María Esther Vázquez, La Nación, 19/11/1989
Con voz suave y mesurada que oscila entre un decir levemente melancólico y cierta tranquila ironía, Abel Posse me habla de su último libro, El viajero de Agartha.
Le pregunto qué es Agartha.
Una ciudad mítica que forma parte del universo ocultista y donde se supone que residen los poderes primigenios del hombre, los del rescate del hombre. Si en algún momento la condición humana se ve amenazada, el mito de Agartha permite creer que en algún lugar se encuentra la salvación, que no tiene nada que ver con la salvación religiosa; son dos cosas diferentes.
Tu viajero va a Agartha a buscar esos poderes, entonces. ¿Por qué te has inclinado hacia ese tema?
Me parece que el universo del ocultismo es muy novelesco. Ya es la segunda novela en que lo trato. Los demonios ocultos también tiene que ver con esto.
¿»Los demonios ocultos» y «El viajero de Agartha» están tramados?
Vagamente. Hay un personaje puente que aparece en Los demonios como una figura no encontrada, inhallable, que en El viajero de Agartha cuenta su odisea.
La figura no encontrada en la novela anterior era el padre. ¿Ves cómo te leo?
Veo. Me alegra. Pido disculpas.
¿Disculpas? ¡Qué raro! ¿Por qué?
Porque como uno es responsable de lo que escribe, es mejor no conocer a quien te lee.
Te diré que a veces también es mejor no conocer al autor.
Sí, es cierto. En realidad, este libro es la crónica de aquel viaje secreto del personaje, es decir el padre, recogido en un diario
¿Esta novela está relacionada como la anterior con el nazismo ?
Sí. Se trata de un viaje hacia la banalidad del mal, hacia el paradigma de la violencia de nuestro siglo, que fue el nazismo.
«La banalidad del mal» es una frase terrible.
Sí, es la revelación… No quiero adelantarte la trama de la novela, pero el personaje experimenta una extraña revelación que va cambiando su vida hacia una dirección muy distinta de la que tenía cuando salió de Berlín con una misión encomendada por el gobierno alemán.
¿Dónde transcurre la acción de la novela?
Es una novela latinoamericana; que empieza en Berlín y termina en Mongolia. Agartha está en Mongolia exterior.
Esta novela y la anterior son muy diferentes a tus otros libros, ¿no?
Sí. Esta es una novela de aventuras. Traté, con cierto humorismo implícito, de rescatar las novelas de aventuras en nuestra conducta literaria demasiado seria. Empieza como una común novela de aventuras y se transforma en una novela de aventuras metafísica, y la topografía normal geográfica comienza a ser invadida por el peso de lo simbólico, de lo oculto.
¿Trabajás de una manera continua?
Todos los escritores trabajamos así, vos lo sabés. Lo que ocurre es que algunos tienen el tino de no pasar las cosas en limpio muy pronto y otros sí.
¿A qué grupo pertenecés?
Al intermedio. Con ocho novelas, me considero, sin embargo, para la edad que tengo, bastante activo.
El escritor suele enamorarse de lo que está escribiendo y cuando se publica pierde interés, ¿Estuviste muy enamorado de tu viajero?
Sí, del tema, sí, y me divertí mucho cuando lo escribí. Además era como una irreverencia; a nosotros nos cuesta mucho apropiarnos de una cultura ajena. Graham Greene puede escribir su novela más importante sobre México. Entre nosotros, latinoamericanos, salvo Borges y Lezama Lima, hay un temor de apropiarnos de la cultura universal aunque la usemos. Yo lo hice y me divirtió hacerlo porque me obligó a revisar ciertas ideas sobre la filosofía pagana, subyacentes en el nazismo, que me interesó siempre por esa atroz banalidad del mal (me repito), que en algún momento puede alcanzarnos.
Abel, no sólo Borges, entre nosotros, escribió sobre culturas ajenas: Mujica Láinez en Bomarzo recreó una Italia renacentista que sintió como propia.
Sí, pero son pocos los escritores que lo han hecho.
¿Estás más cerca de estos libros de aventuras que de los históricos anteriores?
No, estoy más cerca de los históricos. Estas son vetas que me gusta destacar. Ahora estoy trabajando en una tercera parte, que vendría después de Los perros del Paraíso y Daimón; sobre las misiones jesuíticas. Me lleva mucho tiempo porque tengo que leer infinitos libros de historia y de teología.
Abel, por tu profesión de diplomático has vivido mucho fuera del país. ¿Qué es mejor para vos, habitar en la Argentina o fuera de ella?
Por primera vez, vivir acá me causa mucho placer.
Antes no te gustaba.
No, no es así. Yo era un hombre muy inquieto y mi vocación era viajar. Incluso he estudiado en el exterior. Pero ahora vivo mejor las grandes cualidades que tiene la Argentina. Es un centro cultural maravilloso, que desdichadamente por razones económicas está frenado. Pero la intención, la vitalidad, la creatividad, el asombro, la frescura ante la cultura no existen en otras partes. Como mi vida está signada por los viajes, mi obra es una especie de simbiosis entre el mundo exterior y mi yo argentino.
¿Qué juicio tenés sobre El viajero de Agartha, que acaba de ganar un premio internacional en México, que la distingue particularmente?
No lo puedo decir. El libro es para el lector, yo voy con el 40 % de la máquina de imaginar, el resto de esa maravillosa máquina la compone el lector. Sugiero una serie de temas, el encuentro de Asia y Occidente, una novela de aventuras que en el fondo es la eterna aventura del conocimiento y de la imaginación. Es un libro lleno de seriales que deben ser descubiertas y recompuestas por el lector.