La Nación, 01/06/1992
PRAGA. ‑ Somos la primera generación que vive la posibilidad del fin del mundo. Hemos alcanzado el sombrío privilegio de poder destruirnos y, como Sansón, derribar las columnas del templo que es la Tierra.
Armamento nuclear y bacteriológico. Intoxicación de la biosfera. Recalentamiento. Agujero de ozono. Deforestación criminal: cien especies animales y vegetales desaparecen cada día. Parece broma, pero, la destrucción del mundo que no conseguimos con una guerra nuclear la estamos obteniendo con la tecnología comercializada, salvaje, como lo señaló el filósofo Edgar Morin. A la vez el hombre prolifera en forma casi indecorosa: millones de bípedos tristes para un destino sin esperanza, aunque algunos no lo quieran ver. Ya no hay espacios para los tigres de la niñez ni para los leones de un África otrora misteriosa. Es como si nos hubiesen saqueado el palacio de fantasía de nuestras infancias: nacimos cuando era posible la jungla de Salgari y envejecemos en un desierto de asfalto, rock sudoroso y patético y chabacanerías de neón. ¿Quién ama esta pesadilla de aire acondicionado que vaticinaron MiIler y Cortázar?
Probablemente se intente una respuesta en la conferencia sobre medio ambiente que se reunirá en Río de Janeiro en junio. Esta convocatoria (fracase o no) será la más importante de nuestro tiempo después de la de San Francisco, en 1945, en la que se crearon las Naciones Unidas. Esta se ocupó de controlar la paz armada y la guerra fría; la de ahora tiene que ver nada menos que con la supervivencia de la Tierra misma.
Quién manejará el futuro
Están convocados todos los jefes de Estado, masivamente. Se pondrá a prueba si los políticos son una realidad o un espejismo, meros agentes de ocultas fuerzas económicas y comerciales que conducen los grandes complejos productivos. En Río se verá, o se empezará a entrever, quién manejará el futuro: o los estadistas capaces de una visión orgánica del desarrollo y de la calidad de vida o esas fuerzas ciegas que están maleando el desarrollo en una pesadilla que se vuelve paradójicamente antihumana.
Todos los gobiernos se están preparando. Este debate central ya se ha instalado y las decisiones que se tomen en Río demostrarán hasta qué punto la política es todavía expresión y orientación ante lo grave o una máscara.
Se pondrá a prueba la real estructura del poder mundial: directa o indirectamente entrará en debate el tema central que es nuestra actual incultura productiva y su evidente destino de depredación del planeta. Este desvío aparentemente fagocita ya a los políticos. El complejo industrial-económico‑comercial, crece y se expande según leyes propias, como un robot descontrolado. El llamado neoliberalismo, de raíz anglosajona, se fue desnaturalizando. Perdió la raíz humanista del liberalismo político‑económico inicial y se precipita en una torpe fisiocracia, esto es, en la creencia de que la naturaleza y el medio ambiente no pueden ser más que fuente ilimitada de riquezas. Las estadísticas que usamos no reflejan la realidad humana de la economía y de la calidad de vida de los pueblos. La idolatrización del producto bruto (PB), por ejemplo, nos lleva a un desvío tan suicida como el ocurrido en el campo soviético: no se contabiliza ni el costo social ni la destrucción del medio ambiente (como en las recientes estadísticas del crecimiento de Indonesia, denunciadas por Lester Brown) ni la sustitución criminal de la cultura por la subcultura comercializada a escala mundial. Estamos viviendo ‑y a veces nos alegramos‑ de estadísticas sustancialmente falsas. (Borges solía decir que la forma más repudiable de la mentira es la que se refugia en la exactitud matemática de la estadística.)
Aunque fracase, la reunión de Río tiene la trascendencia antes señalada. En ella se podrá evitar la confrontación entre los del «partido de la Tierra» y los callados promotores del crecimiento ilimitado, ciegos defensores del «negocio de hoy».
América latina tendrá su gran prueba internacional.
Aparte de ser una región cultural unificada es un continente casi reservado, conservado. Es la otra cara de las superpotencias militares. Es superpotencia de preservación natural (Amazonia, Andes, Antártida, Atlántico sur). Tendrá que hacer oír su voz como protagonista de primera. Esta vez está en el club de los actores principales, en el consejo de seguridad del futuro. ¿Se refugiará en él silencio sometido de su castradora autodescalificación o sabrá defender lo que ama, esa calidad de vida (como la de los argentinos) tan salvada por la pureza primigenia de la tierra?
Paradise Lost
Nos dice la tradición bíblica que Dios, al crear el paraíso terrenal con todos sus animales y plantas, se confió tal vez demasiado al decirle a Adán: «Creced y multiplicaos. Henchid la tierra y sojuzgadla y señoread en los peces de la mar y en las aves de los cielos». A Adán le dieron el brazo y se tomó el codo. Después de breve armonía sobrevino lo que sabemos: el memorable y erótico robo de fruta y el insensato asalto ‑con posible tala posesiva‑ del árbol de la ciencia, que es lo que más había prohibido Jehová. (Si Heidegger hubiese reescrito la Biblia se habría referido quizás al «árbol de la tecnología».)
El bípedo que había mostrado incontrolable ambición y lujuria fue expulsado del Edén. Desde entonces y a lo largo de milenios de desdicha y grandeza, de búsqueda y subterfugios, su obsesión fue volver al paraíso, saltar de nuevo el cerco de expulsión o crearse un edén yuxtapuesto o paralelo al mundo primigenio, el de Dios. Para esto se empeñó en una relación de desconfianza y guerra con la naturaleza, hecho que mereció el incauto elogio de los positivistas y que lleva a la actual situación de reconocido desastre ecológico. (Su búsqueda del paraíso llegó a veces a la utopía política, el peligro de la droga hasta la ingenua forma del Club Méditerranée, donde el ejecutivo neurótico convalece en paisajes paradisíacamente subdesarrollados.)
La conferencia de Río de Janeiro tiene un inmanente contenido religioso y teológico que tal vez los diplomáticos todavía no analizaron debidamente. Quizá sea el intento más serio y coordinado de retorno al paraíso, siempre que la anémica General Motors y las multinacionales japonesas lo permitan.