Cristián García Godoy, Gaceta Iberoamericana, Marzo-Abril 1990.
Cómodamente ubicados en un salón de la Consejería Cultural de la Embajada de la Argentina en Washington, «GACETA IBEROAMERICANA» lleva a cabo esta entrevista con Abel Posse, laureado autor argentino de la novela Los perros del paraíso. Se inicia este diálogo con preguntas sobre temas que se nos ocurre que, tal vez, han sido menos explorados. El hombre que escribe ficción tiene un campo vastísimo, le decimos; empero, en alguna medida, limita su libertad cuando decide escribir sobre un trasfondo histórico, creándose así un «compromiso».
¿Por qué elegir figuras consagradas como puede ser la reina Isabel la Católica o ese hombre misterioso que fue Colón? Sería interesante escuchar esa percepción suya desde la intimidad de su creación, pero no desde la que todos conocemos, que es el resultado de la creación que le ha traído premios como el Rómulo Gallegos…
Me parece que hay un aspecto interesantísimo que usted formula, de graves consecuencias literarias. Es el tema de la selección. Escribir es, en cierta medida, elegir. Qué secuencias de una vida se eligen; qué secuencias de la historia, y por qué, se eligen y se coordinan, y no otras. Pues bien, ahí está una de las grandes orientaciones de la literatura. Yo creo que cuando en América un escritor va a la Historia, no va con la intención que podría tener un novelista histórico europeo, en el sentido de recrear amable, sabiamente, una circunstancia del mundo para entregarla a sus lectores como un «divertissement», como una posibilidad más de la literatura con un sentido ameno, instructivo. Yo diría que en América Latina hay un toque en cierto modo dramático también. En nuestra historia vamos a buscar las raíces de la ruptura de una sociedad, de una cultura que todavía no encontró su camino. Yo creo que esto se ha hecho más allá del discurso de tipo ideológico o de programa o de escuela literaria. Se ha hecho como una necesidad. Uno llega a un momento de su carrera… Hombres que habían construido la más importante obra fuera de la historia, de la novela histórica, como Vargas Llosa o García Márquez, fueron sin embargo a buscar en la historia también esta especie de explicación de nuestro pasado. Así ocurrió con Vargas Llosa en La Guerra del fin del Mundo, con García Márquez en la última novela sobre Bolívar. Y yo creo que ahí hay entonces un elemento de necesidad. Rilke decía que « en la literatura la justificación del discurso fundamental, guía para todo creador, era el estado de necesidad. » Se escribe por necesidad. Yo creo que nosotros vamos a la historia, repito, no por una función puramente estética, sino también por el motivo, por la necesidad de encontrar esas bases, esa zona de ruptura, para explicárnosla y también tal vez para solucionarla de alguna manera.
Claro, pero fíjese usted. Schiller cuando escribe su obra de teatro sobre Mary Queen of Scotland y Elizabeth Queen of England, en realidad crea una ficción, por que lo que él plantea, ese encuentro, nunca tuvo lugar. Las palabras que cada una de las reinas dice no hay ningún documento que pruebe que fueron dichas. Es ficción, es literatura y, sin embargo, es historia, pues uno asiste a ese combate fabuloso entre las dos reinas, que tuve el placer de ver en un teatro de París, y quedé fascinado, porque aún cuando tenía conciencia de que eso era ficción, en cierta medida también era realidad, porque el autor estaba recreando el personaje de Elizabeth o el de Mary en función de lo que ellas fueron, no en función de una asignación de papeles. En cambio, cuando Las Casas produce su Brevísima relación de la destrucción de Indias, plantea, a partir de una realidad, algunas exageraciones necesarias, algunas distorsiones, porque su percepción es tan presente que lo fuerza a exagerar. Y usa ciertas dimensiones temporales y geográficas que probablemente nunca fueron verdaderas. Pero Las Casas estaba tratando de defender una causa. Entonces, mi pregunta es ésta: cuando un escritor decide, por ejemplo, recrear el descubrimiento de América, o lo que usted ha llamado el «cubrimiento de América», ¿a qué mecanismo interior, al margen de lo que usted ya nos ha dicho, tiene que apelar para poder hacer ese esfuerzo de ir como quien dice superando el conocimiento fáctico, para entrar en el conocimiento mítico o en la fábula que le permite crear un secuencia de episodios?
El episodio, de hecho a veces es no más que el 2 por ciento de la realidad. Lo que está recogido historiográficamente es un mínimo; o sea, el cronista da un mínimo de una realidad y, al mismo tiempo, ese hecho que tiene el prestigio de lo historiográfico, de haber sido recogido en un documento antiguo, por el hecho de ser un documento antiguo de por sí tiene cierto elemento hasta de prepotencia; se nos impone como la verdad. El novelista de América Latina sabe que la verdad es, sin duda, subjetiva y parcial. La escribió el conquistador. Los cronistas de América han sido los soldados, después han sido los eclesiásticos, después los corregidores, luego los personajes de la colonia, los funcionarios de la colonia y por último los académicos. Yo diría, entonces, que el novelista en esta gran toma de conciencia de América, esta América adolescente y poderosa, porque realmente es un continente poderoso, ha sentido la necesidad de rescribir la historia apropiándose del pasado. Se ha realizado, para responder concretamente a su pregunta, yendo también a la crónica, al hecho, pero no ha querido tener la interpretación del hecho que ha dado la tecnología aplicada a la historia, a la historiografía y a la documentación que han tenido los historiadores durante muchos años; ha querido recrearlos con su propia invención. Entonces hay aquí una convergencia, un elemento imaginativo del artista que utiliza el dato básico historiográfico y crea una fantasía como lo que usted dijo en el caso de Schiller. Y es, o puede ser, una aproximación a la verdad o puede ser también un error. Pero no menos error y no menos subjetividad hay ya en el cronista que será soldado, que será un eclesiástico que defendía el imperio. Así es que desde el inicio de la historia de América todo es ficción. No es que sea ficción lo que hacemos nosotros, sino que en un inicio ya está establecido un elemento imaginativo. Porque el otro, el hombre americano, tendría que haber sido comprendido en sus sociedades complejísimas, como las de los mayas, aztecas e incas, que son verdaderas civilizaciones. Porque esa palabra civilización se refiere a la complejidad de una comunidad para propiciar la vida; en este sentido, son verdaderas civilizaciones que han sido desconocidas como tales. El hecho de haber sido negado el otro, esto es, la realidad del hombre americano y de sus civilizaciones, hace que hoy se justifique nuestra tarea de alguna medida. Son dos concursos imaginarios, el de los historiadores tradicionales y el del novelista que trata de vivificar, dignificar y rescatar un hombre sepultado, que es el hombre americano. Este es uno de los aspectos de la tarea y en este sentido es más bien una meta histórica nuestra función. No se puede decir que seamos historiadores. Más bien, en el caso particular de mis novelas, yo incluso trato de hacer notar que el elemento imaginativo prevalece. Pero creo que, de alguna manera, formamos un «corpus» de materiales que nos va dando la historia de América a través incluso de nuestros errores, ya sea de la subjetividad del historiador profesional o la subjetividad del artista.
Ahora, ¿cómo ve usted el aporte que hace esta novelística que tiene un auge extraordinario en estos momentos y que obtiene una respuesta muy positiva; digamos, que tiene numerosos lectores..? ¿Cómo percibe usted la inserción de esta nueva forma de mirar a los hechos del pasado en términos no de la formación, pero si de la información de las jóvenes generaciones? ¿Cómo haría un profesor de historia que enseñara precisamente historia del período hispánico de América, para imaginar cómo actuar, sin producirle un desconcierto al estudiante, en la introducción de algunos de los elementos que estos esfuerzos de novelistas históricos han incorporado a la percepción de un pasado suficientemente lejano, como que comenzó 1500 años atrás?
Bueno, me es difícil imaginarlo, porque un novelista nunca tiene una idea muy clara del alcance de sus propósitos. El novelista escribe una obra, una novela; fundamentalmente, ésta es un hecho estético, un episodio del lenguaje. Ese hecho estético puede estar tocando, en este caso, la novela histórica, los hechos históricos, las realidades del pasado; puede estar tocando las realidades del futuro en el plano puramente imaginativo. Pero lo cierto y lo que es importante es que el novelista nunca escribe pensando en las consecuencias, en una forma tan cuidadosa como un científico de la historia o un profesional destinado a un trabajo muy preciso y académico. Nosotros, más bien, «arriesgamos» y en nuestro «riesgo» está nuestro encuentro o nuestro error. Y es ahí en donde yo diría que agregamos a la realidad y al conocimiento del pasado, una serie de sugerencias que se han encontrado. Sugerimos caminos perdidos, sendas perdidas, no exactitudes; pero habría que decir sobre esto algo bastante importante que alguna vez dijo Martin Heidegger que « no siempre se accede a la verdad por el camino de lo exacto ». Hasta ahora, la noción de lo exacto era la noción del historiador, del trabajo historiográfico técnico, la interpretación de los textos. Yo diría que hoy, la noción de verdad, en el caso de un continente que arde desamparado, se encuentra en la búsqueda en esa América Latina de sus raíces quebradas. Yo creo que la novela está cumpliendo una función muy importante, porque accede a lo verdadero por el camino de lo inexacto, ése que los franceses llaman «l’imaginaire». Yo creo que ese elemento de imaginación, de fantasía, en este momento está dando una versión del hombre «excluido» porque unifica la versión del conquistador con la versión que nunca hubo, que es la versión americana. Yo creo que la novela, más que negar la versión de los conquistadores y los cronistas, la vivifica porque la está sintetizando con la realidad del continente actual, de la nueve etnia, con un continente mestizo donde ya no existen conquistadores ni indio, donde todo está mezclado.
Creo que con lo que nos ha dicho está muy clara su posición frente a estos aspectos que hemos venido intercambiando. Ahora, le comentaría que leyendo la novela suya «Los perros del paraíso», es obvio que en ella hay elementos que son reales. Hay una reina Isabel que existió; hay un rey Fernando, que existió, y hay un viajero, un navegante, un hombre misterioso que es Colón, que también existió…Empero, en otros casos, hay personajes, aún cuando disfrazados con distintos nombres, que uno sabe bien quiénes son. ¿Por qué no haber utilizado la misma técnica a lo largo de todo el libro y a Colón haberle llamado con otro nombre y a la reina Isabel también, al igual que a otros personajes que aparecen en el libro no se les da su nombre sino uno de ficción? Porque, ¿cómo no saber exactamente quién es, por ejemplo, el coronel Roldán?
Claro, pero eso es un elemento de técnica literaria. Yo en esta novela no me propuse solamente lo histórico, sino también lo cultural. Cuando Colón llega, no es solamente Colón que llega a América; va a llegar todo el futuro, es el episodio más importante de la historia de nuestra civilización occidental. El episodio más importante, después del cristianismo, creo, y la caída del imperio romano, es el gran episodio histórico del descubrimiento de América En ese descubrimiento, las proas de Colón son un hecho histórico concreto, político, y son un hecho español, un hecho europeo. Pero, culturalmente, es la llegada de todo un universo que se abre al mundo, donde se va a producir un choque de culturas y por lo tanto hay personajes que van a representar como Ulrico Nietz, que de alguna manera es Nietzsche, o como Swedenborg, el mismo Bolívar que aparece fugazmente, son personajes que llevaban esas proas necesariamente, porque llevaban el futuro de un nuevo orden del mundo, de una modernidad que se abría desde este momento. Entonces, en este sentido, la novela está integrada por dos elementos, el puramente histórico, referido a los protagonistas, la corona, Colón, Torquemada, los jefes indígenas, Monctezuma, y estos elementos, estos personajes de la cultura que de alguna manera están coherentemente vinculados al episodio de la extensión cultural europea. Porque, más que nada, ha sido un hecho histórico pero también ha sido un episodio cultural la llegada de toda una cosmovisión –“weltanshaung”- judeocristiana a un lugar donde no se la conocía. Y que produce un choque cultural cuyas consecuencias todavía nosotros estamos viviendo. Yo escribí y elegí este tema porque la ruptura cultural de América todavía es un episodio actual. Somos un continente resistente, un continente marginal, que vivimos todavía con cierta idea de una subversión hacia el modelo europeo anglosajón que se impone en occidente y esa resistencia secreta, de tipo cultural, es lo que yo creo es válido analizar para poder justamente responder en otros campos con mejor conciencia de lo que realmente somos.
Para finalizar esta entrevista, le pediría que nos dijera en qué estado espiritual o intelectual se acerca Ud. al quinto centenario del descubrimiento de América.
Bueno, me parece que es un acontecimiento, como dije, de gran importancia y que celebrarlo es justo, pero cambiaría el lenguaje que está usando España. Yo no lo haría de celebración, sino de conmemoración. Una conmemoración implica recordar conjuntamente un gran episodio histórico que ha sido decisivo para el mundo, inclusive decisivo para América. Y esta conmemoración tiene que ser un episodio maduro, no puede pasar por una noción de fiesta, de mero festejo de capacidades, de grandezas imperiales fenecidas; más bien me parece que eso sería fascista. A mí me parece que lo importante sería hacer una conmemoración madura, rescatando los valores de esta América profunda, reconociendo la realidad del mestizaje, y la definitiva presencia del universo cultural hispánico en América. Así que yo la entiendo en una forma crítica y constructiva y me molesta un poco ese tono meramente celebrativo con que, en algún momento, se estuvo interpretando este episodio.
¿Y la otra actitud que ha florecido un poco en algunas partes de Estados Unidos, y concretamente en la OEA, de no llamarle descubrimiento, sino encuentro de dos mundos…?
La idea de descubrimiento es un poco falsa. Yo en mi novela planteé la idea de que el 12 de octubre de 1492 los americanos, los indígenas de América, descubrieron el mundo. Es bilateral, es mutuo descubrimiento. La noción de encuentro me parece bien, pero yo no creo que sea tan importante la cuestión semántica, si en esencia y en nuestro espíritu hay realmente una buena disposición, más allá de las palabras antipáticas o simpáticas para tratar con madurez el tema. Creo entonces, que si bien en un aspecto fue un encuentro o un choque de culturas, más bien que un choque fue también un fenómeno imperial en que una cultura se sobrepuso a la otra y con poca sabiduría el vencedor no supo rescatar los valores del vencido. Pero todo eso que no hizo España, lo hizo de alguna manera la América Latina. América Latina tiene la particularidad que tiene, porque, entre otras cosas, fue asimilando episodios de todas las culturas que recibió. Cultura negra, cultura indígena, cultura europea emigracional, cultura europea original a través de España…
¿Alguna obra en preparación?
Estoy escribiendo un fin del ciclo que se inicia con «Los perros del paraíso» y que sigue con «Daimón«. Digamos que es una visión, una trilogía sobre el descubrimiento, y que tiene que ver con lo que se llamó la conquista espiritual. Se va a llamar, probablemente, «Los heraldos negros«, en homenaje a César Vallejo, y se refiere a la curiosa aventura de los jesuitas en la selva del Paraguay, cuando decidieron, en el siglo XVI y XVII, establecerse para crear un poco la Ciudad de Dios en la tierra. Me parece una aventura espiritual notable que merece ser rescatada y darle posibilidad de presentar hechos de cultura ya en esencia religiosa.
¿Tal vez desearía agregar Ud. alguna cosa, quizás una reflexión final, algo que vaya mas allá de estas preguntas y de estas inquisiciones?
Sí, diría simplemente que un escritor es nada más que su estilo y que sea que se manifieste en la novela histórica como una reflexión interesante en algún momento, o en alguna novela de otro tipo, psicológica o costumbrista, en todo caso lo único que cuenta en un escritor es la originalidad con que trata el tema que va a abordar. Y en esta su originalidad, digamos que todas las cartas están jugadas a la posibilidad de recrear aquello con un estilo propio. Por lo tanto, quiero reiterar que para mí, lo único que existe es la búsqueda de un estilo y que a mí me ha ayudado la novela histórica para poder expresar este estilo literario.