Andrés Cáceres, Los Andes, 13/10/1996
Usted ha señalado que utiliza en sus novelas un pretexto histórico. ¿Puede ampliar esa idea?
Mis novelas históricas nacen siempre de un «leitmotiv», que es alguna circunstancia que me parezca rescatable y lo suficientemente ilustrativa del colapso de lo americano, de la cultura rota que tenemos. Y el motivo histórico que yo busqué siempre ha sido como para explicarme esa especie de big bang que nace en el momento del descubrimiento y que llega hasta nuestros días. O sea las relaciones fundamentales, que. se originan en los primeros momentos del descubrimiento y van a permanecer a lo largo de nuestra época. En ese sentido utilizo yo la noción de la historia pero lo fundamental para un escritor es siempre el estilo, su manera de manejar los personajes, su humorismo. El texto es mucho más importante que todos los pretextos.
A la hora de decidir entre fidelidad histórica y verosimilitud ¿qué elige?
A veces lo verosímil no es lo exacto. Muchas veces la verdad no pasa por lo exacto. Hay hechos cuya lectura puede ser interpretada aisladamente y que no corresponden a la realidad. En general, la historia de América se escribió a través de cronistas que veían su verdad desde una serie de conceptos europeos que les impedía comprender al hombre de América, a su mitología y su sentido de lo religioso. Creo que la gran tarea de la novelística latinoamericana fue insuflarle a la visión de la historia colonial que hemos vivido tanto tiempo, un episodio distinto, es decir, nuestra verdad, que proviene de la fantasía de la lectura verdadera de la crónica, de otra lectura de la crónica y tal vez cometiendo los mismos errores de subjetividad que los cronistas.
¿Usted cree que por lo menos en algunos autores podemos confiar en lo que cuentan como realidad histórica en sus novelas?
La realidad de una novela no pasa por la verosimilitud histórica sino por la resultante final de acercarse, más allá de lo exacto, a lo verdadero, a lo que ocurrió realmente. La función entonces de la novelística es elíptica. No se pliega a la verdad historiográfica y utiliza los hechos de una lectura nueva para rescatar una verdad emocional, una verdad estética distinta.
¿Cómo surgen sus novelas? ¿Corrige mucho, investiga, se asesora?
Para poder utilizar la historia, en primer lugar, hay que conocerla. Durante varios años, antes de escribir un libro, hago un trabajo de investigación bastante minucioso y ahondando en el anecdotario de la vida real uno encuentra episodios más novelescos que los que puede imaginar. La vida misma y sobre todo el descubrimiento y la conquista de América tienen elementos de por sí asombrosos, descomunales, absolutamente exóticos, que basta con aunarlos para tener una visión novelesca.
Usted se define como escritor latinoamericano. ¿Cuáles son los elementos que identifican a un escritor latinoamericano?
Un escritor latinoamericano es un hombre que está pegado a este continente, con su dolor. Incluso la fuga del continente, como en el caso de la literatura culterana de Buenos Aires, se hace desde esa dimensión, de nuestra visión, de nuestro dolor, de la necesidad de integrar culturas para integrar la propia. Es el caso magnífico de Lezama lima, por ejemplo, que desde una profundísima cubanidad viaja hacia las culturas europeas y las integra en un juego armonioso, verbal, altamente creativo, nuevo.
En ese sentido, un escritor latinoamericano es un escritor que simplemente está pegado a la realidad y a la idiosincrasia del continente; es un problema más que nada de idiosincrasia, de calidades, de humorismo, de erotismo, de sarcasmo, de dolor y depende del carácter de cada uno, desde la gravedad nuclear de Rulfo hasta el juego de García Márquez, formando un vastísimo panorama.
Hubo una época en que el término intelectual era una mala palabra. ¿Usted cree en el rol del intelectual?
No sé si en el rol. En la parte intelectual de la vida y del hombre, es de extraordinaria importancia. Ahora que en algún momento la palabra intelectual señalaba la pedantería, el apartamiento, la falta de comprensión humana, la falta de integración de lo emocional, en ese sentido sí el escritor intelectual es un escritor que queda como marginado, castrado frente a las posibilidades que le ofrece la totalidad. En realidad, un escritor completo trata de integrar lo intelectual con lo onírico, con lo emocional, con el yo profundo, con el misterio. Es una vinculación bastante compleja.
¿Cómo se ve desde Europa la literatura latinoamericana?, ¿ya pasó, algunos nombres siguen vigentes, hay reediciones?
Desde un punto de vista de la moda, la moda no tiene el mismo entusiasmo con que fue recibida en otro momento también por absoluta casualidad modal: los hombres del llamado «boom», que impusieron y renovaron la presencia de una literatura que ya estaba formada por escritores extraordinarios como Neruda, Asturias o Borges. Ellos difundieron en un determinado momento lo que ya estaba creado y le dieron un impulso publicitario muy bueno y muy útil. La literatura latinoamericana no está vista en Europa, en estos momentos, con la misma atención con que fue vista anteriormente, pero la historia de la literatura no vive de esos momentos de vedetismo externo, de presencia publicitaria editorial muy grande. La verdadera literatura mora en una zona mucho más profunda que es el pueblo lector y yo creo que el aporte de la literatura latinoamericana ha sido fuertísimo y vivificador en una literatura europea que todavía no salió de su silencio. Hoy día no hay ningún autor francés traducible internacionalmente; hay un par de autores alemanes; después de Moravia no hay autores italianos de difusión internacional, pero sin embargo hay una literatura francesa, una alemana y una italiana que están como esperando el buen momento. Por otra parte, los verdaderos autores importantes generalmente son desconocidos por su época. Si usted piensa que Proust o Nietzsche se pagaron sus ediciones y que Miguel de Unamuno vendió 17 ejemplares, no se puede juzgar más a la literatura en ese sentido tan externo de lo que está de moda, de lo que es visible; no tiene ninguna importancia.
La sociedad argentina actual nos ofrece un hombre desesperado y desilusionado. Usted que tanto viaja: ¿cómo ve al hombre argentino con respecto al de otras sociedades?
El hombre argentino es un privilegiado: no le pasó nada. Es un hombre que no conoce ni la muerte ni la catástrofe. Se imagina muertes y catástrofes. Un problema monetario para un argentino equivale a un bombardeo en Hiroshima. Para un argentino una fatiga del gobierno que votó hace un año puede ser ya un motivo de neurosis y de psicoanálisis. Somos un país blando, bastante impersonal, sin sentido del heroísmo y de la grandeza y con olvido del dolor. Entonces en la Argentina se multiplica la noción de drama también como una moda, por hechos absolutamente externos. Por un hecho externo, modal y publicaciones en dos o tres revistas hicieron caer al presidente Illia y tal vez lo más grave que pasó en nuestra historia reciente fue que no aprovecharon la apertura que proponía Frondizi. Así que le digo esto: que el hombre argentino se sienta triste me tiene sin ningún cuidado y le deseo el mayor drama para que pase a la madurez. Es un hombre banal con mirada de ternero: así se lo ve en el exterior, que grita todo el día y está todo el día perreando porque no ve a la yegua madrina.
¿Usted cree en la democracia como sistema para nuestro país?
La democracia siempre dentro de una forma de no tener dictaduras. Uno no ama a la democracia a menos que sea muy insensato. Uno lo que puede desear, sensatamente, en un país que vive dictaduras o formas irracionales del poder, es que haya democracia para cambiar el gobierno. Quiere decir entonces que la democracia es un episodio muy modesto, es como circular por la derecha en la calle para no chocar: no pasa de ahí la dimensión metafísica de la democracia. Ahora lo que es importante, más allá de esta valoración exacerbada que se hace de la democracia, es el hecho de que tenemos que crear formas de conducción política pese a que la democracia convoca a los políticos a la más disparatada y torva de las tareas, que es el triunfo del poder personal con el fin de ocupar puestos públicos. Imagínese: usted me habla de democracia en el sentido de Alexis Clerel de Tocqueville y yo le tengo que responder con la evidencia de la realidad municipal de Malargüe. Qué ocurre, entonces: cuando hablamos de democracia es otro de los malentendidos con que los argentinos nos entretenemos para no pensar más allá de las palabras claves. Es importantísimo meditar en profundo y saber que la democracia es simplemente un instrumento de control de poder. Que más allá, hay que hacerlo todo: tener la energía para defender la democracia y tener energía para defender la Nación, las tradiciones, el sentimiento nacional, la propiedad nacional y el gobierno democrático. Con un gobierno democrático usted puede deshacer una nación tal vez más rápido que con una dictadura. Hay dictaduras que han construido, como la de Mao Tse Tung, la de De Gaulle, la de Perón o la de Hipólito Yrigoyen, que era un dictador democrático, y hay democracias que pueden llevar al mundo y al hambre, a la disolución más lenta y más torpe.
¿Y la diplomacia argentina qué nivel tiene?; ¿este gobierno respeta la profesión o busca políticos a los que debe favores o que necesita alejar de su entorno?
La diplomacia argentina es una diplomacia muy ligada a la inestabilidad general del país. Es muy errática. Siempre hay un factor exterior bastante lamentable que son decisiones que toman los ocupantes del poder y un trabajo profundo que realizan los profesionales. Eso no hay que desconocerlo. Tenemos la prueba del Mercosur, que es una construcción hecha absolutamente por diplomáticos: un trabajo cotidiano de muchos años y es casi la única clave que nos queda para salvarnos como nación, para tener una dimensión en el conjunto de lo que ya no podríamos tener como país aislado. Este es un trabajo de la diplomacia, pero en general es como usted dice; la intrusión de lo político es algo que realmente destruye pero todo lo argentino siempre está: el figurón, el vedetismo, el aprovechador y esa realidad profunda de la Argentina profunda, como decía Mallea, que trata de rescatar las cosas de un sentido de productividad, de bien, de creatividad.
¿Cómo fue su caso y qué experiencia le dejó?
Me deja, porque soy diplomático. Una experiencia muy positiva, porque es un mundo fascinante. A mí la diplomacia me ayudó a conocer otros mundos, a adquirir cierta madurez sobre la vida política mundial, en fin, me ha ilustrado, me ha ayudado a vivir. Yo sólo tengo agradecimiento por la diplomacia y por la Cancillería, porque es una institución de élite extraordinaria. En la Cancillería hay hombres que realmente no son comunes por su preparación, por su conocimiento de lo internacional, por su cultura. No son habituales en otras esferas de la administración.
¿Cuál es el secreto que Evita se llevó a la tumba?
En mi novela fui fiel al mandato de la familia de Eva y del padre Benítez, amigo y confesor de Eva. Todas las palabras que se dicen en mi libro «La pasión según Eva» están relacionadas con la verdad absoluta del personaje y tanto las palabras como los hechos no han podido ser refutados después de dos años de editados. Pero en cuanto al secreto me pidieron -y así cumplí que lo tratara tangencialmente en el sentido de mostrar la existencia de ese secreto y el peso que tuvo en la vida curiosísima y en la furia de Eva, en el desarraigo existencial de Eva. Así cumplí. Yo no conozco la naturaleza exacta del secreto. Si se lee atentamente mi libro, que parte de una famosa carta del padre Benítez dirigida a la hermana de Eva sobre ese tema y otra carta de Eva dirigida a Perón, el lector puede tener la misma idea tangencial e indirecta que tuvo el autor.