Antonio Astorga, ABC, 11/08/1993
Abel Posse evoca desde la amistad al escritor exiliado cubano Severo Sarduy, a quien define como un «maestro oculto de la literatura iberoamericana», que falleció en Francia el pasado mes de junio y que recibe hoy el homenaje de los novelistas, poetas y críticos que participan en el curso de verano de la Universidad Complutense «Narrativa de dos mundos».
«Severo era un hombre que estaba contra cualquier sistema totalitario ‑señala Posse‑, no lo transformaba en valor político. El gesto que le corresponde es el de un hombre libre y creador. Tuvo la tentación de volver a Cuba, pero al mismo tiempo tenía una imposibilidad frente a los compromisos con todos sus amigos cubanos que estaban en el exterior y no se decidió nunca por viajar a Cuba».
Exilio
«Su gran nostalgia en los últimos años de su vida fue la de no poder ver Cuba de nuevo. Él vivía el Caribe de un modo absoluto y el exilio en ninguna manera afectó la fibra profundísima de su amor hacia el paisaje caribeño. Sarduy, que hacía los malabarismos literarios más osados, que estaba en relación con la escuela francesa, en ningún momento dejó de ser un cubano vinculado a su tierra. Esto tiene mucho más valor que la obscena propuesta de algunos a un escritor realista al que le obligaban a amar a su país y a su política».
Recuerda Posse cómo las imposiciones partidistas y las fidelidades abstractas obligaron a Sarduy a optar por el exilio de Cuba: «El era crítico de cine, quiso escribir libremente y tuvo un problema. Era un hombre opuesto al régimen dictatorial y se adhirió a la revolución lleno de esperanza. Pero cuando tuvo la primera dificultad en forma de obsesión del realismo socialista, obligaciones partidarias y fidelidades abstractas, Severo cortó y se fue».
El autor de obras como «Daimón», «Los perros del paraíso» o «El largo atardecer del caminante», subraya el triunfo de la política, los últimos diez años son bien significativos del triunfo de la democracia en Iberoamérica. Con España formamos un enorme e importantísimo continente cultural ».
«Vivimos en el fin de las dictaduras ‑añade Abel Posse‑. Objetivamente, hace diez o veinte años, no podíamos ni imaginar que Iberoamérica iba a ser un territorio libre de la presencia de las dictaduras. Hoy podemos proclamar que las dictaduras son como episodios en extinción. La sociedad iberoamericana es una sociedad abierta, una sociedad dispuesta al diálogo, en donde la idiosincrasia del hombre de América está consustanciada con la democracia. No podemos imaginarnos dentro un sistema autoritario geométricamente controlador del individuo, una especie de cárcel geométrica que nos conduce a un absurdo. España fue todo un ejemplo de transición pacífica y democrática: cuando recomenzó su vida en la transición se encontró con que le era natural la democracia, la gente lo siente como un hecho. No hay nostalgia de formas autoritarias».
Advierte Posse sobre el riesgo de que la crisis económica proyecte el utópico retorno del autoritarismo como un mecanismo supuestamente ordenador del caos: «Las formas autoritarias ya no se están originando en el mundo por problemas de inclinación política, represivos o falta al respeto de los otros sino por necesidades a veces económicas. La crisis está provocando una necesidad de autoritarismo y en este sentido es peligrosísimo un retorno al autoritarismo como cura inmediata, como mecanismo ordenador en una sociedad que puede estar precipitándose al caos».
Futuro
Describe Abel Posse la situación de los seres humanos en Cuba como la de un pueblo que se encuentra entre la espada y la pared, a la espera de una perspectiva de futuro que él fundamenta en el diálogo iberoamericano: «Yo tengo una gran compasión por el pueblo cubano, un pueblo extraordinario, orgulloso. No es un pueblo del que se pueda pensar que ahora tiene que hacer una revolución. Es un pueblo que está encerrado entre la espada y la pared y que debe mantenerse ordenadamente para sobrevivir esta etapa con esperanza de que va a conseguir las cosas que merece: la racionalidad política, la liberación política que les lleve a una creciente democratización para vislumbrar una salida a su opresión económica. Yo no creo de ninguna manera que el sistema de presiones intervencionista pueda servir para algo en Cuba. Sería trágico que se entienda así. La salida de Cuba tiene que ser dialogada, interna, comprendiendo todos los factores existentes y basada en Iberoamérica. No creo que pueda haber ninguna salida para Cuba que pueda ser de carácter autoritario, militar o intervencionista sin una ilusión de ese pueblo hacia una salida liberal».