La Nación, 14/02/1997
A medio siglo de su famoso viaje a Europa, Evita desembarca otra vez, con no menos estruendos de capelinas, aglomeraciones, periodistas, vestidos floreados y revuelo de modistos e improvisados sociólogos. Más que retorno, invasión evitista.
La película de Madonna, recién estrenada en París, concentra un vasto movimiento de nostalgia y mitificación. Hay que precisar que antes del film, una embajada de tres libros argentinos, traducidos a todos los idiomas europeos, invitaron a una reflexión y a una aproximación del personaje para todos aquellos que se propusieron la difícil pregunta: ¿Pero quién era, en realidad, Eva Perón?
Es muy difícil responderles a los europeos. Me tocó intentarlo ante la televisión y los diarios de Alemania y de Holanda con el motivo de la presentación de las traducciones de mi novela. Muchos recuerdan a la diorissima Evita como un cometa que pasó iluminando brevemente las ruinas de la posguerra europea. Detrás de lo efímero del protocolo y de sus pieles de verano, queda el recuerdo de su esencia: carácter, determinación, pasión.
Los envejecidos «progres» de Le Monde arremeten a doble página con su indeclinable fascismo antifascista. En ese prestigioso espacio, Héctor Bianciotti, aunque atareado en las pruebas de su uniforme de académico de Francia (sus amigos, según es tradición, hicieron una colecta para comprarle la espada o couteau) dedica un recuerdo juvenil a la visita de Evita a los talleres aeronáuticos de Córdoba, subida en un enorme tractor. Para ilustrar a los franceses que tanto aman la precisión histórica, les informa que «los grandes actos peronistas se cerraban con el coro de uno de los lemas preferidos: ¡Alpargatas sí, libros no!”
Madonna súper‑Evita
El musical fue presentado como una gran operación del show-bizzness. Desde ahora y por muchos años, Evita será Madonna, que aunque retacona y nada fina (sin lograr la caracterización increíble de Esther Goris) logra al final de la película salvarla de la catástrofe y hasta transmitir lo fundamental de Eva: dolor, pasión, rabia, coraje, amor. Perón queda bien tratado, más bien en el ángulo gris de la pantalla, como si alguien hubiese intuido que era más complicado y misterioso que la misma Evita. Los errores históricos son generosos, a veces: los adeptos a Magaldi agradecerán que, aunque murió en 1938, aparezca saludable y hasta irónico hablando con Evita en 1945. Un error grave y verdaderamente inaceptable, surgido de la mala fe o de la grosería hollywoodense, es el de pretender sugerir que el cáncer de Eva, en 1951, aparece ligado a una supuesta traición a los ideales de la masa peronista. Eva cae desmayada en el mismo momento en que fuerzas policiales la emprenden a palos y tiros contra un imaginario levantamiento de obreros que reclaman libertad de prensa. Al tiempo que el director omite el levantamiento del general Menéndez (1951). De modo que, según el film, Evita muere con la oposición política de su gente que se siente traicionada (y que pareciera reclamar un retorno del atroz Braden). Este desbarajuste de guión se contradice en la toma siguiente, cuando muestra a todo un pueblo llorando y acompañando el descomunal velatorio (reconstruido con un esfuerzo admirable).
Pese a los apuntados errores, el film difunde, elogia, ensalza, una de las personalidades más fascinantes de nuestro siglo político.
La exportación de ídolos
Algunos periodistas inclinados a la sociología se preguntan, ante el entusiasmado retorno de Evita, las razones de semejante receptividad. Vivimos tiempos grises, aburridos, desde el punto de vista de los líderes políticos. El burócrata que estudió economía se adueña en todas partes del sentido y la dirección de la vida comunitaria. En Europa se vive el paulatino abandono del «estado de bienestar» con el malestar de no encontrar un camino alternativo para crear seguridad y pleno desarrollo comunitario. Evita se presenta como el recuerdo de una rabiosa voluntad de justicia social, de lucha contra el burocratismo del poder abstracto, y como defensa de los marginales, empezando por las mujeres de su tiempo. Podría ser una explicación. En todo caso es fascinante como aventura de mujer. Esta Evita que no dejó de ser nunca exquisitamente femenina, hasta el punto de ordenar, poco antes de expirar, el color de esmalte de uñas que quería para la difunta.
Lo cierto es que hay una sorprendente abundancia de ídolos y fuori serie argentinos. TV1 de Francia acaba de brindar un extraordinario homenaje a Fangio como el más grande corredor de todos los tiempos junto con Ayrton Senna. No hay semana que no salga un libro de compañeros o allegados de Ernesto Guevara de la Serna. Varias películas amenaza su gloria de puro guerrero: los ingleses acometerán una con Antonio Banderas (que ya se entrenó para el personaje en el film de Madonna). La comuna de Toulouse se apropió definitivamente de Gardel y propicia festivales y museos. Y, obviamente, Maradona y el tango, y Martha Argerich y el inolvidable Di Stéfano…
Exportamos ídolos, personajes increíbles, paradigmas en sus diversas disciplinas. Como dije alguna vez en esta misma columna, uno siente en Europa que Borges fue el escritor que los europeos no pudieron tener en esta generación.
Recuerdo cuando me tocó acompañar al Palacio del Elysée al embajador de la Argentina, que presentaba credenciales y reparé en la frase con que el presidente Mitterrand quiso definirnos: País cuya capacidad creadora y de inteligencia es reconocida…
Por un lado los genios, por el otro la mediocridad de los dirigentes de nuestra vida cotidiana. Curioso destino.