La Nación, 20/07/1997
La publicación, la semana pasada, del artículo de tapa sobre las vinculaciones de grupos de poder de Buenos Aires con el régimen nazi generó controversias respecto del verdadero alcance de esas relaciones, del contexto en que se produjeron y de la posición adoptada por nacionalistas católicos. Las dos notas de esta página agregan datos y opiniones sobre una discusión que sigue abierta.
Este suplemento publicó la semana pasada una nota firmada por Uki Goñi que detallaba cierto material desclasificado recientemente en los Estados Unidos, referente a las gestiones de Juan Carlos Goyeneche en la Alemania nazi. Es un serio y útil aporte sobre un tema bastante olvidado desde la publicación de obras tales como las de Newton y de Buchruker.
Pero estimo que la visión de Uki Goñi es demasiado inmediata o política. Hay en esta historia ciertos aspectos fascinantes.
En los años cuarenta, el nacionalismo argentino ‑y el minoritario sector pro nazi del mismo‑ tenía grandes dudas acerca de la naturaleza del nazismo en lo que hace a sus aspectos culturales y a su visión del cristianismo. Había en el nazismo disonancias profundas y oscuras que no se comprendían ni en Iberoamérica ni en los Estados Unidos y el mundo anglosajón. Algo extrañamente religioso se expresaba sin palabras, más bien en los gestos y rituales político-militares de la estética nazi.
Tampoco en la esfera de la Falange española se comprendía bien. Fue ante esta perplejidad que se produjeron viajes de sondeo como el de Goyeneche. Misión extraoficial, de los nacionalistas, aunque apañada por el presidente Castillo.
Franco, el modelo
Nuestro nacionalismo era agropecuario, académico y de «misa diaria». Tenía fuerte influencia en el Ejército. Era hispanista y franquista. Franco era tenido por el príncipe cristiano ejemplar: el
San Jorge carpetovetónico capaz de herir de muerte al dragón materialista. Eran argentinos de bien, a veces con una curiosa britanidad de educación que no les parecía paradójica. En la germanidad militar vieron la venganza contra los usurpadores de las Malvinas. (Algo parecido se vivió en el partido todavía revolucionario de Gandhi y de Nehru, en Palestina y en otros dominios donde se podía odiar la presencia de los británicos.) Eran pro germanos más que nazis. Los sectores que se creían pro nazis eran generalmente militares, por admiración a la maquinaria bélica y a la disciplina castrense de los alemanes. Muy pocos conocían los verdaderos contenidos de lo que afirmaban desear.
¿Pero quiénes y cómo eran los verdaderos nazis? ¿Cuáles serían sus decisiones sobre América la tina, sobre nuestras Malvinas, sobre nuestro espléndido comercio con los detestables británicos? Goyeneche viajó antes del golpe del 4 de junio de 1943 con estas preguntas decisivas dirigidas directamente á Adolf Hitler.
Ya por entonces, Juan Domingo Perón y Jorge Luis Borges, por caminos muy diferentes, conocían las respuestas.
Imaginemos el Berlín de 1942 al que llega Goyeneche. La Unter den Linden con su doble fila de cruces gamadas. Esos cabarets donde ya se ven irreparables heridos entre el personal uniformado. Algún SS de licencia que deja sus guantes y su gorra con la siniestra calavera de insignia. Mujeres de espaldas desnudas. La voz de Zarah Leander. Hay cierto erotismo desesperado de seres que presienten la tragedia. El hotel Adlon, donde se establece Goyeneche como representante de las «juventudes católicas argentinas». (Demostró ser un extraordinario diplomático independiente: será recibido por Himmler y Von Ribbentrop.)
Goyeneche viene del protegido Kindergarten argentino. Señala a los jerarcas del neopaganismo su preocupación por la falta de educación religiosa en Alemania. Padece la misma perplejidad que antes habían vivido Serrano Suñer, Antonio Tovar y Agustín de Foxa, cuando en los primeros tiempos del triunfo franquista pensaron en la posibilidad de nazificar la Falange y asociarla a las SS. Nada sabían de las Napola ni de los Ordenburgs donde los jóvenes aprendían una religión de muerte heroica y de paganismo germánico.
El nuevo orden
Un escritor porteño apenas conocido escribiría esa definición metafísica del nazismo que los políticos no acertaban. Escribe o narra el nazi que imaginó Borges en su relato «Deutsches Requiem»: «El mundo se moría de judaísmo y de esa enfermedad del judaísmo que es la fe de Jesús; nosotros le enseñamos la violencia y la fe de la espada… Muchas cosas hay que destruir para edificar el nuevo orden…»
Las propuestas de apoyo de un gran frente hispanoamericano católico y antibolchevique deben de haber sido recibidas con un gesto de ironía de Von Ribbentrop y Himmler.
Franco había advertido esta diferencia esencial que explica su cazurro retraimiento ante Hitler en Hendaya. Se trataba de una desarmonía básica: el nazismo proponía algo incompatible con el espíritu cristiano, aunque por razones tácticas toleraban y negociaban con las jerarquías, protestante y católica, de Alemania.
La «misión Goyeneche» fue de extrema importancia. Los nacionalistas, poco antes del 4 de junio de 1943, ya estaban desilusionados de todo acercamiento profundo con el nazismo. La incompatibilidad filosófico‑religiosa básica, que ya había experimentado Serrano Suñer, se repetía en los nacionalistas criollos (que serían advertidos por Jacques Maritain, en su polémica con César Pico, de esta oposición fundamental).
Como se dijo, el nazismo quedó como una admiración militar. (Aunque Perón ya pensaba en una gran acción social de signo particular cuando la mayoría de sus colegas creían que Stalingrado había sido apenas algo como un accidente del tránsito.)
Hay que agradecer a Uki Goñi el material que publicó. Pero hay que interpretarlo adecuadamente. Las dudas de Goyeneche y de hombres como Mario Amadeo o Máximo Etchecopar, en un momento de viraje decisivo, contribuyeron justamente con su desilusión a evitar lo que anuncia el título de su nota, que Argentina fuese «cortesana de Hitler». Goyeneche, que en ningún momento fue representante del gobierno argentino de entonces, pese a que se le dieron seguridades de un futro comercio y de independencia de Malvinas si los alemanes triunfaban, volvió con una duda básica insatisfecha.