La Gaceta, Domingo 31 de Mayo de 2009
– En medio de la crisis de 2001-2002, en las páginas de LA GACETA Literaria decía que la crisis podía darnos la oportunidad de reencontrarnos en la tarea de una nueva fundación. ¿Queda algo de la “santa locura” que prevaleció en Tucumán en 1816?
– Yo creo que quedan la deuda y la nostalgia de un país que vivió estupendamente, que realizó una aventura increíble. El país de los gauchos de 1840 pasa en 1853 a realizarse como un país europeo gracias a Alberdi y a muchos otros. Ese es un episodio curiosísimo y fruto de un espíritu que persiste. No hemos nacido para constituir un país mediocre; por eso sufrimos.
– En muchos de sus escritos hay referencias al coraje y a la insensatez del 9 de julio tucumano. Una de sus novelas, El inquietante día de la vida, refleja el Tucumán de fines del siglo XIX, la provincia próspera y lejana de los barones del azúcar. ¿Cómo surgió ese libro?
– Surgió de la vida de un personaje real que finge un viaje de placer a Francia. Pero en realidad esconde su propósito de huir para que sus hijos no lo vean morir por la tuberculosis que lo acosa. Es el drama de un hombre que lucha contra la muerte y, al mismo tiempo, disimula su pelea. Pero, además de esa historia, quise reflejar los orígenes de la vida y de la cultura argentinas; la aventura maravillosa de crear un país moderno y fuerte, arrancado del desierto.
– En la novela aparece un personaje muy particular, que desarrolló Carlos Páez de la Torre en uno de sus libros. Iturri, el tucumano que se convierte en una “vedette” del París decimonónico, de la mano de su amante, el conde de Montesquieu. Personaje que reflejan Proust, en A la búsqueda del tiempo perdido, y Groussac, que había sido profesor suyo en Tucumán. ¿Cómo rastreó la vida de Iturri?
– Lo encontré en Groussac, que lo despreciaba profundamente. Iturri era un tucumano muy humilde que llega a París y se hace amigo de León Daudet, uno de los grandes escritores de la época. Un día Groussac, que había esperado durante horas a uno de los Goncourt, de pronto ve entrar a Iturri como si estuviera en su casa. Esa fue la máxima vejación imaginable para Groussac, quien fue injusto en sus juicios respecto de su comprovinciano porque se trataba de una persona respetada en el París de esos años. A mí me emocionaron la aventura y el atrevimiento de ese tucumano para lanzarse al mundo y, de alguna manera, conquistarlo.
– Felipe Segundo, protagonista de la novela y antecesor suyo, cruza la plaza Independencia, entra al estudio de Paganelli. Este le saca una foto que no puede ocultar su esencia, la angustia de una tuberculosis latente. Más de un siglo más tarde, Abel Posse, un descendiente de Felipe Segundo, es fotografiado por Aldo Sessa, un heredero de Paganelli ¿Qué esencia cree que pueden captar las fotos que hoy le están tomando?
– Las fotos de Aldo han tenido una trascendencia universal; es una figura importantísima en la fotografía. Paganelli no tenía la amplitud artística de Aldo. Pero esta tarde vivimos una de esas curiosidades secretas de la vida: el descendiente de quien tomó la foto está con el descendiente de quien la heredó, en un patio porteño, hablando de un Tucumán que ya no existe.