La Gaceta, 28/06/1992
Emile Cioran reunió en su libro Ejercicios de admiración una serie de artículos y fragmentos de distintas épocas de su vida, escritos entre 1957 y 1988. El último texto «Acorralados en el futuro» es de extraordinaria actualidad, casi parece escrito para la conferencia de Río de Janeiro, ya que destaca la evidente degradación de la calidad de vida no sólo, por cierto, en el sumergido Tercer Mundo, sino en las sociedades que consideraron el progreso como un triunfo seguro y como el único destino de la sociedad. Dice: «La existencia (humana) habría podido tener un sentido si nos hubiera sido posible evitar la pesadilla del devenir… Haber concebido la superstición de lo mejor, la creencia de que todo progreso, siempre hacia adelante, es una victoria sobre el mal, que el devenir, como tal, implica, necesariamente, un principio positivo. Ese es nuestro nefasto privilegio».
Ahora estamos ante el futuro que querían los iluministas y positivistas y más bien nos parece una condena o una grave amenaza. Para Cioran somos los hijos de un viejo camino de desvío filosófico cultural y la suerte ya está echada. Su pesimismo de pensador independiente coincide con el de Heidegger, el último gran filósofo, cuando afirma “Sólo un Dios puede ya salvarnos».
Como excepcionales hitos en la alegre avenida de desastres
El escepticismo de Cioran no le impide la admiración de ciertos autores y personajes que parecen excepcionales hitos en la alegre avenida de desastres. Son seres que quedaron al margen del discurso dominante. Cioran les rinde homenaje con la serenidad y la distancia de quien podría estar en el foro, platicando amablemente, mientras se espera a los bárbaros, como en el famoso poema de Constantino Kaváfis. Nos da una clave de sus elecciones: «Los autores que cuentan para nosotros son menos los que hemos leído mucho, que aquellos que han estado presentes en los momentos esenciales de nuestra vida. Los autores cuyo martirio nos ha ayudado a soportar el nuestro». Es desde esta exigencia subjetivísima, desde esta interiorización dramática, que habla de Leopardi, de Weininger, de Mircea Eliade, de Paul Celan, de lonesco, Heidegger, María Zambrano, Scott Fitzgerald, Beckett. Sobre todo: de Gabriel Marcel y de su amigo Michaux, cuya sonrisa irónica del último día vio transformarse en ceniza en el crematorio del cementerio de Pere Lachaise, al día siguiente.
En este estricto club, dedica un ejercicio de admiración a Jorge Luis Borges en un texto que titula, muy significativamente, «El último delicado». Lo escribió en 1976, sin haber llegado a conocer personalmente a Borges.
«Literatura periférica», dotada de singular libertad creativa.
En artículos anteriores, publicados en este Suplemento de LA GACETA, señalé el elogio de Cioran por la literatura iberoamericana. «Literatura periférica», marcada por ese sentido de lo heroico, casi quijotesco en los tiempos que corren, pero que le otorga una libertad creativa que ya no existe en la actual decadencia europea, especialmente la francesa. Cioran afirma que el francés es una lengua, en extinción. Borges, como Nabokov, Eliade, Ionesco, son escritores periféricos a la «cultura central», como lo es el mismo Cioran. Acerca de la extraordinaria y universal curiosidad literaria de Borges, Cioran afirma, en el libro que comento, que es un caso parecido al de Rudólf Kassner, el amigo de Rilke, gran viajero y especialista en los temas más disímiles. Pero Cioran lo distingue a Borges porque aquél no alcanzó ese extraordinario don creativo que hace de Borges «un seductor inigualable que llega a dotar a cualquier cosa, incluso al razonamiento más arduo, de un algo impalpable, aéreo, transparente. Pues todo en él es transfigurado por el juego, por una danza de hallazgos fulgurantes y de sofismas deliciosos… Ni en Francia ni en Inglaterra veo a nadie con una curiosidad comparable a la de Borges».
Comentando la fuerza de la literatura latinoamericana, creada desde la estética y un espíritu lúdico que penetra y devela lo dramático, evadiendo las categorías conceptuales y racionalistas de la visión europea, Cioran, en un largo diálogo parisién, me hizo un elogio de lo inacabado, imperfecto, todavía «abierto» del mundo latinoamericano, aún no del todo precipitado en el abismo de las sociedades industriales tecnológicas, en su criterio condenadas al canibalismo y a protagonizar el fin del Mundo. Es en este sentido que interpreta, en su trabajo, a Borges como un espíritu «forzado a la universalidad». Dice de él: «Estuvo obligado a forzar su espíritu en todas las direcciones para escapar de la asfixia argentina.
Es la nada sudamericana la que hace a los escritores de aquel continente más abiertos, más vivos y más diversos que los europeos del Oeste, paralizados e incapaces de salir de su prestigiosa esclerosis».
«Borges fue uno de los espíritus menos graves que existieron»
Maravilla a Cioran que Borges haya podido hablar con igual sutileza del eterno retorno como del tango.
En carta al amigo Savater, se niega a escribir sobre Borges en un homenaje colectivo. Le dice: “¿Para qué celebrarlo cuando ya hasta las universidades lo hacen? Merecía haber permanecido en la sombra, en lo imperceptible, haber continuado inasequible e impopular como lo es Ed Matiz.» Y agrega: «Borges fue uno de los espíritus menos graves que han existido. El último delicado».