La Nación, 16/04/2006
Occidente, Oriente y el sentido de la vida, cuya concepción llevó largos años de estudio, es un aporte necesario y trascendente. Necesario, porque al ahondar en la inquietud del último Martin Heidegger, aproxima el pensamiento oriental a la filosofía de Occidente. Trascendente, porque pregunta por el sentido de la vida en una instancia, como la actual, de crisis espiritual.
Para Oscar Lavapeur, esa pregunta básica por el sentido de la vida no puede desvincularse del interrogante metafísico capital: el fundamento de todo cuanto existe, el misterio del Ser.
«¿Por qué los entes y no la nada?», se preguntaba Heidegger retomando a Leibniz. La búsqueda de ese elusivo fundamento que se oculta al manifestarse en las cosas lo hizo radicalizar la indagación ontológica, denunciar el olvido de la misma y encontrar en la esencia del hombre el vínculo y las resonancias que posibilitan su acercamiento. Tal es el rumbo que sigue Lavapeur: el sentido de la vida no puede disociarse del universo, ni de su fundamento y sentido.
Luego de un bosquejo de los logros actuales de la ciencia, reivindica para su objetivo la competencia de la filosofía. En el primer capítulo Lavapeur establece un orden y jerarquización del conocimiento. En el plano profundo ubica a la interrogación metafísica, pero asigna igual categoría al arte, a la fe y a la ética fundada en el amor, como vertientes del hontanar ontológico.
Lavapeur intenta una aproximación al fundamento. Recorre así la historia de la filosofía occidental, desde su nacimiento con los presocráticos del siglo VI a. C., pasando por los sistemas de Platón y Aristóteles, la filosofía helenística y la medieval, hasta la filosofía moderna y la reacción contemporánea centrada en la refutación que, en La proposición del fundamento, Heidegger hizo del pensar representativo del ya nombrado Leibniz.
Busca el autor los orígenes de la espiritualidad y del pensamiento que pasa del mito al logos y lo encuentra en la teoría del «tiempo eje» de Karl Jaspers cuya médula, con sus precedencias y secuencias posteriores, se remonta al siglo VI a. C. Lavapeur deslinda y prioriza en esos albores dos focos sustanciales que darán lugar a las culturas que habrán de regir hasta nuestros días. La India, que desde los Vedas y las Upanishads se propagará hacia el Este y generará el pensamiento oriental, y Grecia, que desde los presocráticos y los sistemas de Platón y Aristóteles, estructurará nuestra filosofía occidental. Con pocas intermitencias estos dos grandes cauces marcharán escindidos.
Luego de plantearse la superación de la historia, el autor recorre sin resquicios la totalidad del camino de Oriente y cada una de sus posturas. Los Vedas, las Upanishads, las distintas escuelas del Budismo, el Jainismo, el Taoísmo, el Tch´an y el Zen encontrarán en él una clara exposición y una aguda hermenéutica. Ya en este desarrollo aparecerán las afinidades con Heidegger y una posible confluencia que se cernirá en el epílogo.
Después del recorrido por los bastiones del pensamiento occidental y de las confluencias con el de Oriente, Lavapeur arriesga una personal definición del sentido de la vida, por otra parte insinuado a lo largo de la obra. Son de remarcar allí los pensamientos de Miguel de Unamuno, de Jaspers y, sobre todo, los cuatro períodos que el autor desbroza en la filosofía de Heidegger. El final, aparte de su prudencia y hondura, aparece iluminado por una notable belleza expositiva. Es preferible no anticiparlo para que cada lector lo descubra por sí mismo.
Una extensa y jerarquizada bibliografía cimienta la seriedad y el alcance de este libro cuya lectura resulta esencial. Además del interés académico de su tesis, la prosa, diáfana y didáctica, de Lavapeur aporta una lúcida visión, tanto de la historia de la filosofía de Occidente como de la de Oriente. Es además una inmejorable introducción al conjunto de la filosofía de Heidegger.