Fundación, Buenos Aires, 1/10/1996, n°8, año IV, pp.50-55
Celso Furtado observaba que hasta hace apenas una década nos era posible interpretar el juego político mundial con los esquemas habituales heredados de las ideas del siglo XIX y de la guerra fría posterior a Yalta. Tanto a la izquierda como a la derecha las ubicaciones eran monótonamente claras. La sorpresiva implosión del sistema socialista esta significando algo así como la ruptura de un gran dique de contención. Hoy nos vemos perdidos en una veloz dinámica política. El mundo supérstite ‑aunque no precisamente triunfador‑, dominado por el modelo anglosajón, se volcó a una política de intereses y no de principios. Apenas un lustro después de 1929 (fecha que señala el verdadero fin de este siglo pero no el comienzo promisorio de un milenio), el mundo se ve dominado, no por la prepotencia de una superpotencia, sino por la acción continua de un sistema tecnológico, industrial, comercial, financiero y subculturizador, de un poder sin precedentes. Esta Gran Maquinaria ya impone sus intereses incluso a los gobiernos más fuertes. Serviliza a las clases políticas prácticamente incapaces de impedir o modificar las corrientes de su expansión. Estos intereses son los verdaderos impulsores del campo unificado de esa atroz «aldea global» (cuya alcaldía esta destinada a estar en el Norte, no en nuestro Sur).
La Guerra del Golfo pareció erigirse en símbolo tanático de este «nuevo orden». Pero en pocos años se fueron evidenciando las reacciones nacionales, regionales y culturales. La ilusión unificadora y el no menos ilusorio optimismo del «fin de la Historia», se enfrentó a la realidad política de la Unión Europea, al poder económico del Asia, a la realidad de China, Japón, India y el Islam, como fuerzas motoras, de gran tradición histórica e incapaces a la transculturización y al pasaje al pragmatismo sin proyección metafísica del supuesto modelo de paz y prosperidad universal. La idea de un monótono universo comercial y culturalmente unificado es por suerte inviable, es otro totalitarismo de raíz judeocristiana. Esa uniformización basada en un supuesto fair‑play competitivo sólo puede ser el producto de una cosmovisión de mercaderes.
A partir de 1989 Estados Unidos se propuso como la superpotencia ordenadora. La ilusión no duró más que un lustro de guerra televisiva, de desembarcos democratizadores, de embajadores prepotentes con evidente falta de todo tacto diplomático. Se empezó a evidenciar que el rol que Estados Unidos se asignaba era de gran magnitud, pero no estaba sustentado culturalmente como para infundir respeto. La reacción es de raíz cultural.
En Europa se desarrollaron importantes reflexiones sobre la fragilidad de ese modelo de «pensamiento único» cuya inviabilidad quedaba demostrada en algunos aspectos centrales:
‑Anota el economista Maurice Allais: «No puede existir libertad de intercambios sino entre zonas o países con un compable nivel de desarrollo. Hay que ir a la creación de vastas zonas internacionales de librecambio, relativamente homogéneas y protegidas en su circuito».
‑No puede existir competitividad entre empresas internacionales superpoderosas y empresas nacionales o privadas de un país semiindustrializado. Al abrirse ingenuamente el mercado se produce el condicionamiento o la desaparición del empresariado nacional. Todo lo que funcione bien, sean empresas u hombres, serán absorbidos por el poder económico en expansión.
‑No puede superarse la pandemia de la desocupación sin un cambio profundo de toda nuestra vida económica y de las relaciones de producción y consumo. Si el hombre ha sido desplazado por la tecnología como lo advirtiera Heidegger con tanta lucidez, estamos ante el fin de una etapa que obliga a un enfrentamiento decisivo con el descontrol de la tecnología avasalladora.
De Mercosur a la Unión Latinoamericana.
Ante la realidad mundial antes descripta y pese a la debilidad y la falta de ideas conductoras en los países de América Latina ante la fulgurante embestida globalizadora, nos encontramos ante una experiencia exitosa y un promisorio instrumento de afirmación regional y de cada una de las naciones participantes.
En sus pocos años de vida Mercosur demostró una extraordinaria salud. El crecimiento de sus intercambios sorprendió incluso a los más escépticos. El factor cultural y la integración física de sus estados fueron una base más sólida que las elucubraciones macroeconomicistas. Es hoy una entidad multinacional poderosa que esta alcanzando los 1.000 millones de dólares de producto bruto; con 210 millones de personas. Es la verdadera superpotencia en crecimiento en el Hemisferio Sur del planeta.
La exitosa realidad de Mercosur, con la reciente inclusión de Bolivia y Chile, obliga a las clases dirigentes de los países involucrados a una reflexión estratégica y a la definición de adecuados caminos diplomáticos. De la primera etapa, la actual, de afirmación económica y de cumplimiento del programa del Tratado de Asunción, iremos pasando a necesarias definiciones políticas y culturales de gran envergadura.
Como Europa supo partir de la ya lejana «unión del carbón y del acero», para definirse después de muchas peripecias en la actual Unión Europea; del mismo modo tendremos que saber pasar del Mercosur a la Unión del Sur o Unión Latinoamericana. Lo que se inicia en el plano de lo económico tiene necesariamente que ser consolidado por una gran política. Se necesita coraje y visión de estadistas. Estamos en una etapa de lamentable desgana nacional; domina dos por la creencia de que los otros, los del Norte, los actores de siempre del llamado Occidente, sedán los creadores exclusivos del nuevo orden. Y al mismo tiempo, como cumpliéndose con la sentencia que citaba Heidegger de «allí donde crece el peligro, crece lo que salva», nos encontramos ante la pujanza casi inesperada del Mercosur, producto del trabajo de años de hábil diplomacia silenciosa y continua.
Cuando ya hay muchos en nuestra clase política que se disponían a una Argentina de segunda, obediente y sumisa; Mercosur nos propone la pujante posibilidad de constituir una gran nación en el mas alto espíritu bolivariano.
Entramos en un siglo de nuevos peligros internacionales, que estará signado por la definición o lucha por los grandes espacios. Le tocará a la Unión Latinoamericana‑Mercosur la gestión de las vastas regiones preservadas que le corresponden: la Andinia, las pampas, la Amazonia, la Cuenca del Plata, la Antártida, el Atlántico Sur, nuestro Pacifico sur. Grandes espacios de poder, de riqueza y de desarrollo armonizado (armonía de la realidad natural y de la necesidad humana).
Con nuestros socios en ésta, la mayor empresa latinoamericana desde los tiempos de la Independencia, deberemos coordinar un ingente trabajo:
– Organizar una diplomacia de consultas y acercamiento de posiciones. Deberemos pasar de la visión exclusivamente nacional al nacional‑continentalismo que implica Mercosur como polo de poder. Necesitaremos una diplomacia coordinada y un adecuado balance del significado y de la perspectiva ante el mundo exterior.
‑ Deberemos crear un suficiente poder de respeto, control y defensa de nuestros grandes espacios; sin ingenuas delegaciones de poder.
‑ La Unión Latinoamericana tendrá que afinar sus propias teorías económicas y definir un espacio económico que privilegie sus formas de desarrollo y crecimiento en el sentido de esas vastas zonas a las que se refiere Maurice Allais. Intercomunicadas pero defendiéndose de la actual fagocitación empresarial.
‑ Será imprescindible consolidad nuestro espacio cultural y proteger nuestro camino universitario, tecnológico, creativo, artístico, religioso y espiritual. Tendremos que saber poner en valor esa gran riqueza cultural hoy amenazada y hasta sumergida por el aluvión subcultural difundido comercial y globalizadamente.