Uno más uno, 22/04/1989
Hace unas semanas estuve en La Habana invitado por la UNEAC (Unión de Escritores y Artistas de Cuba). Era una experiencia interesante pues se trataba de mi primera visita a la isla.
Cuba quería demostrar su apertura cultural en ese congreso que no se reunía desde hace 5 años. El congreso fue la prueba de una saludable deflación ideológica que sancionó Carlos Rafael Rodríguez en un discurso ante 500 delegados y unos cien invitados extranjeros.
En las charlas en los bares del hotel Habana Libre y en los ómnibus que nos llevaban y traían de las visitas, comprendí que un país que ingresó en la fama por causa de su revolución y las tensiones y cambios que originara, es centro de todos los malentendidos.(Bien dijo Rilke que la fama no es más que una confluencia de malentendidos). Y esto se agrava cuando los que juzgan lo hacen desde posiciones políticas: todo se transforma en previsible monserga condenatoria o entusiastamente absolutoria. Vivimos en un mundo maniqueo. El bien y el mal están a la mano de cualquier palurdo, es como el refrigerador o el bidet: forman parte de las comodidades de nuestro tiempo consumístico.
Entre las varias excursiones que se nos ofrecieron había una al penal de mujeres de Occidente. Nos recibió la teniente coronel Ivonne, su directora, inolvidable personaje que nos hizo de guía. Es una mujer expansiva, dicharachera que trata a su personal y a las reclusas con familiaridad. Es una cárcel pobre, sin artilugios de tecnología, pero de una pulcritud sorprendente. Siendo una de mis ya lejanas profesiones la de abogado, pude recordar establecimientos similares que me causan horror.
El sistema penal es de castigo. Pero me pareció que la posibilidad de reeducación de la reclusa existe: tienen acceso a una moderada vida sexual con el esposo o con el compañero que designen al ingresar en una especie de hotel de horas, muy pobre pero digno, edificado en el ala del pabellón administrativo. Trabajan y tienen una renumeración igual a la de todo trabajador similar, descontándoles un porciento por gastos de alimentación. La cárcel de Occidente se dedica a la manufactura textil, de ropa para trabajadores que se exporta al COMECON.
La teniente coronel Ivonne tiene una desbordante simpatía. Nos muestra con orgullo la biblioteca armada con donaciones de autores y de editoriales. Dos reclusas de edad (una de ellas condenada por homicidio) arman un periódico literario enternecedor. Una de ellas lee un poema de su factura.
Nos despiden a los visitantes con un show en el teatrito improvisado. Es un mini‑Tropicana con rumbas y mucho ritmo.
Cuando volvíamos en el ómnibus me tocó sentarme junto a un crítico italiano, me dijo:
- ¿Vio? Es una farsa. Una farsa montada para nosotros.
- ¿Y si fuera verdad?‑ le dije.‑Porque a mi me pareció que era verdad. Me emocionó la teniente coronel Ivonne. No alcancé a ver nada que revelase mentira, falsificación. Le recordé a mi interlocutor que yo había visto cárceles en la Unión Soviética hace 20 años y que me había dado miedo pasar cerca de ellas (Wladimir, Lefórtovo, la Lubianka)…Conozco las cárceles argentinas y las atroces del Frontón y Sexto en el Perú. Las terribles cárceles de Brasil.
Pero ya mi amigo italiano me habla de libertad y tiranía y todo está perdido.
Es la doble vista sobre una sola realidad. Es inconciliable. El patrón ideológico imagina que la cárcel de Cuba (país que no reconoce la organización liberal‑burguesa) debe ser peor que la de Colombia, Perú o Brasil, países de conducción democrática. La categoría política se interpone. Estamos listos. El diálogo será entre sordos. Entonces le dije:
‑A mí no me importa si es verdad o no, si está bien o está mal. Ya está bastante bien que eso se imagine como un deber ser, como lo que estaría bien. Todos los progresos son muy relativos, lentos, y se forjan en la conciencia de los hombres de cada generación. Habrán otras cárceles malas en Cuba, pero esa no.
Además, a mí sólo me sirvió para recordar como son las cárceles en el resto de América Latina, de mi mundo…
Era la doble vista. Desde la experiencia de la civilización italiana y desde la experiencia desdichada de una América Latina donde en este momento más de diez millones de chicos merodean sin hogar.
¿Cómo conciliar las opiniones sobre el bien y el mal?
Necesariamente hablamos dos lenguajes distintos: el de la sobrevivencia y el del bienestar. El colombiano vería en esa cárcel otras cosas que el italiano.