La Nación, 12/10/1989
El Supremo Sacerdote mexicano, el Mexicatl Teohuatzin, esperó solemnemente que los jefes guerreros se acomodasen en las graderías de piedra labrada. Era en el piramidal Templo Mayor de Tenochtitlán (hoy definitivamente restaurado y abierto al turismo, entre la Catedral y el bloque de la moderna Cafetería Nebraska).
Eran los hombres águila con sus plumas brillantes y los hombres‑jaguar, cuyos rostros duros aparecían entre las feroces fauces de la piel de tigre que los cubría y señalaba su casta.
Cuando el corazón del feliz sacrificado terminó de arder en el chacmool, inició su alocución con su voz baritonal, escandiendo el tiempo de sus frases:
«Sabiamente el señor de la guerra, el Tecuhtli, acaba de disponer la disolución de vuestra escuela de guerreros. Vuestros regimientos heroicos ya no tienen sentido: ingresamos en un nuevo ciclo.»
«Definitivamente sabemos que los aparentes hombres que llegaron en el año que ellos llaman de 1492 son en realidad dioses menores. No son los temidos Tzizimines, los demonios de Oriente, como algunos adivinos habían temido. Son los bondadosos dioses anunciados por Quetzalcoatl para este Quinto Sol de los ciclos…»
«Nuestros enviados estuvieron estudiando pacientemente a estos curiosos dioses. Sabemos que ahora se aprestan a saltar desde las islas hacia nuestro continente, hacia el centro del Imperio.»
«Pero nada debemos temer. Hasta hemos podido descifrar y estudiar un ejemplar de su libro sacro. ¿Podríamos oponernos a quienes son portadores del bien y llegan cumpliendo las profecías de nuestros ancestros?.»
«Son los dioses que llegan desde el otro lado del Gran Mar. Son barbados, generosos, huelen profundamente y parecen increíblemente humanos. ¿Ante esta evidencia qué sentido pueden tener nuestros regimientos?».
«¡Oh, son seres maravillosos! Sólo en el inflexible ejercicio de la bondad conciben su propia salvación. Hemos llegado a saber que desde niños les inculcan que el único sentido de sus vidas debe ser la perfección del alma».
«Se quitarán el pan de la boca para saciar el hambre de los nuestros. ¡Su dios prefirió morir en una cruz antes que emplear sus poderes celestiales contra sus verdugos! ¿Este es el ejemplo de sacrificio y abnegación que se recuerda cada mañana en sus ritos. Según parece devoran su propio señor hecho pan… sólo desean consustanciarse con tamaña bondad!».
«Ese dios les enseña a amar al prójimo como a sí mismos y jamás desear o infligir un mal que uno no desearía para sí.»
El asombro
El Supremo Sacerdote observó que los jefes‑águila y los duros guerreros jaguar se miraban asombrados desde sus graderías. Era una mañana esplendente, con un aire (todavía) diáfano; diríase soplado por el mismo Quetzalcoatl desde Teotihuacan, que es la región más transparente del aire, el lugar por donde habitualmente bajaban los dioses antes de la llegada de éstos, que prefirieron acercarse en grandes palacios de madera. El Teohuatzin sabía que debía decirles toda la verdad, la absoluta verdad
«¿Sabéis qué enseñan a sus hijos? ¡Pues que antes de golpear o herir a su ofensor hay que ofrecer la otra mejilla! ¡Aunque no lo creáis! ¡Con el débil se identifican, al débil aman! Multiplican los panes, pero no para enriquecerse sino para repartirlos.»
«Sustituyen la guerra y la violencia con el perdón. Este es un supremo invento: ¡así quiebran el ciclo de la humana venganza!»
«Su dios se expresó en un libro. Y el libro que los guía los obliga a todas estas bondades».
«Dominan el rayo del cielo. Saben contenerlo en un tubo de metal del largo de un brazo. Pero sólo es para uso pacífico. Disparan truenos para alabar a su dios con el revoloteo de los pájaros asustados».
Los cinco nombres
«Nuestros lingüistas creen haber descubierto los cinco nombres de los dioses de su extraña teogonía: Christo, Ispania (o algo así), Oro, Rey, Maravedíes».
«Sin duda lo que más temen y repudian es lo que llaman «el pecado de la carne». Consideran lujuria y presencia del Mal hasta el simple amor de los cuerpos desnudos. Privilegian lo que llaman pudor: hasta el punto que pese al calor del mediodía del año van cubiertos de pies a cabezas con terciopelos, corazas, cascos o boinas con pompón».
«¡Tanto respetan a la mujer que no quieren ni ver la natural desnudez! Imaginad que nuestras doncellas podrán acercarse tranquilas y confiadas. ¡Ven sólo pecado en el placer que no sea para la estricta reproducción santificada por sus monjes!».
«¡Guerreros!: Ahora comprendéis por qué la orden del año 4‑Calli emitida por el señor de Tezcoco. Ya no tienen sentido las escuelas de guerra en que os habéis formado».
«Un ciclo de bondad y redención comienza. ¿Para qué nuestras armas? Esperémoslos con flores y con cantos. Así se los hemos sugerido al supremo señor de Tecnotitlan, al gran Moctezuma».
¿El triunfo de ellos no será acaso nuestra propia victoria, la victoria de todos?».