudo estancamiento después de años de triunfalismo reaganeano. La economía, que parecía todopoderosa, tiene zonas de peligro. El historiador Paul Kennedy, en su libro Ascenso y cada de las grandes potencias, analizó minuciosamente los datos de una decadencia progresiva. Sólo mediante maniobras monetaristas y financieras que hacen peligrar el precario orden económico de Occidente logran disimular una real pérdida de mercados, una falta de competitividad, de potencia productiva. El resultado es una merma notable del promedio de crecimiento económico, un enorme déficit fiscal y un auge del juego financiero a costa de la sana productividad, que fue la clave de su grandeza. Pierde mercados: el de la electrónica, el del automóvil, el de la tecnología sofisticada. Es superado en inventiva, gusto, agilidad y competitividad por los orientales y los europeos.
Los sociólogos y analistas norteamericanos están hoy dedicados a estudiar esta realidad. Gran parte de ellos confirman que hay un déficit cultural comprobable en una de sus primordiales manifestaciones, la educación, con el resultado del deplorable nivel medio del homo americanus.
Muchos espacios de creatividad han vuelto a manos europeas. Equivale a decir que Occidente ha vuelto a ser eurocéntrico después del interregno de posguerra.
La crisis soviética
Por su parte, la Unión Soviética pasó de la dinámica centrífuga‑expansiva‑ideológica a un revisionismo dentro de sus fronteras. Vive algo ‑sí como la explosión ‑o implosión de una moral política comprimida desde el stalinismo. Está lanzada a un proceso de resultado imprevisible. Deberá solucionar la contradicción entre el centralismo estatista y burocrático y una productividad más liberal; deberá armonizar la realidad del Estado autoritario‑revolucionario con el reclamo de mayores libertades individuales. La política de Gorbachov conlleva el fin de la expansión del marxismo soviético y puede significar la creciente autonomía de los países de Europa oriental. (Este proceso podría, interrumpirse en la misma URSS si los Estados Unidos pretendieran sacar partido en su favor.)
El hecho es que los dos monstruos de Yalta están hoy volcados hacia adentro, hacia sus propios problemas.
Sin duda son todavía todopoderosos en el plano militar‑estratégico. Pueden generar un improbable apocalipsis nuclear. Pero su poder no sirve para imponer su voluntad política: no pudieron vencer a Khadafy, a Khomeini, a los heroicos pescadores de Vietnam o a los montañeses de Afganistán. Ni impedir la formación de nuevos polos de poder competitivo y autónomo.
Con perspectiva histórica, alejándonos de lo inmediato, vemos que las superpotencias se alzaron en la segunda mitad del siglo XX como dos enormes alas. Dos alas de cóndor que nacían de un cuerpo de gorrión: el de una Europa suspendida de su plenitud, disminuida.
Nuestra América
Hoy el factor cultural ‑subestimado por los politicólogos neopositivistas‑ ocupa un lugar central y no adjetivo: las nuevas fuerzas o polos se están plasmando en torno de la comunidad de factores raciales, religiosos y culturales.
América latina está llena de poderes materiales y humanos. Somos una feliz particularidad de raíz europea. Tenemos tina idiosincrasia, capacidad intelectual (probada en los mayores desafíos tecnológicos de nuestro tiempo) y un idioma unificador que conlleva valores y un estilo de vida y de afectividad.
Somos subdesarrollados episódicamente en lo económico, pero no aceptamos que esa noción periodística se pueda extender a otros aspectos.
Sólo en los últimos años las clases políticas de nuestra América empiezan a comprender que eran provincianas, que estaban volcadas hacia adentro.
Hoy no se puede querer y creer en nuestros países sin pensar continentalmente. Nuestra cultura ‑cuyos éxitos han sido reconocidos internacionalmente en todas las disciplinas‑ debe ir poniéndose en valor. Debe traducirse en formas políticas y económicas exitosas.
En este sentido el acuerdo de Brasil, la Argentina y Uruguay puede configurarse ya como el motor de una acción real, no declamativa.
Con una zona integrada por 200 millones de personas con inmensos recursos se puede imaginar va un polo de poder centrípeto con fuerte posibilidad de negociación, tanto para imponer respeto internacionalmente como para condicionar reivindicaciones territoriales.
Si, como parece, se define esta desprovincialización, estaríamos ante una aventura similarmente exitosa, como la que emprendió la Comunidad Europea en Roma.