La Nación, 11/05/2011
Los argentinos somos así: le dimos a Sabato más bienvenida en su muerte que aprecio y respeto en su década de enfermedad. Era como si los críticos hubiesen estimado que su literatura era ya insignificante o poco menos.
Pero su comprometida personalidad alentó y estuvo presente a lo largo de su siglo de vida. Visitó como protagonista las más importantes provincias culturales, desde el marxismo-leninismo de sus comienzos, pasando por el cientificismo que lo llevó al París del Instituto Curie y a la eclosión de la física nuclear. Su rigor ideológico y cientificista descubrió el irracionalismo poético de los surrealistas en su auge de los años 30. Fue un episodio decisivo. Sus caminos se bifurcaron y Sabato y Matilde se apartaron en un rancho cordobés y abordaron lo literario por la puerta del ensayo crítico: desde Uno y el universo en 1945, Hombres y engranajes , El escritor y sus fantasmas , Heterodoxia .
Un libro es decisivo para Sabato: El hombre rebelde, de Camus. Y las polémicas entre éste y Sartre serán fecundadoras para el argentino para enfrentar las aporías de las ortodoxias asesinas y del liberalismo explotador. Desde entonces andará solo, por el filo de la navaja. Sería la historia misma la que, más allá del esfuerzo de los pensadores, terminaría por resolver las peligrosas oposiciones del siglo.
Es cuando Sabato intenta su mayor empeño y plasma su perplejidad en Sobre héroes y tumbas . Su intento de novela total y argentina, donde dejó una importante enseñanza conceptual.
El diálogo entre dos figuras de la literatura y el periodismo, Enzo Betiza y Claudio Magris, publicado recientemente en el Corriere della Sera, de alguna manera se elevó a un cuestionamiento sobre el destino de la novela, particularmente en la esfera de la literatura occidental. Perciben en Europa un aire de decadencia si se tienen en cuenta el esplendor productivo antes de la Segunda Guerra (Proust, Kafka, Joyce, Musil, Faulkner, Musil, Hermann Broch, Nabokov y tantos más). Después de este auge, en la segunda mitad del siglo irrumpió la prosa latinoamericana con aire de renovación y de libertad sin precedentes en la esfera literaria ibérica (Lezama Lima, García Márquez, Rulfo, Guimaraes Rosa, Borges, Arguedas, Sabato, Lispector, Sarduy). Fue una superación de la novela francesa y de los esquemas europeos. Aportaron una liberación de fantasía y una inusitada creatividad de lenguaje. Una expresión de latinidad sin complejos.
En Europa se nota una fuerte caída de figuras y obras que puedan compararse con las del siglo anterior. Hace años que se nota esa disminución y Magris y Betiza sienten que tal vez ya empieza a afectar también a nuestras letras. Piensan que es necesario repensar la posibilidad de la novela por el lado de su mayor destino. Devolverle al género sus posibilidades más altas. Si se dicen los nombres de Mann, Kafka, Broch, nos ahorramos tener que extendernos en aclaraciones. Si se evocan los latinoamericanos citados, se comprende que hay una reescritura de la Historia y una legitimación descolonizadora del hombre y de las circunstancias de nuestro continente. Una literatura brillante y creadora de lenguajes variados, originales.
La literatura en esta dimensión adquiere gravedad. Borges, Arlt y Guimaraes Rosa dejan en claro una actitud donde la «gravedad y el brillo», parámetros que usaba Gide en sus críticas, quedan debidamente divididos. Una literatura seria aporta conocimiento por el camino sesgado, indirecto. Puede alcanzar lo verdadero sin pretender lo exacto, y sin excluir lo poético hasta el riesgo de lo inefable. Betiza y Magris analizan el auge de la literatura relativista, que abusa del vocablo «entretenimiento». Borges malusó ese término tomado del inglés, pero en su obra fue todo lo contrario. Broch o Kafka vierten en el mundo graves visiones que debemos tomar como conocimiento. Cortázar, por ejemplo, sin duda divierte, su Rayuela es un simpatiquísimo Ulysses para teenagers. En sus cuentos es otro.
Escribe Sabato ya en 1963: «La literatura grande es necesariamente seria. La gran literatura se propone la investigación de la condición humana, investigación feroz, ya que un hombre que no se plantea ese problema con indignación es probable que no pueda atravesar el abismo. Esa literatura sería no excluye la risa, el esperpento o la ironía. Cuando Pushkin escuchaba los desopilantes relatos de Gogol, entre carcajadas de repente decía: ¡Dios mío, que triste es Rusia! Literatura para divertirse es otra cosa: la mayor parte de las novelas de terror, los policiales, mucha literatura fantástica y hasta cierta cantidad de páginas de Joyce». La estética de Sabato era rigurosa. Agregaba una exigencia de indignación.
Betiza y Magris ubican entre los contemporáneos a Sabato, Vargas Llosa y al estadounidense-francés Jonathan Littell, el autor de Los benévolos (un viaje de mil páginas por el alma de un SS y del nazismo). En estos tres autores disímiles y de calidad variada veían la común voluntad estética para «recuperar una dimensión fuerte de la literatura en oposición al pensamiento débil posmoderno» (según el tema del filósofo Vattimo). Betiza considera indispensable «una literatura fuerte para un siglo largo». Un siglo sin respuestas seguras para el desarrollo de la situación de la condición humana, de la calidad de vida y de los conflictos sociales, políticos y espirituales. Betiza señala que hubo un gigantesco impulso creador en la novela del siglo XX que se desdibujó casi en naderías pasajeras, relativistas, particularistas, ombliguistas, que nos llevan de Kafka o Borges a los pasatiempos decadentes o chistosos de Michel Houellebecq o del talentoso e intrascendente Bolaño. Esta reflexión de Betiza y Magris, como expresión de una creciente preocupación antidecadente, se publicó en abril de 2010. Sabato estaba en su larga agonía y muy lejos de estos temas. En aquel odioso olvido que le dedicaban sus compatriotas como si hubiese ya muerto, le habría gustado ver su foto en uno de los mayores diarios europeos concediéndosele el reconocimiento de maestro en tiempos de frivolidad, más allá de los logros y defectos de su obra. Intentó la gran novela argentina. Sus logros finales son discutibles. Justamente Claudio Magris cierra el diálogo con Betiza aclarando que «lo que cuenta no es tanto el producto final literario sino las cosas últimas y permanentes».
En la moda literaria hay rencores, aprecios exagerados y desprecios excesivos. Tal vez el mayor aporte de Sabato, olvidado tan estruendosamente como lo reencontraron en el día de su muerte, ha sido su concepto de la novela y de la poética en general, de no olvidar «su más alto destino», como expresara Hegel en sus clases de estética.
Las obras a veces envejecen, pero el concepto de la novela en Sabato podría ser motivo de muy útil beneficio para tantos jóvenes escritores tentados por la literatura light y el exhibicionismo personalista. Trabajar para una literatura intrascendente sería una «pasión inútil».