César Levano, Caretas (Perú), 25/02/1999
Abel Posse, embajador de la Argentina en el Perú y uno de los grandes de la narrativa latinoamericana, ha tejido una crónica sobre la etapa secreta del Che en Praga, Checoslovaquia, cuando preparaba su incursión guerrillera en Bolivia. Es una proeza de estilo e imaginación, saludada por la crítica internacional como una reafirmación del talento del autor de Los perros del Paraíso, galardonada con el premio Internacional Rómulo Gallegos en 1987, y El largo atardecer del caminante, que obtuvo en 1992 el Premio Extremadura-América (170 mil dólares). Posse, que estudió Derecho en la Universidad Nacional de Buenos Aires y Ciencias Políticas en la Sorbona de París, fue embajador en Praga antes de venir al Perú.
¿Existieron realmente Los Cuadernos de Praga?
Mire, se supone. Todos los biógrafos saben que Guevara escribió mucho en esa época. sabemos que escribió un cuaderno filosófico y un cuaderno de observaciones cotidianas. Guevara llegó a escribir en plena selva hasta el último día, colgado de las ramas de un árbol En Praga estuvo varios meses, escribió mucho, pero los cuadernos podrían estar todavía escondidos y seguramente Guevara reflexionó en ellos de una forma inconveniente para el criterio del socialismo de su época y es muy probable que esos cuadernos estén en Cuba.
El período de Praga, digamos, no ha sido abordado por los biógrafos más altos…
Ha sido señalado, pero no abordado como usted bien dice. Ha sido señalado en todas las biografías, me refiero a las cuatro grandes biografías aparecidas a partir de 1977. Se señala allí la existencia de su vida en Praga, pero todo se soluciona en muy pocas páginas y en base a la versión oficial muy restringida que dio Pombo, hoy general del ejército cubano.
Usted habla en su libro del voluntarismo argentino. ¿Diría usted que el Che, de alguna manera, condensa este voluntarismo?
Bueno. Argentina es un país particular en América Latina, con una enorme fuerza del factor inmigracional europeo. Puede ser que haya un sentido de la eficiencia, una voluntad precisamente que lleve a querer no manejarse con la impronta tradicional latinoamericana. Había un filósofo argentino muy interesante que para nosotros en Argentina es una figura de primer orden, Rodolfo Kusch, que habla del hombre del ser y el hombre del estar. El hombre de América es el hombre que estaba situado cósmicamente en un estar, en un mundo ordenado, en un mundo donde la relación con la naturaleza era legítima y debía ser permanente. El hombre del ser, el hombre europeo, el hombre inmigracional, trae un sentido de la actividad y de quiebra de la relación con la naturaleza. En Argentina pasa un poco eso y creo que Guevara es un episodio también relacionado con esa impronta activista del argentino demasiado intelectual, un intelectualismo a veces un poco abigarrado y rápido y una voluntad de hacer a toda costa. No hay que olvidar que los argentinos tenemos conciencia de que nuestro país surge de la ocurrencia militar de San Martín y de un grupo de españoles enojados con España, pero la verdad es que es un acto de voluntad y ese acto de voluntad creadora se va repitiendo. El heredó, tal vez, ese sentido de voluntad que pudo haber animado a Bolívar y a San Martín.
Existe la frase famosa de Enrique Santos Discépolo, de que el tango es un pensamiento triste que se baila. ¿No hay una contradicción entre el voluntarismo enérgico y la tristeza que subyace en el fondo?
Usted apunta a un tema fascinante. En realidad, el tango es un poco la mala conciencia de un activista que no puede llegar a serlo del todo. El tango es nuestra zona profunda de reflexión y de reconocimiento de una personalidad que se tiene que completar, que tiene que rescatarse de la voluntad exterior. En ese sentido me parece muy lúcida su pregunta. El tango para nosotros es un poco del otro yo profundo donde está lo melancólico, un sentido hasta sombrío de la vida, una pregunta por el destino, una duda sobre los valores sociales, una burla de la sociedad que hemos organizado. El tango es una irreverencia interior y nos ayuda a compensarnos, como dije antes, pero no hay duda que los dos movimientos se dan. Guevara se da al tango, era un hombre del tango, le gustaba mucho el tango, a veces lo susurraba. El tango verdadero no es el tango público que se puede tocar en un salón, el tango verdadero para los argentinos es el que se escucha a solas, indirectamente y sin proponérselo, en el auto o en una radio. Son ramalazos de versos que lo tocaron desde la adolescencia por algún problema temporal, es una secreta coincidencia con un corpus poericum muy particular.
¿Cuáles eran los tangos del Che?
Se sabe que cantaba algunos que son los clásicos, los de Enrique Santos Discépolo, cantaba a veces «Adiós Muchachos» cuando estaba en la campaña: A veces bailaba tango. Una vez, lo recuerdan sus amigos cubanos en el Congo, bailó el tango con una estaca de madera, un poco irónicamente. Pero el tango, le repito, no es un elemento exterior sino un elemento interior y él era hombre del tango como era hombre de la poesía, era un enorme lector de poesía. Yo vi en Cuba, en la casa de Aleída March, su mujer, un tape grabado con su voz de los Veinte Poemas de Amor y una Canción Desesperada de Neruda. Leía mucho a los poetas franceses. En la cabecera de la casa de Guevara. En su hogar, donde estuvo muy poco tiempo porque fue un guerrero, prevalecían los poetas franceses. Tuvo admiración por Vallejo y Neruda en primer lugar y algunos poetas menores que le gustaban mucho.
Rodolfo Walsh evoca en una entrevista en Madrid con Juan Domingo Perón la estima de éste por el Che. ¿Eso está respaldado por la historia?
Sí, y es una relación muy delicada y muy mal interpretada. Guevara se formó en un medio vinculado a la extrema izquierda en esa época que el Partido Comunista y el socialismo intelectual detestaban a Perón. El Partido Comunista fue una de las fuerzas que, al no comprender a Perón ni a Evita, traicionó al movimiento obrero en ese momento, y fue el baldón para siempre del Partido Comunista Argentino. Consideraba a Perón un episodio fascista, porque había sido militar y fascista. Aplicaron elementos de superficie y no se dieron cuenta que estaba ocurriendo una gran revolución social. Guevara vivió prendido de esa idea hasta que llegó al poder en Cuba. Entonces hubo una persona importantísima, que era John William Cook, hombre del peronismo y de Perón, y su mujer Alicia Eguren, y éstos fueron los que le hicieron ver a Guevara el enorme error de la izquierda latinoamericana de no haber comprendido al peronismo. Cuba y el revolucionarismo cubano, tan ligado al universo soviético, no querían comprender el fenómeno Perón, que era un fenómeno autónomo. Perón no creía en el socialismo, en ese socialismo. Creía en formas sociales. Guevara, con su extraordinaria inteligencia, llegó a tener una idea positiva de Perón, pero no hubo un acercamiento.
Un capítulo de la novela nutrido de testimonios recogidos en La Habana, Praga y París.
EL ex camarada de la aventura del Congo me cuenta (La Habana 1995): Mire, yo creo que lo del Congo fue una verdadera revelación para ese Ernesto Guevara tan parado en sus razones heroicas. Aquí, en Cuba, sólo se abrieron los archivos sobre este tema hace muy poco.
Tal vez hasta ese momento final, cuando la retirada del lago Tanganika, Guevara creyó realmente que todos los hombres del mundo se mueven básicamente por las mismas cosas y motivos. Guevara llegó con su ideología de internacionalista convencido, de ecuménico, de «globalista» de la revolución y del esquema marxista?leninista.
Castro no podía sujetar al aventurerismo de iluminado de Guevara, siempre con un pie en las facilidades del absoluto. Creo que después de fuertes discusiones terminaron en un pacto de caballeros entre la razón de Estado y el quijotismo revolucionarista. (Ya desde la Sierra Maestra, Guevara, el joven aristocrático converso, se montaba en la ética y la razón marxista apoyando todo extremo. «Si no vas al extremo de las cosas, enseguida te encuentras de nuevo en la nada», le oí decir alguna vez.)
Hubo una transacción: «Te apoyo mientras las salpicaduras no pongan en peligro a Cuba. Tú te vas con un contingente al Congo, en secreto, y más bien te ocupas de entrenar a tu gente sin dramatizar lo que allí pasa, porque no se trata de gente clara»…
Guevara en el Congo tuvo que desilusionarse de sus facilidades filosóficas. Recuerdo uno de sus primeros diálogos «estratégicos» con un comandante, «el general Lambert». Era un tipo altísimo y desgarbado como un fantasmón de vudú haitiano, pero con quepis a la francesa y estrellas de su dudosa jerarquía. Explicó la posición y movilidad de sus regimientos de infantería. Guevara lo escuchaba y le preguntó:
? ¿Y cuál es la defensa antiaérea? ¿Tienen cañones livianos, cohetería?
No. Pero el Dawa nos da un buen resultado ante el ataque aéreo de los belgas y gubernamentales. Apenas si tenemos bajas…
La frustración en la cara de Guevara fue evidente. Ellos creían en los magos-mugangas como un factor estratégico. Estos le preparaban el brevaje inmunizador…
Cuando sentían que el Dawa era fuerte y puro salían a pecho descubierto de la jungla, gritando. Y a veces rebasaban al enemigo y ‘triunfaban. O eran barridos por el tableteo de las Brownings de los belgas. Podrían estar en una posición de superioridad, pero si pensaban que el Dawa les había fallado por obra de espíritus malignos o deficiente preparación de los brujos, abandonaban la posición, las armas y sus heridos y se escondían temblando en la jungla.
Imagínese a Guevara, con su arrogancia intelectual de argentino. ¿Cómo iba a integrar el «factor mágico» en su estrategia.
El nunca lo dijo claramente, ni siquiera en su desolado informe final, que dictó escondido en los altos de la embajada de Cuba en Dar-es-Salaam. Pero había chocado contra el muro de la magia. Era el fracaso de la razón occidental, el limite Todo el pensamiento marxista adolece de la misma falta de proyección metafísica y hasta poética. Es el talón de Aquiles. Me gusta decírselo aquí mismo, en La Habana: ¿Qué tiene que ver el lenguaje gris mortecino del diario Granma con este pueblo de rumberas y santeros empedernidos?
En los campamentos del Congo vivió días de perplejidad y depresión. (Perplejidad de ingenuo, me atrevo a decirle…) Se pasaba horas solo, separado del desorden y del griterío de esa gente. Leía y fumaba su pipa. Se quedaba pensando con la mirada perdida en las nubes.
Discusiones, cantos tribales de los congoleños, chaparrones furiosos que lo obligaban a cobijarse bajo una lona.
Todo empezó mal. Ya el 20 de junio, cuando recibió la confirmación de la muerte de su madre en Buenos Aires… Era su cómplice, su gran compañera. Era su madre/padre y, para ella, él era su verdadero hombre, más que su marido. Esa noticia, recién iniciada la campaña militar, fue el chillido de mal agüero en la noche: signo de futura desgracia.
A veces, en lo más difícil de una campaña, hay una secreta alegría. La alegría de la guerra, de estar jugados en una aventura. Eso une a los hombres. Crea hasta un clima festivo. Es la poética de la guerra, del riesgo, del poder guerrero, macho. Pero en el Congo nunca se dio. Cuando él dicta su relato final, lo sitúa en un tono de elegía. Coleinan Ferrer es el muchacho que toma las notas en el estrecho departamento del embajador Ribalta en Dar-es-Salaam. Es una crónica de tristezas. Guevara se acusa de haber estado alejado de esa heterogénea y exótica tropa que naufragó de derrota en derrota. de error en error.
Insisto: no supo encender el entusiasmo, los dioses, la alegría. En otro tiempo. en Sierra Maestra, por ejemplo, se hubieran reído de comer Tetas fibrosas de hipopótamo o monos salteados a la sartén o esa ensalada de llores y mariposas que la hija del mugangn le presentó al hambreado Guevara como un supremo y delicado manjar. Hay guerra como fiesta de muerte y vida, y hay esa guerra de roñosas trincheras tristes…
No. En ningún momento alcanzaron la poesía de la guerra. La magia y la oscuridad de la selva hizo naufragar ese marxismo?leninismo que a veces intentaba explicarle a la tropa de negros en francés y con puntero en mano.
La selva se traga espiritualmente a los hombres occidentales, con su feroz automatismo de vida-muerte-vida. La razón y el propósito de la condición humana se tornan ridículos, insignificantes, ante el ritmo vegetal de la jungla.
Agregue las picaduras de alimañas, los gusanos que horadan la piel, moscas venenosas que infectan el cuero cabelludo. Separado, en su tinglado, estaba fumando, siempre con un libro entreabierto sobre el pecho. Fíjese que va en septiembre, apenas a un mes de la retirada, tiene tiempo de pedir por telegrama cifrado que le manden la Ilíada y la Odisea. Alguien tuvo que movilizarse por las librerías de España. Lo cierto es que los libros llegaron y yo estaba cuando abrió el paquete y acarició los dos volúmenes con fruición. Era de esos que encuentran las fuerzas de sus sueños en los libros, como el Quijote, al fin de cuentas…