Guillermo Fuertes, Interviú (España), 13/03/1995
Diplomático, embajador de Argentina en Praga, escritor, Abel Posse da que hablar con su más reciente trabajo, «La pasión según Eva», novela «coral» en la que recrea y reconstruye, con muchísimos testimonios de quienes la trataron, la vida del mítico personaje Eva Duarte, primera esposa del presidente Perón.
¿Le divierte más escribir o ser diplomático?
Cualquiera de las dos cosas. Escribir es una pasión, claro, es otra cosa, otra dimensión, pero es un trabajo. Hay que ser un buen administrador para poder escribir, hay que administrar los espacios y ritmos de la novela, lo que debe entrar y lo que no debe entrar. Hay mucho de administración de empresas en las novelas. El oficio de diplomático es un oficio del siglo XIX. ¿Si es soportable? No está hecho para agotar, pero puede ser insoportable, que es otra cuestión. Puede ser un oficio en extinción. Pero la literatura también… O sobrevivirá en las catacumbas. Le espera una época difícil para salvarse de la gran industria editorial. En Estados Unidos eso se ve claro. La verdadera literatura, los poetas, progresaron a salvo de la jerarquía literaria; el ensayo refinado, crítico, y hasta la novela con aspiraciones no masivas, puramente literaria, se está editando en las universidades. En España ya hay algunos personajes bastantes famosos por hacer el «editing», por decirle al escritor cómo tiene que escribir, sugerirle y hasta modificarle el tema.
¿Usted se deja hacer eso?
No, para nada. Cambié de editorial por no dejarme hacer eso. Pero sí, se empieza a hacer. En Estados Unidos acabarán con la literatura, con los grandes escritores.
Quedarán para hacer folletones televisivos.
Claro. Provocar a un autor a que escriba, aunque sea amistosamente, comienza con la sugerencia: «Sería tan interesante una novela sobre Franco… No hay ninguna». Eso sería un ejemplo, o sobre el Papa Juan XXIII. El escritor se siente tentado por el dinero, o por su dependencia editorial.
¿A usted nadie le sugirió que sería interesante una novela sobre…?
No, jamás, porque nunca creí en la literatura como profesionalización. En eso los argentinos todavía somos un poco antiguos y menos privilegiados por la economía. Somos más aislados. Yo siempre escribí llevado por un impulso casi deportivo.
¿Cuánto hay de novela y cuánto de reconstrucción biográfica en «La Pasión según Eva»?
Traté de usar el elemento novelístico para que el personaje viviese, cobrase aliento y no se transformara en ese ejercicio ornitológico que es la biografía, que son los datos verdaderos. Pero, al mismo tiempo, la investigación y todos los datos que utilicé, incluso trasvasados a un lenguaje de ficción, son absolutamente verdaderos, comprobables. La llamo novela coral porque permití que quienes la conocieron interviniesen y convergiesen en distintos aspectos de la vida de Eva como parte de un coro anónimo. El trabajo literario que ya alguien escribió, sólo lo podía integrar con voces anónimas.
Realmente reconstruye muy verazmente la vida de Evita, ¿no?
Sí. Lo que más me costó fue reconstruir su personalidad, los matices de voz, los tonos. Solamente lo pude intentar con el diálogo de gente que la frecuentó. Tuve la suerte de ser amigo del cura que la acompañó a lo largo de su enfermedad y en su muerte. Por eso el libro está situado en la visión de la vida de Eva en el momento de su grande y larga muerte, año y medio.
De hecho, usted la muestra siempre enferma.
Sí. La enfermedad fue muy larga. Ella la negó al principio, creyó que iba a dominar mágicamente su cáncer con el trabajo. Tenía una idea un poco mágica. Mucha gente piensa que el cáncer es un producto de una química muy interior, mucho más espiritual que física.
¿Evita sigue viva entre los argentinos?
Sí, muy viva. Como mujer excepcional, como camarada, como aventura, de la misma manera que el Che Guevara puede vivir en la gente con aspiraciones revolucionarias como un símbolo de la dedicación absoluta a esa decisión. Eva es un símbolo del querer ser en una sociedad donde no se dejaba ser a la mujer, de imponerse al mundo machista absoluto, como era el poder militar.
¿Lo consigue por el carisma del que usted habla?
Por el carisma. Hay en ella un acto de desparpajo y coraje insospechado. Eva tenía veinticuatro años cuando conoce y se une a Perón y se lleva por delante a los generales, los tutea. Es increíble las cosas que hace.
Aunque la desprecian muy a menudo.
La desprecian altivamente. La constante de rebeldía y fricción entre Perón y el ejército, que iba a terminar derrotando a Perón en 1955, tiene origen en ella. Le mandan dos emisarios para decirle que no se puede casar con esa mujer. Es similar a lo que le pasó al almirante Yamamoto en Japón, el famoso y gran almirante que atacó Pearl Harbour, a quien, por casarse con una «geisha», le hicieron imposible su carrera.
Le echaban en cara que era una actriz, e Incluso una meretriz.
Una actriz mal afamada. Por eso no se podía casar y menos cuando ya estaba en la presidencia.
¿Eva era una mujer histérica?
No, para nada. No tenía ningún brote histérico. Tuvo angustias, basadas en algún secreto episodio que la conmovió y que, tal vez, la llevó al final de su vida, hasta renunciar al poder. Esa angustia la puso en crisis algunas veces, pero se aislaba. Por ejemplo, en su famosa visita a España, tuvo momentos de crisis muy grandes, en los que se encerraba en el palacio de Pedralbes a llorar.
Era muy analfabeta, ¿no?
Había terminado el colegio primario con dificultad y no tenía ninguna educación de carácter refinado. Cuando fue actriz de radioteatro, llegó a ser jefa de compañía. En esa época, el radioteatro era como la televisión, importante. Conoció escritores, hombres refinados que le hacían los guiones. Sin duda, tenía una visión de la historia un poco salvaje. En su visita a París, sorprendió que hablase de detalles de la vida de Napoleón, pero es que había interpretado a María Walewska en las radionovelas… Jugaba así. Cuando le tocaba una de las novelas que había hecho, se salvaba.
¿De dónde le nace su inclinación social?
De su dolor y de su angustia. Primero, como hija no reconocida por Juan Duarte, el padre, un vasco estanciero. Desde los ocho años sabía que había algo raro con ella frente a sus cuatro hermanos. Segundo, la pobreza. Cuando muere Juan Duarte esta familia ilegítima queda desamparada, y la madre tiene que trabajar durísimamente, día y noche, con un coraje enorme, como costurera, para poder sacar adelante a la familia.
¿Hay algún paralelismo de Evita e Isabelita?
Ninguno. Son completamente distintas. Evita era un talento natural. Evita conmovió a Franco, un hombre friísimo que se dio cuenta enseguida de que tenía fuerza y carisma. La respetó. Y eso era rarísimo. Lo mismo le pasó a Roncalli. El futuro Papa Juan XXIII, nuncio en París, se sintió fascinado por esta mujer.
¿Qué tenía? ¿Qué les daba?
Les daba, primero, una pasión enorme para hablarles de que la política tendría que transformarse. Que la economía, incluso, tenía que empezar por la acción social. Lo decía sin formación marxista, que sería lo obvio para la época. Y había como un mandato de santidad casi, de pasión, de dedicación enorme.
¿El título del libro se refiere a ese tipo de pasión?
Sí, no es pasión sentimental o sexual. De esa no tenía. Esto yo lo hablé con Areilza, entonces embajador de España en Buenos Aires, una de las personas que la conocieron… Eva no tenía «sex appeal», era una mujer elegante, fina, atrayente por su carácter y su personalidad… No sé si fría, pero sexualmente no tenía «sex appeal”.
¿Era también muy déspota?
Era muy déspota. Había acumulado una enorme cantidad de poder político y sabía que sin él, como mujer, no podía hacer absolutamente nada, dentro de la estructura casi fascista del poder peronista.
¿Quién dominaba a quién: Eva o Perón?
Eva le tenía una enorme admiración, pero crearon dos vidas paralelas. Ella se creyó todo lo que Perón dijo como político. Perón era un político de negociado, sabía los espacios que tenía para llegar al extremo con el ejército, con la iglesia, y con el poder económico. Evita, no. Evita prefirió, como el Che Guevara, una idea de absoluto, de revolucionario. Era persona que prefiere el absoluto a la razón de Estado. Evita continuamente creaba una fricción entre su convicción, casi de santidad, de persona que siente la revelación política, la revelación de que esto es verdadero y tiene que ser así, e imponerlo a la conveniencia de Estado. Esa es la fricción con Perón. Perón la dejaba correr, porque era la única persona que respetó en política. Con esa fuerza, Evita capturó a las masas más que él. Los discursos de Evita son increíbles. Al principio se los escribían, pero después los improvisó y empezó a usar la voz de actriz que había educado en los años de radioteatro. Escuché en Radio Nacional de España el discurso que dijo en Vigo, y es tremendo. Los discursos que hizo ante Franco eran como si estuviera la Pasionaria en el estrado.
Empezaba diciendo: “queridos descamisados de España, tenemos que evitar que haya tantos ricos y tantos pobres, las dos cosas al mismo tiempo. Menos pobres y menos ricos…”.
¿Y Franco qué cara ponía?
Yo transcribo un discurso donde se dirige a los obreros catalanes, a las cigarreras, viudas de guerra de los rojos a las que se daba ese trabajo, a los pescadores, y es increíble. Parece un poema de Neruda. Ella se desilusionó con Franco. Creía que Franco era como el peronismo. Todos los generales del mundo habían tenido una gran admiración por la capacidad militar de Franco. Era una cosa técnica. Pero Evita no distinguía, no tenía cultura para entender las diferencias.
¿Qué le desilusiona? ¿El aspecto social?
La familia de Franco, esencialmente. Cuando la llevan empieza a escaparse con el auto y se va al Rastro, que le habían dicho que era una especie de mercado de oportunidades. En esa época en el Rastro se cambiaba un sándwich por dos cigarrillos, reflejo de la miseria de la España de la posguerra. Cuando descubre eso, tuvo una discusión con Carmen Polo. que le dice: «Bueno, se lo tienen merecido por rojillos».
¿Eso dice Carmen Polo?
De buena fe. Así hablaban en esa época. Le explica: « No te preocupes. Evita, que eso se lo tienen merecido por rojillos». Entonces Eva, que era una absolutista, empieza a hacer actos desagradables. Llega con hora y media de retraso a la corrida de toros en Madrid, con dos horas de retraso a la comida en el palacio de la Generalitat, en la plaza de San Jaume.
¿Adrede?
No se sabe. Artajo protestó e indicó: «¿Qué está pasando?» Nadie se lo explica. Perón le había enseñado que si había que estar a las ocho se estaba a las ocho. O estaba en una gran crisis o había un deseo de marcarle la distancia, sobre todo, a Carmen Polo y a Franco.
¿Isabel quiso ser Eva o los argentinos fueron quienes quisieron que Isabel fuera Eva?
Isabel creyó que podía ser política. Pero en la política sucede como en el arte. Usted no puede querer ser Camilo José Cela o Valle Inclán. Hay genios. Uno no puede ser revolucionario y querer tener el encanto de Eva Hay un destino marcado.
¿Evita era genial?
Tenía el don de ser genial. Llegó a los dieciséis años a Buenos Aires, tocaba las puertas en los teatros y decía: «Yo puedo trabajar en comedia y en drama». A los veinticuatro años conoció a Perón y eso fue, para ella, descubrir todo el resentimiento acumulado contra los hombres que la habían usado en ese Buenos Aires terrible del año treinta Un Buenos Aires como Bangkok, con una institución organizada mundialmente, el dinero, la riqueza argentina en esa época. Evita se fue abriendo camino y encontró la persona que le enseñó que la política podía ser la transformación del resentimiento en una acción positiva. Ella tiene un desprendimiento total y hasta se separa del peronismo, porque el peronismo sigue siendo política, esto es, negociación. Ella se va al absoluto, la política social.
Era muy radical.
Muy radical. Evita tenía un sentimiento muy claro de los revolucionarios de izquierdas.
Han querido beatificarla, ¿no?
Sí. Hay una beatificación real que es el cariño de la gente, que es lo que ella hubiera preferido. Creo que el peronismo todavía gana elecciones porque está el recuerdo de Eva. Como seguramente le va a pasar al socialismo español… Eva les recuerda a los peronistas la revolución social. Para empezar, impuso el voto femenino por primera vez en Iberoamérica Se lo arrancó a los generales, los amenazó…
¿Insiste en que ha escrito una novela y no una biografía?
Sí, porque lo esencial del libro es mirar el personaje, la visión existencial, la lucha con la muerte. Traté de saltar de la anécdota y pasar a la profundidad del personaje como episodio humano que merece fama mundial por su excepcionalidad. No es una elección voluntaria, es el don de la genialidad, esa mezcla de fragilidad y pasión. Era un personaje particularmente frágil, físicamente enferma, elegantísima y sin «sex appeal».