Susana Camps, La Voz de Avilés, 02/11/1993
Abel Posse es uno de los pocos escritores argentinos posteriores al boom que ha superado el cierre de nuestras fronteras culturales y comerciales. Autor de nueve novelas, entre ellas Los demonios ocultos, Los perros del paraíso (V Premio internacional Rómulo Gallegos en 1987), Daimón y El largo atardecer del caminante (Premio Extremadura-América 92 convocado por la Comisión Española del V Centenario), habla con nosotros sobre su concepto de la literatura como definición personal, su proyección internacional y la importancia de la narrativa en lengua española en el futuro.
Susana Camps. En varias de sus novelas, por ejemplo El viajero de Agartha y la última, El largo atardecer del caminante, se muestra un peculiar ángulo de la guerra: la guerra por ideales, que además no se condena en ningún momento, sino que se muestra como un error. ¿Por qué?
Abel Posse. Siempre creí que el que protagoniza una guerra tiene una visión muy distinta del que la causa. El que vive la guerra como soldado tiene una visión personal, sacraliza la guerra y las ideas que la motivan, y esto me parece importante. En el caso del Caminante, Cabeza de Vaca tenía una idea de la conquista muy española, y luego se encuentra con una realidad muy diferente. La guerra siempre le ha dado al hombre de reflexión una visión distinta a la vivida por los políticos o los que la declaran. Jünger vive todo el nazismo en Francia, como un testigo que lo contempla todo desde una cueva. Me interesa mucho ese hombre que vive como cómplice pero al mismo tiempo está disociado de los hechos, porque esa ambigüedad permite una visión muy grande de las cosas. Núñez es un hombre que se inicia como un soldado de la conquista y termina como un místico, un indio o como el primer mestizo cultural de América. Es un hombre que hace fracasar el Imperio: camina 8.000 kilómetros, pero no anexiona un solo territorio a la corona; ésa es la prueba de su fracaso, aunque también es la redención de la actitud imperial.
S.C. La actitud del observador, ¿no es un poco trágica? Involucra a otros que están más próximos a la realidad y a la muerte. Juega con fuego.
A.P. El observador es un ser deslindado. No es partícipe de la aventura, su lección es moral. En general el escritor, el hombre de reflexión, no es leal.
S.C. A veces, sus protagonistas disienten de sí mismos: es reiterativo el tema de la otredad, probablemente por motivos autobiográficos. Son personajes que incluso juegan a la impostura.
A.P. La impostura es América Latina. América Latina es un otro. No es precisamente la postura europea española, ni tampoco la cultura autóctona o precolombina; en realidad es un nuevo ser. Es el triunfo del mestizaje cultural, y genera un ser que no se puede integrar en la figura de un «nosotros» establecido. Ya no es el «nosotros» indígena ni el «nosotros» español, sino otro.
S.C. Personalizado en los protagonistas de sus novelas, este ser se extraña de sí mismo.
A.P. Claro, es un nacimiento inesperado, un nacimiento cultural, no étnico. Es una mutación difícil de controlar. Es un elemento simbólico que ilustra los conflictos culturales de nuestra América.
S.C. Por otra parte, este nacimiento y este desapego tienen algo de personal, de autobiográfico.
A.P. Si, en casi todas mis novelas el viaje y el desapego se subliman en la escritura. La escritura rescata y pone en orden la ruptura que crea el viaje, la separación del propio país, el no ser de ningún otro lugar…
.C. ¿Dónde está el placer de seguir «huyendo”, viajando?
A.P. En mi caso ya no hay placer… El resultado sería la revelación iniciática.
S.C. La curiosidad constante.
A.P. Bueno, la curiosidad constante sería algo enfermizo; eso sería una etapa. El premio de un viajero serio sería el premio de Dante, que recorre el Infierno, la Tierra, el Paraíso y llega a una culminación, que es el conocimiento supremo. Lo único que puede rescatar el viaje sería el descubrimiento de una visión distinta, como premio.
S.C. ¿Por qué Dios aparece en sus novelas como un dios enfermizo o cansado?
A.P. El dios del judeocristiano perdió la fuerza del paganismo europeo. Es el dios de la culpa, la represión, no tiene la frescura del cristianismo ni la del Paganismo, que es la «no culpa». A lo largo de la Edad Media se va consolidando como un dios opresivo, monoteísta.
S.C. Pero también muestra en estado enfermizo al dios Sol de los indios. ¿Por qué le interesa, como autor, la visión de estos dioses cansados? ¿Es que no existe una ayuda externa, metafísica, sino sólo la ayuda del viaje interior? ¿Cree sólo en uno misma en la identidad?
A.P. Sí. Pero es el dios que pueda aceptar uno mismo, no un dios externo. Un dios que esté consustanciado con nuestra forma de ser, con nuestra vida intima; perfectamente creíble. En general, hemos vivido con dioses institucionalizados, externos, que después aceptamos o rechazamos. Pero si pensamos bien, en nuestra intimidad vamos creando un dios personal, a veces más débil o más fuerte, que logra desplazar al dios público o no… Creo que ésta es una de las actividades mas importantes del hombre, crear su propio dios.
S.C. De la muerte, dice: «refugiarse en el palacio de la muerte», y «salir pronto del infierno hacia el espacio quieto y puro de la muerte». ¿Es así como la ve, como un dejarse llevar?
A.P. Si. Creo que el «palacio de la muerte» está desprestigiado, el único palacio que se aprecia es el de la vida. La muerte es muy importante, pero la cultura occidental la niega. Esta falta de sabiduría de Occidente hace que toda vida se transforme en una catástrofe, puesto que la muerte es ineludible. Deberíamos integrarla en el circulo existencial del que forma parte.
S.C. Pero el cristianismo no tiene esa visión, sino que la muestra como un paso hacia una nueva vida.
A.P. El cristianismo es el más avanzado en ese sentido, pero no acepta la muerte física, sino que postula la vida metafísica: es un incidente hacia la vida metafísica. En todo caso, es una de las más acertadas posibilidades.
S.C. El escritor es quien se enfrenta a una respuesta menos fácil, refrendada por la colectividad, al proponer la búsqueda Individual.
A.P. Sí, la escritura invita peligrosamente al coraje. En realidad, la pulsión común es el refugio en los demás, la aceptación de las circunstancias. El escritor reivindica una actitud heroica de la existencia.
S.C. Por eso es subversivo.
A.P. Es subversivo siempre, sí. Invita a una cosa que no es la felicidad. La conciencia no es la felicidad. Ése es el choque eterno entre el escritor la generación en la cual vive, que es su soledad. La soledad es el precio que tiene que pagar por su provocación continua.
S.C. Si pudiera establecerse una división entre aquellos escritores que mantienen esta actitud de provocación en parámetros más esteticistas, en el sentido de aquello que está detrás de la literatura, y aquellos que optan por una posición de denuncia de la realidad inmediata, me imagino que se alinearía con los primeros.
A.P. Sí, no creo demasiado en esa división, pero sí. La literatura de denuncia es peligrosa porque el escritor que busca una ideología se dará cuenta en diez años de que hay matices que la hacen variar; y lo que perdura de un libro, incluso ideológico, es su valor estético. Sin esa dimensión estética fracasa el libro. En América Latina los grandes escritores, algunos revolucionarios; han sido comunistas, se han opuesto a las dictaduras, pero apoyándose en un camino estético para expresar la necesidad de transformación. Es el caso de Carpentier, García Márquez, Rulfo, Scorza…, revolucionarios y, al mismo tiempo, grandes estetas. Ésta creo que es una de las grandes cualidades de la literatura hispanoamericana.
S.C. ¿Se puede decir que el esteticismo es más universal?
A.P. Sí, es más universal y, además, por el lenguaje se alcanzan cosas que no se alcanzan cosas que no se alcanzan por el camino de las ideologías. Es más eficaz. Da nuevas armas para interpretar la realidad. Logra conmover, implicar a otros; es un acto de seducción. Eso se logra con el lenguaje poético, con el otro no. Así se explica el fracaso de la literatura realista, que durante treinta años en el Este de Europa ha dado novelas sin vigencia, que han muerto ya. Yo prefiero la línea esteticista, que es la de toda América latina, también desde la derecha: Lezama Lima, Borges.
S.C. Cómo ve el futuro de las letras en la Europa del Este, donde vive actualmente como embalador argentino en Checoslovaquia?
A.P. Yo creo que de allí puede salir un auténtica renovación para las letras de toda Europa. En Europa hay una decadencia de expresión, de creatividad, de grandes nombres. Los novelistas no están creando una estética llamativa, que se imponga en el mundo. La renovación vendrá del Este, como ya se está viendo en la Alemania oriental.
S.C. Entonces, el resurgimiento viene espoleado por el «cansancio de Occidente»…
A.P. Sí, para mí hay algo de eso. En Occidente hay una fatiga y una crisis de valores total, gravísima sobre todo en la juventud. Sólo desde la cultura se van a inyectar nuevos valores, nuevo sentido moral, política.
S.C. Como viajero y hombre de mundo, ¿qué visión tiene de las alternancias de la literatura? ¿De dónde partirá la literatura que predomine en las próximas décadas?
A.P. De Iberoamérica. Desde los años 50, cuando cesa la influencia de Camus, Sartre, como grandes provocadores, prácticamente cesa toda la actividad europea de literatura. Yo creo que es Iberoamérica la que aporta un cambio decisivo: se salta el racionalismo francés y aporta una imaginación cervantina a la novela, el lenguaje poético, el absurdo incluido en la realidad… Es una novela magnífica la nuestra, con Neruda, Vallejo, Machado, Valle Inclán, que son figuras enormes.
S.C. Lo hermoso es poder hablar de todos ellos como de una sola nación.
A.P. Es una sola nación. A veces observo en la crítica española, con horror, cómo se habla de literatura argentina, brasileña… No se dan cuenta de que formamos parte de un solo gran continente cultural, que es mucho más importante que lo político y lo económico.
S.C. ¿En qué país le ha tratado mejor la crítica?
A.P. En España, Francia y Estados Unidos.
S.C. Nadie es profeta en su tierra.
A.P. No, pero aquí tengo la base de mis libros. Aquí me publica Emecé y Atlántida, y en España lo hace Plaza & Janés ahora.
S.C. ¿Está escribiendo algo nuevo?
A.P. Sí, la tercera novela de la trilogía del descubrímiento, que se compone de Los perros del Paraíso y Daimón, y que cerrará una novela sobre las misiones jesuitas que habla del choque entre la visión judeocristiana y la cósmico-americana. Los jesuitas tratan con los místicos y chamanes locales en un encuentro fascinante.
S.C. ¿Cómo concilia su actividad de escritor, que es algo individual y solitario, con su vertiente social de diplomático?
A.P. Soy un esquizofrénico perfectamente dividido. En realidad, la literatura es mi yo profundo, mi intimidad…
S.C No muy intima, ya que la expone.
A.P. No, pero la búsqueda sí es interior. Y lo otro más profesional. El diplomático y el escritor se llevan bien, se ayudan.
S.C. ¿Quién buscó a quién?
A.P. El escritor buscó al diplomático. Le parecía que así iba a ir mejor, pero no sabía el precio que iba a pagar… Es como el matrimonio.