Diario 16– 8/06/1984
El lugar que ocupa Severo Sarduy en la actual narrativa hispanoamericana es el que corresponde a un excepcional creador de lenguaje. (No en vano una de las más agudas criticas de nuestras letras, Ana María Barrenechea, tituló a uno de sus ensayos «De Sarmiento a Sarduy» abarcando un siglo de grandes estilistas latinoamericanos). Ser creador de lenguaje es pertenecer a un selectísimo club donde se pueden apuntar 4 o 5 nombres como Lezama Lima, Guimaraes Rosa, Borges o Carpentier. Son cometas fulgurantes que rescatan a la literatura de la cárcel de la narrativa realista con su sombra y previsible repetición del mundo. De Donde son los Cantantes, Cobra, Maitreya y ahora Colibrí son los momentos de una saga donde el lenguaje se alza en fiesta y donde cada línea se transforma en un happening donde la apariencia de facilidad y hasta de azar está controlada por la mano de un maestro. Quien no se aproxime con cautela y humildad al juego exigente que Sarduy despliega en cada uno de sus libros corren el riesgo de perderse en un juego de espejos y de terminar expulsado desde las primeras páginas sin comprender ni la intención del autor en los contenidos del aparente juego.
En Colibrí, Severo Sarduy retoma la misma línea de exigencia de sus obras anteriores pero desliza un inesperado ritmo de novela de aventura. El personaje, Colibrí, aparece -como una epifanía erótica‑ en el universo‑burdel de La Regente. Todo transcurre en un mundo paralelo, caribeño cuyos personajes se mimetizan y transforman como los insectos y alimañas de esa manigua por la que terminará huyendo el mismo Colibrí llevado por un amor de perdición. La persecución será implacable. Durante un tiempo Colibrí deberá iniciarse en el amaestramiento y decorado del Teatro de Pulgas ‑otro juego dentro del juego de espejos y espejismos‑. Colibrí es perseguido por todas las jerarquías del burdel‑mundo que agredió con su libertad erótica: las «ballenas», súcubos, y los «cazadores», preferentemente íncubos, que son inexorablemente fieles a La Regenta. Sólo el cubanísirno talento del autor puede darle vida a ficción tan extremada. Los mundos imaginarios suelen ser mas bien metafísicos y con perspectivas geométricas y luz crepuscular ( siempre muy próximos a los cuadros de De Chirico). En el caso de Sarduy, por magia del lenguaje, la mimetización de la realidad se hace en un americanísimo ritmo de rumba. Todas las esencias de lo real y hasta de lo costumbrista, se reconquistan más allá de todo pesado realismo. Pocas novelas realistas podrían alcanzar tal grado de sabor cubano como el que logra este autor después de destruir con empeño de verdadero creador los lugares comunes, ópticos y mentales, el aburrido refugio de la narrativa tradicional, donde sólo hay repetición pero no recreación del mundo, como nos explicara acertadamente Borges en Otras Inquisiciones.
Sarduy logra en este novela mayor que la aventura de su creación idiomática sea el tema verdadero y principal de la obra. Es el mayor logro que puede alcanzar un creador de su talla.