Hespérides, Madrid, n°9, pp.353-358- 03/1996
Antes de que se concretase en Alemania el triunfo de la ideología nazi, Heidegger había plasmado los puntos esenciales de su pensamiento solitariamente revolucionario. En 1927 escribe Ser y Tiempo, en esa Alemania donde agoniza la república caótica e hiperinflacionaria de Weimar. Son tiempos revueltos que engendran tanto un extremismo nacionalista como un internacionalismo dominado por la virulencia comunista.
Además, para los conservadores y los tradicionalistas sureños, el nacional-socialismo se presentaba como el partido anticosmopolita. Eran el tipo de conservadores existentes en toda Europa, que tenían y tienen un reflejo de antipatía hacia la exagerada presencia intelectual judía en la universidad, en el arte, en las finanzas, en el periodismo, etc. Usando la arriesgada pero útil expresión que utiliza Thomas Sheenan, Heidegger se fue transformando en “un nazi normal”. Aceptaban ese movimiento histórico, o convulsiva aparición, sin sentirse partícipes de ningún antisemitismo violento. La violencia de las juventudes nazis les parecía más bien una explicable respuesta ante la violencia revolucionaria de la anarquía y de la izquierda revolucionaria. Los SA eran el contrapeso de las brigadas de choque del Partido Comunista. En 1933, por razones tácticas, el nazismo utiliza un rostro de legalidad y aprovecha el prestigioso apoyo que le confiere el Mariscal von Hindenburg. Por entonces, la mayoría de la poderosa comunidad judía permanece en el país y su poder financiero sigue actuando poderosamente.
La ideología del nazismo se fue conformando con muchos materiales que también impresionaron al joven Heidegger, revolucionario filosófico independiente, que vería su tesis doctoral (nada menos que Ser y Tiempo) rechazada por una Universidad dominada por el pensar de la decadencia. Tanto el nazismo como Heidegger en su etapa formativa coincidieron en algunos puntos centrales:
- El nazismo del comienzo se presentaba como un movimiento o estremecimiento poético-ideológico restaurador de la mitología germánica (Wagner). Compartía la pasión nietzscheana de alcanzar la “transmutación de todos los valores” afirmados por el largo desvío de la dominación judeocristiana en Occidente. Se inscribía en la tradición wagneriana de la Alemania profunda, vinculada a Fichte, Schelling y los líricos mayores. Postulaba un renacimiento de dioses auténticos (germánicos) sobre los restos de la “muerte de Dios”.
- El nazismo exhibía un novedoso costado “ecológico”, de retorno a la naturaleza, tal como lo expresaba Walter Darré en sus discursos sobre “sangre y suelo”. Para Heidegger, que veía en el modelo anglosajón de la idea de modernidad, y especialmente en la tecnología, el mayor de los peligros, se comprende que el lenguaje de los nazis le haya sorprendido, como quien encuentra una veta de agua en el desierto judeocristiano. En general, el intelectual descree de la posibilidad de ver encarnadas sus ideas por los movimientos políticos. Heidegger sintió seguramente que el nazismo, de manera inesperada, se investía con mitos primigenios y hasta con una “voluntad” digna de las mejores nostalgias de Nietzsche.
- Heidegger descreía de la democracia pluralista. En ese tiempo, tanto la izquierda como la derecha europeas participaban más de la idea del “Conductor” o del héroe político, como podrían definirlos Carlyle o Max Scheler. Muchos conservadores (como los izquierdistas) no consideraban que la democracia pluralista pudiera conllevar dimensión creativa alguna. Más bien les parecía un azar masificador, una hipócrita recomendación de los anglosajones. No oponían muchos reparos ante el “voluntarismo” del Führer ni al programa totalitario del estalinismo.. Después de la experiencia caótica de Weimar, la democracia les parecía la sustitución de los “señores” por la plebe, el Brahmin desplazado por una envilecedora alianza de los Vaishas, los comerciantes, con los parias.
En marzo de 1933 Heidegger asume el Rectorado de la Universidad de Friburgo. Es un acto claro y decidido, “un compromiso”, como diría Sartre (que sólo justificaba esos “compromisos” cuando iban hacia la izquierda). Viste el uniforme nazi, inicia sus clases con el saludo romano. Seguramente se siente un protagonista de “el Nuevo Comienzo”, del desocultamiento del Ser.
En su famoso discurso del Rectorado expresa la adhesión de la Universidad al movimiento que cree renacentista y asegura, además, la fidelidad total al Führerprinzip. En el temprano 1933, esa honestidad es indudable como las declaraciones proestalinistas durante la Guerra de España, de Gide, Malraux, Sartre, Neruda, Orwell y centenares de notables expresadas antes de las revelaciones del “universo Gulag” o de la invasión de Checoslovaquia.
Heidegger ejercita su poder reorganizando los estudios filosóficos con la pasión de quien siente que Alemania es la heredera filosófica de Grecia y la lengua germánica la única que, como el griego, “habla el lenguaje del Ser”. Se porta notoriamente mal con Husserl, su maestro (judío), y se distancia de Karl Jaspers (liberal). Cree, tal vez como la mayoría de los profesores conservadores, que hay demasiado avance de los judíos en Alemania, en la Universidad, el periodismo, las artes, etc. En cuanto a los católicos, su batalla ideológica era contra el judeocristianismo, como una cultura persistentemente invasiva que había anulado las raíces de la germanidad y de la paganidad grecolatina. Su humilde familia había sido protegida por la Iglesia, él se rebelaba desde una honestidad filosófica, contradiciendo sentimientos de su pueblo y su familia católica.
Aunque el Tercer Reich se prometía una dominación de mil años, Heidegger, a once meses de asumir el cargo, renuncia al Rectorado. Tal vez la respuesta más válida la podamos tener de parte de Ernest Jünger, su amigo. Éste ironizó sobre el tremendo orgullo de Heidegger, que se sintió más bien defraudado por el nazismo tal como era aplicado. Lejos de disculparse, Heidegger esperaba “que Hitler volviese a la vida para pedirle perdón por haberlo hecho equivocar”, escribió Jünger.
Bernd Martín, historiador de Friburgo, destacó recientemente interpretaciones novedosas sobre la conducta de Heidegger en 1933: “Heidegger tomó decididamente partido por la función guíade la filosofía, tal como lo formuló Platón en la República. Este fue el error… Creyó qu podría desde la Universidad de Friburgo crear una corriente directiva”, por encima de la política y del mismo Führer. En esos pocos meses de rectorado Heidegger comprendió que no era seguido por los profesores conservadores, y que su posibilidad de Führer cultural-filosófico, no tenía realidad, ni espacio ante el poder total de Hitler. Este hecho es capital y poco conocido, pero explica las ambigüedades del filósofo, y una ingenua voluntad de “reconducir” y dirigir aquel nazismo naciente.
Según Otto Pöggeler, que pasa por ser el especialista más informado sobre Heidegger (según Bernd Martín), “las pretenciones de liderazgo de Heidegger tenían como propósito guiar al Führer, domesticar en cierta manera el movimiento nacionalsocialista científica y filosóficamente.”
Heidegger nunca dio una explicación clara de su alejamiento, de la misma manera que nunca quiso “arreglar” los hechos o sus escritos para aliviar su coincidencia con el nazismo. Sentía que lo que él había pensado mucho antes del advenimiento nazi, era un pensar legítimo e inocente. El nazismo se había acercado a él y no él al nazismo (del mismo modo como ese movimiento podría tener conexiones con los Caballeros Teutónicos, con los ocultistas de las Germanenorden o con las poéticas de Hölderlin, de Nietzsche, de Stefan George, o con la mitología pangermanista de Wagner).
En 1953 se editaron sus famosos cursos de Introducción a la metafísica y se negó a corregir la comprometedora frase, pronunciada en 1935, donde reconocía su coincidencia ideológica con el nazismo: Lo que hoy se ofrece por todas partes como filosofía del nacional-socialismo —pero que no tiene nada que ver con la interior verdad y grandeza de este movimiento (a saber, el contacto entre la técnica planetariamente determinada y el hombre moderno)— hace su pesca en esas turbias aguas de ‘valores’ y ‘totalidades’ (traducción de Emilio Estiú). Ante el estupor de su editor, Klostermann, Heidegger se negaba a la discreta componenda que le ofrecían. Simplemente no se consideraba culpable y seguía pensando en su coincidencia con esa esencia del nacional-socialismo que lo había conmovido, pero que él había pensado antes (y después…). La interior “verdad y grandeza” del movimiento, era para Heidegger la voluntad de renacimiento, el retorno pagano, la liberación del judeocristianismo occidental. Y, sobre todo, era la voluntad de dominar la técnica que se desbordaba en una autonomía degradante como la peor lacra de la modernidad.
Por entonces vio en el nazismo una gran posibilidad perdida (como lo expresa tácitamente su famosa frase apuntada). La posibilidad del Nuevo Comienzo, del retorno del Ser, que hubiese llevado a nuestra generación a “la mayor aventura desde los tiempos de Platón”, según Heidegger.
A partir de 1934 se mantendrá retirado en su cátedra, sin ser ya bien visto por las autoridades de la cultura nazi. Hitler y su gente lo habían desilusionado. No le pidieron disculpas. No recibió privilegios ni mayor consideración. En 1944 fue movilizado sin mayores consideraciones para cavar trincheras, cuando ya se avecinaba la Göttesdämmerung.
Nota del autor:
Juan Pablo Feinmann publicó recientemente la novela La sombra de Heidegger que reconstruye admirablemente el medio filosófico de Friburgo.
La trama se basa en un discípulo de Heidegger, Dieter Müller, que durante el nazismo será profesor y difundirá la filosofía de Resenberg (no la de su maestro). Müller se suicidará en Argentina, después de la guerra, al no poder soportar la foto de un judío elevado hacia la cámara de gas. Su hijo cree que Heidegger es el supremo responsable y logra ser recibido por él. La primera parte del libro es concisa, verdadera, admirable. Pero luego Feinmann se va de la novela o el espíritu de la novela se va de Feinmann. La imaginaria escena final es falsa. Müller hijo deja una pistola sobre el escritorio de Heidegger anciano. (Es la técnica que tenían los SS: entregar un arma al condenado para que él mismo se ejecute.) Es lamentablemente un final progre y un vengativo viaje al pasado. Feinmann (su personaje) no omite interpetar el pasado sin esa “voluntad de venganza”. Ridiculiza malamente a Ortega y Gasset y pinta o calumnia “a un coronel” Perón inexistente, como “ejecutor del ideario nacionalsocialista”. Error o mala fe imperdonable en alguien que podría conocer mejor el tema.
La visita del hijo de Müller a Heidegger está tirada de los pelos. Aparte de dejarle la pistola a mano suponiendo un Heidegger sentimentalmente judeocristiano como para suicidarse, el maestro tiene que soportar que el progre argentino proponga Que Vachaché y Cambalache, esa blanda, negativa y fácil simplificación del querido Discepolín, como una filosofía porteña casi del tenor de la filosofía existencial heideggeriana…