Jorge Dubatti, El Cronista Comercial, 01/10/1996
Después de más de tres décadas de tareas diplomáticas que lo mantuvieron alejado de la Argentina, Posse (Premio Rómulo Gallegos) define esta tierras como “el país de los poetas muertos”.
Luego de 35 años de trabajo como diplomático de carrera en el extranjero (Rusia, Perú, Italia, Israel, Checoslovaquia…), el escritor cordobés Abel Posse se ha reinstalado en la Argentina, dispuesto a dedicarse absolutamente a la escritura. Más valorado en Europa (especialmente en España y Francia) y en Estado Unidos que en nuestro país, Posse ha consolidado una abundante producción y cosechado importantes distinciones internacionales, entre ellas el codiciado Rómulo Gallegos. A la recuperación mítica de la conquista, del choque de dos mundos contrapuestos, consagró tres novelas: Los perros del paraíso, Daimón y El largo atardecer del caminante. Otras dos encaran la problemática de la visión de mundo nazi desde su propio régimen de afecciones: El viajero de Agartha y Los demonios ocultos. A la reflexión sobre la sustancia rioplatense ha destinado otra dos novelas: La Reina del Plata y La pasión según Eva, suerte de “ficción biográfica” en torno de Evita.
-¿Cómo se siente a partir de su reinstalación en el país?
– Como un personaje extraño. Literariamente siempre fui valorado sólo por una minoría en la Argentina. A mi regreso me he encontrado, con satisfacción, con mucha gente que ha leído en secreto mis libros, lo que ha permitido que Emecé los haya reeditado todo este tiempo. Creo que en eso consiste la verdadera vida de un autor: que sus libros se lean al margen de los sobresaltos propagandísticos, de la noticia fabricada. Me siento maltratado, sí, por la Universidad de Buenos Aires, donde no hubo jamás un mínimo interés por conocerme. Los premios no bastaron e hice una vida de persona sospechada. Me han atribuido posiciones políticas y vinculaciones con la dictadura, que nunca tuve. Soy diplomático desde el gobierno de Illia y si no abandoné mis funciones durante el gobierno militar fue porque era mi profesión. Si hubiera sido farmacéutico tampoco hubiese cerrado mi local. He tenido las mejores relaciones con la Unión Soviética, donde viví tres años; he sido invitado dos veces por el gobierno cubano…Mi vida es paradójica. Mi independencia se parece a la de un gato. Mi gran satisfacción ha sido la respuesta que han tenido mis libros.
-¿Qué define, para usted, la identidad, la singularidad de su obra?
-Mi obra es diversa, pero repito siempre algunas preocupaciones fundamentales. Hay un motivo constante: la ruptura entre la sociedad judeo-cristiana de la culpa, en la que nos hemos criado, y la nostalgia por los dioses primarios y el paganismo que se observa en el hombre americano primigenio. El choque entre el hombre de la conquista y el indígena. Mi obsesión está en revisar esa cultura de la prepotencia que se impuso a un ser profundo muy diferente. Creo que esa ruptura de la visión del hombre americano la seguimos viviendo hoy, aunque bajo otro códigos.
-La vida cotidiana en Buenos Aires, ¿es soportable?
-Es muy difícil soportar el país, porque la Argentina está muy enferma. Es “el país de los poetas muertos”. Cuando uno analiza lo que le hicieron a Leopoldo Lugones, a Roberto Arlt, a Héctor A. Murena, a Horacio Quiroga… Aquí más que en ninguna otra parte el escritor debe transformarse en un estratega para salvar su lenguaje.