Emanuel Rodríguez, La Voz del interior, Córdoba, 17/05/2006
El título del libro es soberbio: En letra grande, y su autor, Abel Posse, reconoce la intención provocadora con la que nombró a su última obra –una compilación de ensayos sobre grandes escritores la literatura universal con los que él tuvo contacto–. Para Posse se trata de “un reclamo por la letra grande en tiempos de caligrafía chica”.
“El título es perverso, –explica el autor que llega hoy a Córdoba para dar una charla en Galileo– pero creo que tenemos una caída: estamos entre escritores menores, manejados por el negocio editorial, y ejerciendo una literatura pasatista”.
El de Posse es un caso llamativo: su trilogía del descubrimiento, compuesta por tres novelas excepcionales: Los perros del paraíso, Daimón y El largo atardecer del caminante, es un paso obligado para cualquier estudiante de literatura hispanoamericana en todo el ámbito de la literatura en español, sin embargo en la Argentina, fuera del ámbito académico y de la crítica literaria, su obra no goza de una fama acorde por ejemplo al prestigio de los galardones que ha cosechado.
El escritor y diplomático de carrera –vivió en Moscú, Venecia, París, Israel, Praga, Lima, Copenhague y Madrid–, atribuye esta circunstancia a su personalidad, bastante polémica por cierto: “soy una persona muy independiente, no pertenezco a grupos, y además he pasado muchísimos años en el exterior: parezco más bien un escritor extranjero, como alguna vez me dijo un crítico”.
Posse aclara que igualmente sus libros se venden muy bien y son continuamente reeditados, y recuerda que El inquietante día de la vida, su última novela, ganó en 1992 el Premio trienal de la Academia Argentina de Letras. “Aunque –reconoce– creo que esta es una soledad que no quiero tener. Me gustaría ser un best seller”.
–Su obra tiene pocos puntos de contacto con los best seller de escritores cordobeses, a pesar de compartir lo histórico como materia…
–La novela histórica que narra un episodio que la gente no conoce o una curiosidad, es una forma muy elemental. Yo escribí sobre un choque de culturas, una cosa más profunda que la mera historia. Y además, para mí, la principal tarea de un escritor es el ejercicio de la creación de un propio lenguaje, de un lenguaje distinto. Y ese fue mi esfuerzo. Yo nunca escribí en el sentido de alimentar de forma primaria un interés sobre la historia: mi reflexión es irónica, con vetas filosóficas, con una interpretación profunda de las culturas.
–¿Cree que la Argentina es ingrata con sus escritores?
–Sí. La Argentina es un país de poetas muertos. Buenos Aires es muy ingrata con los creadores del interior del país. Centraliza la cultura y ha creado figuras con vidas trágicas: desde Alfonsina Storni hasta Héctor Murena. Buenos Aires se ha transformado en una sociedad tremendamente materialista y la literatura está muy desplazada. Los escritores son como entes marginales.
–¿Es un fenómeno exclusivamente argentino y actual?
–No. Pasa en todo el mundo. Y pasó siempre. Desde que Platón dijo que los poetas eran peligrosos. Leopoldo Lugones: es la figura máxima de la literatura argentina, y la falta de comprensión hacia su idea de grandeza de la literatura nacional es una de las cosas más curiosas de la vida literaria y cultural argentina. Lugones quería fundar poéticamente la patria, con una literatura que habla de la tierra, del clima, de los personajes del campo. Y fue el último hombre ligado a esa generación de locos que a fines del siglo 19 se le ocurrió que la Argentina podía ser una potencia mundial: hombres a los que podríamos sumar a Yrigoyen y a Perón como momentos del mismo esfuerzo por crear y definir un país grande. Pero Lugones no fue entendido, y quedó como una especie de promotor de golpes de Estado.
–¿Cree que ésta es una época de literatura menor?
–Sí, sin dudas. Sin embargo yo creo que la Argentina tiene una potencia creadora admirable y va a seguir sacando grandes hombres. Lo que pasa es que como ocurre siempre, los grandes están en las sombras.