Por Blanca Arancibia
Salvo por una publicación muy parcial en la revista literaria mendocina Aleph, esta entrevista, hecha en 1991 quedó inédita debido a su extensión. La importancia y la vigencias de las respuestas de Abel Posse, a pocos días de venir a Mendoza, nos induce a publicarlo ahora.
-¿Cuál es su mecanismo de escritura?
-Imagino, veo escenas, anoto palabras, en los textos históricos encuentro el absurdo o lo delirante como adelantándose a mis fantasías. Soy ocioso, pero saldo mi deuda con el hacer, con creación. Trato de aprender a parar cuando la pluma quiere correr. Sé que es una historia de palabras y no de cosas para contar… Me gusta la mañana. Escribo a mano con lapicera de tinta. Trato de mantener viva la insolencia, la sinrazón o, la rabia. No me tomo en serio. Sé que e ángel se posa en las páginas más insospechadas. Siento que la cosa anda por el lado de la magia. Uno no puede fabricarse un talento. Se tiene o no. Pero hay que encontrar el punto de la propia voz para que el talento se exprese. Esto es muy difícil, exige intuición, coraje, cierta desvergüenza y costumbre de soledad: el verdadero creador es como gaucho en pampa abierta. Va solo. Tal vez arriba esté Dios y al lado, seguramente, el demonio…
¿Quienes son sus lectores?
Gente insospechada. Gente de buena fe que llega al libro, a mis juegos malabares, y se sorprende. Gente que llega sola al diálogo que propone mi libro. Entre yo y el público más bien no hay publicidad alguna. En Argentina, mis colegas y los críticos más bien, me han marginado. Hablé en la Biblioteca del Congreso de Washington, en la Complutense de Madrid, en las universidades de Nuremberg, Sevilla, Utrecht, México, pero nunca en la de Buenos Aires… Me acostumbré a que mis libros sean gatos solitarios que cuando se hacen amigos de alguien es por una razón pura y valedera de simpatía, de coincidencias profundas.
¿Cuál será su biblioteca personal mínima?
Seis libros: Tao Te King, Don Quijote, la Biblia, Paradiso de Lezama Lima, Ada de Nabokov, Nietzsche. Pero quiero los libros, leí muchos libros. Leer ayuda a sentir, a gozar. No es sólo placer, como descubrió Barthes hace veinte años entre los aburridos críticos de Europa. La literatura conlleva la conciencia de existir. Enseña a sentir más la vida. Vive más el que lee, porque ve más y porque aprende a gozar el placer y el dolor.
¿Qué es para usted la posmodernidad?
Una palabra prestigiosa que algunos críticos aplican a Daimón y los perros del Paraíso. No entiendo bien su contenido. Hace diez o quince años tampoco entendí bien eso de estructuralismo. Siempre aparecen estas palabras.
Se considera un escritor posmoderno?
Realmente no podría decirlo yo, aunque alguna vez me explicaron convincentemente que lo era. Pero en realidad no podría, por mis propios medios, definir o calificar a un escritor como posmoderno. Nunca me propuse serlo…
¿Qué línea de fuerza cree advertir en la literatura argentina?
Es una pregunta verdaderamente interesante. Hablemos de líneas de fuerzas que podrían definirse positivamente: 1) la fuerza poética de muchos escritores sobre todo del interior para salvarnos de la narración decadente, burguesa y psicoanalizante de Buenos Aires; 2) en lo que hace a la literatura dominada por Buenos Aires sería esperable que la desdicha de lo conceptual pueda sublimarse en estilo, en inventiva, en perplejidad filosófica, en apertura al misterio; como en la obra de Borges: un escritor conceptual salvado por el talento. Se escribe, hay insistencia, eso es fuerza también. El panorama actual está muy maleado por la mediocridad, que ocupa espacios de prestigio. Los eternos tontos de izquierda y de derecha de los que hablaba Ortega. Izquierdistas muy enfermos, que más que el poder tienen una morbosa atracción por la nostalgia de la persecución, el exilio, los palos, y que producen una literatura rencorosa, complaciente, dominada por la angustia de los temas más que por el estilo; y una derecha provinciana, refugiada en cuevas de poder, sacristías, universidades o suplementos literarios. Hoy muy poca gente es libre y tiene su personalidad. Por eso cuando uno se topa con un gigante como Enrique Molina se puede sentir inclinado a pensar que no todo está perdido en esta Argentina cipaya, pequeña, sin sentido de heroísmo. Es el ombú Enrique Molina…
¿Y usted cómo fue tratado por el medio literario, crítico y erudito?
En este medio venido a menos he tratado de salvarme de los rencores y pequeñeces. He andado solo, marginalizado. Sospechado por las beatas de ambos sexos y silenciado por una izquierda provinciana que desconfiaba de mi profesión y no comprendía que yo pudiese ser invitado a Cuba o editado en Rusia. Me abrí camino en Francia y España y ahora tengo mis lectores en Argentina y gente que me ayuda mucho al comprender lo que intento en mis libros.
Diría que a mí me costó más que a muchos: vivo lejos por razones de mi trabajo, no tengo dotes publicitarios y digo muchas cosas inconvenientes. Suelo contar romo anécdota de estas mínimas desdichas de la carrera literaria, que cuando me dieron el Premio Internacional Rómulo Gallegos (era el primer argentino que lo recibía después de Carlos Fuentes, Mario Vargas Liosa, Gabriel García Márquez y Fernando del Paso) mi discurso ante el Presidente de Venezuela fue publicado en una docena de diarios importantes de toda América, en Argentina no, pese a que soy frecuente colaborador de varios.
¿Cree que el lector medio del interior acepta su mitología de Buenos Aires, tal como aparece en Momento de morir y en La reina del Plata, como literatura argentina?
No. No creo. En realidad no tengo idea clara de lector medio. Creo que todo lector pertenece a una aristocracia. Como los felinos, son todos nobles.
¿Cómo debería ser una literatura que respondiera a la Argentina total. ¿Podría existir?
Podría existir Pero un autor no debería de proponerse esa idea de cubrir la totalidad, como quien pinta y tiene que cubrir toda la superficie de la puerta (o de un ataúd). Sería un torneo para el libro de records de Guiness. Irrelevante. La patria del escritor es su ser, el mundo, la existencia y también su barrio, su tierra natal. ¿Se imagina un escritor angustiado por dar la totalidad de Bolivia o de Zaire? ¿Para qué? ¿Nos interesaría por eso? Estas son cosas que perdían a hombres como Eduardo Mallea o David Viñas (para ser simétrico con la oposición política de ellos…).
¿Por qué no ha publicado aún volúmenes de cuentos o ensayos?
Nunca tuve facilidad ni atracción por el peligroso género del cuento, tan cultivado en la Argentina. En cuanto a los ensayos me gustaría, tengo muchas ideas, pero las voy desgranando en artículos. Escribo con frecuencia en ABC, El País, Diario 16 y a veces también en esa especie de noticieros para escolares que son muchos diarios argentino, salvo contadísimas excepciones. (Sin irreverencia y coraje, no se puede hacer periodismo…)
¿Por qué sus personajes masculinos terminan perdiendo a la mujer amada, o desinteresándose de ella?
Esa pregunta apunta a esas determinaciones que están en uno y que aparecen cuando se escribe una novela o un tango. En todo lo que hace a la vida amorosa y afectiva hay en mí como una zona de falla. Debo tener una relación enferma con la mujer en general, como algunos personajes de tango. No lo busco. Creo que estoy demorado en el sado-masoquismo, como diría un psicoanalista. Pero sé que soy sincero. Continuamente me fugo de los dolores y responsabilidad del amor para caer en la alegrías del erotismo.
¿Por qué los personajes femeninos son en general tan vacuos?
Creo que la razón está ligada a la respuesta anterior. Más bien no sé tratar a los personajes femeninos pero, como en la vida, no puedo prescindir de ellas. Soy literariamente, un homme á femmes. Abundan las tilingas, pero son siempre portadoras del fuego esencial, el sex appeal, el leitmotiv» de la existencia y de la reproducción. Reconózcalo. Además, en algunos casos como el de la reina Isabel de Los perros del Paraíso hay un homenaje a la mujer…
¿Es escéptico acerca del papel del intelectual?
Para nada. Todos nosotros, los intelectuales: críticos, escritores, profesores, lectores, periodistas, etcétera, somos quienes tenemos la tarea de hacer vivible este inundo rescatarlo de su entusiasta autodestrucción. Todos nosotros mantenemos esa conciencia social reflexiva de lo que hablaba el sociólogo Sorokin. Somos la conciencia del dolor, la única posibilidad de imaginar y modelar un mundo mejor. Ya podernos estar seguros que después de la fulmínea caída del imperio soviético estamos ante el peligro de una especie de paradójico liberalismo stalinista, que desconoce toda moral de solidaridad.
Comprobamos con tristeza que el sistema vencedor -mejor, sobreviviente- es tan nefasto y grosero como el vencido. América Latina, incluida nuestra rica Argentina, está en un proceso de miserabilización por causas económicas externas. En pocos años llegaremos al grado de genocidio silencioso como el que padece África negra. Ante el silencio cómplice y/o la estupidez de los políticos no duelan mas que los hombres de fe y los intelectuales, los hombres de la reflexión y de la fantasía; los que impulsarán a la reacción salvadora. Seamos los guardianes del espíritu divino de la infancia. Los guardianes del «principio de fantasía».
¿Por qué precisa de la literatura? ¿Por qué escribir?
Es el aire para vivir más, es multiplicación, visión del detalle y de la totalidad. Para (Jean Paul) Sartre era una «pasión inútil». Inútil o no, la literatura es como el cigarrillo, las drogas, el amor, la religión o el sexo, pasa todas las guerras. Creadores y lectores formamos un gran club, intenso, secreto y mundial. Escribir es un don doloroso, valga la paradoja. Escribo desde chico. Es una exaltación, una búsqueda. Tal vez sea un secreto camino de lo religioso, o de lo erótico, o de ambas cosas. Creo que lo hice durante toda mi vida.
Se lo ha acusado de blasfemo. ¿Cuál es su relación con la religión?
Algunos curas y señoras de sacristía se espantaron de mis desbordes pantagruélicos al relatar escenas sexuales. Se me consideró subversivo. Pero los obispos y los buenos lectores, esos que leen más allá de la irreverencia. pueden advertir en mis libros preocupaciones religiosas sinceras y de fondo. Me eduqué en la religión, me rebelé contra la religión exterior, pero soy profundamente religioso. En algún momento insoportablemente doloroso de mi vida sólo la religión, en el sentido mayor de esta palabra, me ayudó. Tengo una admiración total por la Iglesia Católica pese a mis luchas contra el cristianismo ideológico y mi furia contra la Inquisición en América y su insensibilidad nazista hacia las creencias y civilizaciones precolombinas.
¿Qué es una novela?
«Un diálogo con las posibilidades de vivir”, como dijo Gide. Una reescritura de la historia oficial; una crónica del yo profundo de cada hombre y de la sociedad; la repetición del del mundo tal cual es (ejercicio éste retórico y fracasado), o la reinvención del mundo. Puede ser crónica de la grandeza humana (el Quijote) o de la miserabilidad (Honoré de Balzac, Emile Zola). Puede ser despliegue del lenguaje, hace lo siempre nuevo (etimológicamente novela-nueva-novedad) o repetición ramplona del lenguaje periodístico (Ernest Hemingway). Avenidas de palabras. Lenguaje abierto para que entre el lector y ponga con su propia imaginación y fantasía la otra mitad necesaria para que la palabra escrita renazca, reviva. Es el género de nuestro tiempo. Puede incluir la poesía o el pensamiento abstracto. Como admite mucho, es una trampa para el más estrepitoso fracaso.
¿Cuál es el valor de la irreverencia?
La irreverencia es un fuerte paso hacia la libertad. Es un ejercicio de rebeldía. (Ernest) Jünger decía (como Sartre) que sólo el rebelde llega a escritor. Toda la creación humana es una historia de sucesivas irreverencias, de insolencias sublimadas en obra. Un escritor tiene que ser irreverente, insolente, buscador de lo marginal. Son condiciones del oficio. Irreverencia ante el orden muerto que se nos propone corno razón. E irreverencia ante el caos que se propone como revolución. En el ejercicio del delito continuado de la irreverencia surge la posibilidad de la obra viva.
¿Qué hay en el comienzo de toda creación?
Voluntad de ver, de comprender, de ser. Fascinante aventura de sacar algo nuevo del silencio, de la nada. Es el genético resto de divinidad que parece que lleva este curioso bípedo que llamamos hombre.