Rodrigo Alcorta, El Tribuno, 26/12/1988
BUENOS AIRES (de nuestra Agencia). Mario Vargas Llosa conquistó el premio internacional de novela «Rómulo Gallegos» en su primera edición con «La Casa Verde«, al promediar la década de los sesenta. Años después Gabriel García Márquez por «Cien años de soledad» logra ese galardón, el más preciado y mejor dotado económicamente para novelistas de lengua castellana A estos dos pesos pesados de la narrativa de América Latina seguirá Carlos Fuentes con su monumental ‘»Terra Nostra«, y en 1982 el premio va a las manos de Fernando del Paso por su obra «Palinuro de México«.
En 1987 el «Rómulo Gallegos» tuvo una respuesta masiva: el jurado tuvo que leer y valorar más de ciento veinte originales. Era la cifra más alta de su historia. Resultaba difícil alcanzar la unanimidad pero esta vez todos reconocieron la excelencia de «Los perros del paraíso«, la cuarta novela del argentino Abel Posse. Porteño con raíces cordobesas y tucumanas, Posse cumplirá el año próximo 50 años. Celebrará entonces su regreso al país luego de casi un cuarto de siglo de ausencia provocada por su pasión viajera y sus funciones diplomáticas.
No será ese el único motivo de satisfacción. Para entonces su más reciente novela, «La Reina del Plata«, que comenzará a distribuirse esta semana por una editorial argentina, marcará un segundo retorno. El de Posse a una Buenos Aires que lo hizo escritor abierto al mundo europeo y oriental pero que le obstruyó el paso al universo latinoamericano descubierto años después en su alejamiento viajero. Estudió ciencias políticas en París; literatura en Alemania. Ejerció la abogacía en Bolonia y vivió en Sevilla. Vivió en Moscú y a comienzos de los años 70 fue cónsul argentino en Venecia, ciudad que gozó íntimamente, por donde guió a Borges en el deslumbramiento compartido.
Abel Posse está de vuelta en Buenos Aires, redescubriendo lugares, extrañando rostros, interrogando por ausentes, buscando trozos de la ciudad-símbolo de la que recuerda cafés plagados de eruditos, torrentes de información literaria de lejanas capitales, expertos en filosofías orientales y autores exquisitos. «El Tribuno» pudo conversar con él en la vieja biblioteca del club del Progreso, sobre la misma imponente mesa donde se decidían los destinos políticos y se dirimían polémicas literarias. Unos días atrás Posse, había estado en Madrid presidiendo un panel con Carlos Fuentes, Octavio Paz y Maria Vargas Llosa.
Olvidos de la crítica
Aquella Buenos Aires cosmopolita se ha quedado, con los años, provinciana, razona Posse. Tiene razón: nuestra crítica literaria misma ha perdido de vista aquel horizonte que ayer privilegiaba en delineamiento de las expresiones latinoamericanas más próximas. Tan provinciana se quedó que ni siquiera es capaz de reconocer en Posse a uno do nuestros mejores narradores de este siglo.
En 1982 «Daimón» de Abel Posse fue seleccionada como primera finalista del «Rómulo Gallegos» a unas pulgadas apenas de Fernando del Paso. Casi toda la obra de Posse apareció en editoriales españolas y concitó elogios de la crítica menos complaciente. Alfredo Bryce Echenique señala en «Los perros del paraíso» la obra más ambiciosa y la más lograda del argentino. No dudó en situar a éste en las avanzadas «de la nueva narrativa en lengua castellana». La revista española «Insula» llamó a su esquema narrativo «realmente magistral». La argentina «Criterio” vio allí al realizador «de un fresco impresionante».
Pese a estas expresiones Posse aparece como un escritor poco conocido, cuando no desconocido por nuestra provinciana intelectual entregada a la estupidez clasificatoria de los escritores argentinos según sea la cantidad acumulada de años de residencia en algún barrio porteño u otros sitios del país. Salvo excepciones, este ascenso de Posse en la consideración mundial no fue acompañado en su propio país donde silencio e ignorancia se codearon y estuvieron de acuerdo en «hacerse los distraídos».
De Buenos Aires a América
Sorprenden en Posse su calidad y calidez humanas. Su modestia, la claridad profunda de sus pensamientos. «Me inicié en un Buenos Airea que era un epicentro cultural extraordinario. Donde la formación del escritor era distinta: más universalista, una veleta movida por vientos diferentes. Era la ciudad de los Borges, Sábato, Cortázar, Mallea o Bioy Casares. Donde podía caminar hacia las ideas de Oriente con una pasión despertada por Vicente Fatone. Mis primeras novelas reflejan ese mundo», explica Posse.
La literatura argentina de la primera mitad del siglo pasado nace con la fuerza de una libertad expresiva y de lenguaje muy marcadas. Prosa y poesía nacen americanas como los textos de Sarmiento y José Hernández. «Los argentinos fuimos fundadores de esta literatura magnifica del continente. A partir de 1880 perdemos el contacto con lo latinoamericano. El escritor comienza a invadir el terreno del ensayista, habla de él mismo, cae en el conceptualismo».
En los años de formación de Posse el psicologismo ocupa un sitio relevante, casi excluyente. Sus primeras obras -admite- están impregnadas de ese clima. Cuando tomé distancia del país, dice, «me rebelé contra el porteño que me determinaba. Comencé a leer y buscar una estética. Viajando sobre todo, contrarié ese esquema formativo que aún afecta a muchos escritores argentinos. Un escritor, creo, tiene que crecer continuamente y para esto debe negarse. Esta es la dialéctica de la creación. Nunca se debe seguir el impulso que ya se adquirió. El escritor crece por la vertiente de lo que no llena. De este modo creo fui acercándome al descubrimiento de lo latinoamericano», sostiene el autor de «Los bogavantes«.
Aquel aire que campeaba por la Buenos Aires literaria de comienzos de los ’60 no se marchó del todo. «Aún noto hoy en los escritores porteños la pasión por reincidir en ese conceptualismo. Incurren en una idea literaria de lo literario. Este fue tal vez un efecto no querido de la grandeza de Borges. Pero por encima de Buenos Aires vean en el Interior que hay más fuerza creativa, que tiene una vitalidad americana sobre todo en los poetas, de los que en Salta hay muestras excelentes y prometedoras», opina.
Búsqueda de la propia voz
Esa forma de distancia del país -del micro mundo porteño- le puso frente a Latinoamérica. «Esa elección no fue voluntaria. Fue estética y creo comenzó cuando viví en Perú». Este contacto actuó removiendo los recuerdos de las estadías en el Tucumán de su niñez. «Esto marcó un salto de aquella novela ensayista-psicológica hacia otra de contenidos americanos», refiero Posse que comenzó en Cuzco en 1970 su poema «Celebración de Machu Pichu» que editara en Venecia siete años después en la antiquísima Imprenta de San Lázaro de los Armenios.
Cree que el escritor es un ser que “anda merodeando toda su vida sin caer a veces en su propia voz. Todo artista tiene que encontrar su voz. Situarse allí donde su explosión coincide con su carácter con su visión del mundo, su fantasía. Como dijo Unamuno el carácter es el estilo. Me formé pues buscando esa voz profunda que es el único trabajo estético del escritor».
Piensa que hay que tener el coraje y la independencia para encontrar el propio camino. No está de acuerdo con aquellos que «sobreactúan el americanismo». «Exijo que el pensador piense hasta sus últimas consecuencias. No hay que pedir permiso para recrear y crear el lenguaje. En una etapa de madurez ya no es posible pedir permiso para pensar», anota.
Los perros del paraíso
Ese vuelco lo lleva a concebir un enorme tríptico sobre el misterio de América. No ya de una visión ensimismada sino abierta, aunque la aparición editorial de sus dos primeros libros de esta trilogía hayan trastocado los tiempos conviene ordenarlos por su orden literario. Primero, dice, están «Los perros del paraíso» (1987, luego «Daimón» (1982) y aún en gestación «Los heraldos negros«, en homenaje a César Vallejo.
No se trata de novelas históricas. Posse no respeta los tiempos lineales. Ni observa como un seco erudito la letra de los documentos y testimonios que conoce tanto o más que uno de esos eruditos repletos de citas. Captura la historia escrita, recoge testimonios de cronistas, historiadores y funcionarios de época. Llega a lo minucioso. Todo esto da a su novela una riqueza desbordante, una frondosidad deslumbrante. Al leer se está ante un fenómeno visual con mucha fuerza y sensualidad. «Hay algo cinematográfico en su novela». Pero no hace historia. «Ellas trascienden el episodio histórico. hago una burla del tiempo lineal. Colón aparece hablando lunfardo no por rebuscado anacronismo, pues lo genovés está implantado en el modo de hablar porteño. Uso el pasado para entender el presente», dice.
Elige la historia pues América Latina «no tiene una historia para interpretar un presente de quiebra». Busca en ese pasado las claves de nuestra no-realización, de nuestra eterna adolescencia, de la perpetua promesa de llegar a ser alguna vez actor y no sólo potencia. En «Los perros del paraíso» Posse enhebra tres historias que transcurren, al mismo tiempo en escenarios diferentes, con personajes disímiles (y que se ignoran mutuamente) pero que en 1492 confluirán guiados por una mano misteriosa en el suceso más importante de Ia historia universal: el descubrimiento de América.
La primera de esas historias es la vida de los Reyes Católicos, descendidos a su humana condición, con sus pasiones, bajezas, apetitos y grandezas. El diario «ABC» de Madrid se asustó por la «irreverencia» de Posse quien, pese a esta alarma, es desde hace años colaborador del periódico monárquico más antiguo de España. El empleo de la ficción y el recurso a ir más allá de la historia con las armas de la propia historia produce más espanto que las fantasías sin bases. Umberto Eco lo acaba de experimentar con la durísima critica del Vaticano a su radiante novela.
A esa historia de unos reyes crueles por fanáticos en la defensa de su fe religiosa y visionarios ambiciosos, se añade un segundo piso: la vida de Cristóbal Colón, «buscador de paraísos terrenales y de piedras preciosas; sintetizador de culturas y credos, portador de una idea de redención del Imperio que concluyó en genocidio», acota Posse. Y el tercer piso está poblado por esos extraños seres no previstos en los tratados de los teólogos: los indios.
Ellos son «Los perros del paraíso«, según la brutal descripción de los deslumbrados cronistas que veían zozobrar sus ideas, palabras o imágenes del universo. Eran aquellas «bestezuelas incapaces de ladrar», sin almas, equiparados a animales por lo que otro teólogos creían, valía la pena debatir en aras de demostrar su condición humana. Parecía que aquellos europeos no habían llegado a un nuevo continente sino que habían arribado a un planeta distinto. Su novela no es ideológica, sostiene. No es arbitraria pero tampoco tiene el trazado geométrico que las trampas del puro racionalismo tendió hasta desalojar todo atisbo de fantasía y sueños en esa historia inexplicable sin el escritor.
Posse pasa a «Daimón«. Ya no es el tejido casi ciego de estas tres historias que se van gastando en escenarios diferentes: la Corte española, la imaginación de Colón y el mundo de los indios americanos con una creatividad muy superior a lo que luego se quiso admitir. «Daimón» es la conquista, no el primer choque. Es el solo escenario de América, es la historia del despotismo, del caudillismo, «Los heraldos negros» será la unión del choque de las visiones contrapuestas; la aparición de los jesuitas, la idea del hombre nuevo.
Creo que la literatura aportó más que la filosofía y la política a la unidad y autoconciencia de América Latina. «Ella es el único elemento de amalgama que tuvimos, el único que cumplió una visión unitiva. Dotó a nuestra región del único espacio de unidad con lenguaje autónomo. Creo que la literatura más viviente de nuestra época es la de América Latina», afirma este hombre que se define como un optimista, como un creyente de nuestras capacidades opacadas por la predicación de nuestro subdesarrollo como fatalidad, como mal congénito.
Gran lector de teología y los místicos, conocedor de la filosofía oriental, erudito de la literatura de los cronistas, conocedor de las culturas precolombinas, Posse dice que un escritor «es un enorme caudal de impulsos’. Luego, confiesa. «Estoy lleno de obsesiones». En su pesimismo advierte una defección en nuestra inteligencia. «Esa inteligencia no se traduce en un sistema eficaz para encauzar todas nuestras energías y capacidad. Es una inteligencia dispersa, sin sistema unitivo, anárquica. Pese a esto la charla con Posse vuelve a la visión más positiva: «Pienso que la literatura es el único campo de verdad que nos va quedando en este momento: el peor y más agudo de nuestra crisis continental. Esta situación lleva a que el hombre se recoja, que reflexione en ese compañerismo, íntimo y un poco desesperado, con el libro», concluyó Abel Posse.