Julio Villanueva Chang, El Comercio (Lima), 14/06/1998
¿En qué se parece Maradona a Borges?
‑Los argentinos tienen la fama de ser lo más europeos de América Latina. Pero en contra de esa imagen casi alemana de Europa, de ustedes salió el primer golero libero, Hugo Gatti, quien se aburrió de ser la mamá que cuidaba el arco, la casa, para salir de juerga al resto de la cancha…
‑Es una idea interesante ésa de los arqueros maternales que se quedan en casa y la de los arqueros paternales que salen a la cacería. Sí, la escuela existe y tiene el estilo americano.
‑También tienen a Jorge Valdano, ese quijotesco abogado del fútbol espectáculo, una versión pelotera de lo real maravilloso. Quedan pocos entrenadores como él que defienden el espectáculo por encima del negocio…
‑El negocio es indefendible pero no sólo en el fútbol. El negocio es el demonio, el titán que corrompe todo, que nos transforma en una sociedad nihilista, solamente interesada, una sociedad en la que la sobrevivencia es más importante que la existencia. Pero Valdano es un gran caballero que se puso a pensar en el fútbol.
‑Menotti, parafraseando al médico Letamendi, dijo que quien sólo sabe de fútbol no sabe nada.
‑‑Y con razón. El fútbol se ha transformado en un mecanismo de imbecilización colectiva, en el único diálogo, es casi peor que la televisión.
‑Simplificando, usted cree que Menotti representa al fútbol de izquierda y Bilardo al fútbol de derecha…
‑‑No. El fútbol tampoco merece que siga sobreviviendo ese monstruo de izquierda y derecha vivo desde el siglo XIX. Ahora que están muertas ambas, ya no nos sirven las ideas que nos legó la revolución francesa dividiendo su asamblea en dos sectores. Las diferencias entre Menotti y Bilardo son sólo de tendencias técnicas. Menotti es un personaje casi borgiano, pero hablar de la cosmovisión de Menotti sería demasiado. Hay que tomarlo sólo en el plano futbolístico.
‑Para ustedes, Maradona, más que un mito se ha convertido en una fábula. Un pretexto para la moraleja…
‑Maradona es un personaje. Un talento de artista para el fútbol que lo ubicó como uno de los grandes jugadores de todos los tiempos, y en contradicción con eso un hombre que a los veinte años se encontró todo el dinero del mundo. Se intoxicó de triunfo. Borges hablaba de esos dos impostores, la fama y la marginación, pero ambos hacen el mismo daño. A Maradona, que no estaba preparado culturalmente, tanto dinero y tanta fama lo transformaron en una víctima de su propio triunfo.
‑¿Por qué, haga lo que haga, los argentinos quieren tanto a Diego?
‑Yo no tanto, yo no lo quise nunca. Pero el afecto popular que tiene es el de un líder, el de un genio futbolístico. Ese agradecimiento de la gente yo lo vi más cuando estuve en Italia: Maradona ya había ganado dos campeonatos mundiales y dos campeonatos, además de una copa europea, para el Nápoles, un equipo que en setenta años no había ganado la liga italiana. Era el agradecimiento de esa gente a la que le hizo vivir esa expansión colectiva que hay detrás del fútbol: una solidaridad de nación en cada partido, un resto del sentir nacionalista, del sentido afirmativo de la vida, del triunfo que no puedo tener solo en la vida y lo consigo a través de mi equipo y mi jugador. En este caso venía contratado como un conductor, pero en Argentina era un general que les dio el triunfo en las batallas imaginarias del deporte.
‑‑‑¿Convertía un simple acto futbolístico en una experiencia estética?
‑Sí. Porque aparte del fútbol externo, que es correr y hacer un gol espectacular como el que le hizo a los ingleses, tenía un dominio intelectual del fútbol. Si yo le estiraba la pelota cuatro metros adelante en un lugar donde nadie lo esperaba, él aparecía allá y hacía el gol, tenía un talento enorme para mirar toda la cancha y el piso cuando gambeteaba, además de ser un líder, un organizador de entusiasmos. Pero sobre todo tenía esa intuición secreta de los espacios muy rara en un jugador. Maradona era de alguna manera pariente de Borges. Esto sería el colmo del horror para mi amigo. Debe estar bajando desde el cielo literario donde habita.
‑¿No le parece una paradoja que siendo Argentina un país de ‘hinchas en el manicomio” como llama Galeano a los fanáticos, su literatura no le haya dedicado un solo libro al fútbol?
‑Es que nunca quisimos ver el fútbol con mucha sensatez. Es fácil dramatizar cualquier pasión humana. Y el fútbol no merece que se aplique la poesía ni la literatura porque es un espacio que ya es en sí mismo, lo que tiene que ser, un deporte con una gran difusión. Si tuviera que escribir un párrafo de novela pensando en la vida privada de un jugador de fútbol, creo que no enriquecería nada en comparación con la vida privada de otra gente que conozco.
‑Por eso no le gustaría conocer a Maradona…
‑Sí, lo conozco, pero no me interesa para nada. Lo conocí en París, cuando yo estaba en la embajada. El equipo fue a hacer una exhibición al Parque de los Príncipes con el París Saint Germain. Ningún jugador de fútbol me interesó de los que conocí. Son muy aburridos los futbolistas.
‑¿Le apretó la mano a Maradona usted?
‑Sí, claro, pero no me interesa ni lo que dice ni lo que hace.
‑¿Hubiera preferido apretarle el pie en vez de la mano?
‑Nooo.
Parece que al conversar sobre fútbol, el embajador de Argentina hablara de los argentinos sin diplomacia, casi como si él no lo fuera. Abel Parentini Posse, quien firma sus novelas como Abel Posse, se detiene en el punto de penal y dispara palabras contra los autogoles de Borges, su desprecio intelectual por el fútbol y la grandeza literaria de Maradona, quien ha convertido su vida en una fábula. Nuestro sencillo novelista barroco comparte la vieja costumbre de ganar de los argentinos, pero Posse mete goles con la lengua, el V Premio Internacional Rómulo Gallegos, que se otorga a la mejor novela en castellano escrita en un período de cinco años, fue suyo con «Los perros del paraíso». Un año después que su país obtuviera su segundo campeonato mundial. Hoy Argentina juega su primer partido del último mundial del siglo. El resto es literatura.
‑Borges le echaba la culpa a los ingleses de haber llenado el mundo de estupideces como el fútbol…
‑Es probable, pero en general las cosas que se universalizan son las estúpidas. Por ejemplo, nadie ha podido vencer el cigarrillo que pasó todas las fronteras y todas las civilizaciones. El cigarrillo es una de las grandes aventuras universales con una buena globalización. Otra ha sido la del fútbol, que también es algo aparentemente inútil, pero, si uno lo piensa, la literatura también. El fútbol se ha transformado en el deporte por antonomasia, en la verdadera olimpiada de nuestro tiempo, un lugar de reencuentro de los elementos universales del juego, pero con características particulares, el fútbol es casi el único lugar donde aún sobrevive el estado‑nación después de la migración y de la espantosa globalización economicista que estamos viviendo.
‑También decía Borges que el fútbol era una forma del tedio…
‑No, yo creo que el fútbol es en realidad una fiesta. Hay un escritor argentino, Lozzia, que escribió un libro llamado «Domingo sin fútbol». Se trata de esas personas que tienen solucionado su domingo con el episodio de un partido y se encuentran que éste ha sido suspendido por la lluvia. No hagamos daño al homenaje que le debemos a la inteligencia de Borges tomando en serio cosas que realmente él no entendía, corno el deporte y la sociedad.
‑Pero de aquellos domingos sin fútbol hemos pasado a no poder vivir sin él…
‑Claro, estamos en una época en la que es mejor que haya fútbol y no haya heroína. No sabemos qué hacer. El problema es la sociedad y no el fútbol. Estamos en una sociedad sin valores, sin gran convocatoria juvenil, sin sentido heroico de la vida. Para muchos, entonces, el fútbol es hoy más intenso que la vida que nos propone esta sociedad. Pero hay que entenderlo como un juego, una alegría, un espectáculo, un deporte…
‑Como un pretexto para ser felices…
‑Demos vuelta a su frase: si no para ser felices, para olvidarnos de la infelicidad.
‑Todo lo que Borges dijo sobre el fútbol parece un chiste…
‑Sí, porque no lo entendía y no le gustaba, y es muy difícil hablar de lo que a uno no le gusta. Incluso no le gustó el tango. Lo del fútbol se lo perdono, pero lo del tango no.
‑Pero el fútbol en Argentina no es un chiste. Es un asunto de vida o muerte…
‑Eso es relativo. Ya han jugado bastante los argentinos, y entonces empieza la fatiga del fútbol, y están más civilizados. En realidad ya no es esa idea casi provinciana de pasar al primer plano mundial. Ante el fracaso de la globalización mercantil y ante el fracaso espantoso de las Naciones Unidas y su hija gorda, que es la OEA, el fútbol es el lugar de asamblea universal, y en ese sentido hay países que lo toman como su forma de existencia: uno ve correr a los jugadores chilenos y se da cuenta que corresponde casi a un entusiasmo pinochetista, en el sentido de afirmación y de querer imponerse. Pero cuando uno ve jugar a los italianos, por ejemplo uno ve que hay un espíritu como clásico, que allí ya es un deporte que se juega con cierta indiferencia elegante se gane o se pierda. A mí me gusta ese fútbol. Así como el fútbol de Brasil es la maravilla corporal de la samba, el fútbol argentino ya es intelectual: no nos podemos zafar nunca de nuestra tristeza, de nuestro tango, y el fútbol argentino es un intento de sublimar el tango en una dimensión más intelectual. Lo que más me gusta de él es su extraordinaria calidad técnica, su espectacular borgismo.
‑El balompié argentino sería un borgismo con pelota…
‑Sí, es complicadísimo, laberíntico, y ahí estaría Borges por el centro del campo…
‑Si lo oyera Borges…
‑Es que él nunca entendió el fútbol.
‑A pesar de ese desprecio borgiano por el fútbol, ‑hay cada vez más cuentos, poemas y ensayos sobre él. ¿Se acabó la enemistad entre el fútbol y los intelectuales?
‑Sí. Normalmente el fútbol no ingresaba fácilmente a la literatura. Hay cosas de Cortázar sobre el box, pero en general el mundo del intelecto se había negado al mundo del cuerpo y del deporte.
‑¿Es saludable esa reconciliación entre el pensamiento y el músculo?
‑No, lo único saludable en la literatura es el arte de escribir. Si es sobre el fútbol o sobre Dios, da lo mismo.
-A los argentinos les importa demasiado lo que piensan de ellos en el extranjero: «Afuera no nos quieren» es un decir común, y a veces lo atribuyen a la envidia que los foráneos tienen de su fútbol. Ese complejo de superioridad de los argentinos…
‑Usted sabe que cuando un país es inmaduro salta de un complejo de inferioridad al de superioridad como si fuera el mismo rostro de un mismo defecto. Es verdad eso de que no nos quieren afuera del país, pero eso no nos pasa en el Perú: aquí hay todavía algunos que se distraen con nosotros, y otros que se equivocan queriéndonos.
‑Más que goles abundan los chistes sobre el ego de los argentinos…
‑Un chiste de Carlos Barral, el famoso editor español, decía que el ego es el pequeño argentino que todos llevamos adentro.
‑¿En ese sentido Chilavert le parece más argentino que paraguayo?
‑Sí. Creo que no vamos atener ninguna dificultad de darle el pasaporte nuestro casi sin tramites, porque ya tiene el estilo en la forma de expresarse típica de nosotros. Chilavert ha hecho un curso acelerado de argentinidad.
‑Lo que no es chiste ni metáfora es la violencia futbolera en las tribunas de Argentina. Hay hasta una frase popular: ya no se puede ir a la cancha.
‑Sí, es lo que sentimos todos. Como todas las cosas universales, en el fútbol también el lado de la imbecilidad empieza a ser tan importante como su lado de verdad, que es el de un deporte simplemente amistoso. El lado lamentable del fútbol es cuando éste se transforma en un episodio político o de violencia que ayuda a destapar otros problemas o a ocultarlos.
‑Su uso como ‘doping’ social fue más que nunca advertido en el Mundial de Argentina, cuando el general Videla asistió a su inauguración pulcramente vestido de civil…
‑Claro. La política a veces, cuando no es grande, está mendigándole a la realidad espacios para entrometerse. En fin, el triunfo deportivo fue absolutamente legítimo. Lo de Videla fue un episodio coyuntural.
‑No pocos tomaron la victoria sobre Inglaterra del Mundial de México 86 como una venganza contra la derrota de la Guerra de Las Malvinas.
‑Sería pueril. En el fútbol, Inglaterra nunca fue para nosotros un gran enemigo. Ese día que Maradona hizo un gol con la mano, yo me alegré tanto que pensé que debería haber hecho dos más. No me gustan los ingleses, no les tengo simpatía por razones históricas.
‑Pero ellos inventaron el fútbol…
‑Sí, ellos lo trajeron a la Argentina. De los ingleses se nos pegaron cosas, desde cierto estilo en el vestir hasta el deporte. Los empleados ferroviarios ingleses de fin del siglo pasado nos trajeron una especie de civilización deportiva. El primer equipo de fútbol en Argentina fue el Alumni, apadrinado por los ingleses, un equipo mítico. Todo nuestro culto por el deporte se lo debemos a los ingleses.