La Nación, 05/06/2002
Línea, 06/2002
Soldados, Buenos Aires- 08/2002
ATH, Buenos Aires, n°78- 8/09/2002
Voces en la crisis, Buenos Aires: editorial Agor, p.44, 2003
“La Patria, amigos, es un acto perpetuo
Como el perpetuo mundo.
Nadie es la Patria, pero todos la somos.”
Jorge Luis Borges
Hemos alcanzado el punto límite de nuestra enfermedad. Es difícil situar las causas y el momento en que se quebró nuestra voluntad de ser, nuestro sentido de pasión y de realidad para defender y amar nuestra propiedad, esta casa de todos, que es la Patria.
Nos falta amor y entrega para responder a la tradición de grandeza legada por los fundadores. Como si repentinamente nos hubiésemos desmoronado de nuestro saludable orgullo y nos conformásemos a disolvernos en el tiempo, como dejando de Argentina el recuerdo de una alta llamarada que durase un solo siglo, 1890-1990.
Espíritu malsano
Somos un país enfermo. Nos hemos desahogado contra los políticos, contra los bancos, contra la Corte Suprema. Es inútil. Nos falta esa reflexión que exige volvernos hacia nosotros mismos. Esa es la asignatura pendiente: comprender que hemos parido nosotros todos los ídolos que tratamos de vituperar y encarcelar. El cacerolazo es el ruido innoble de nuestro espíritu malsano.
Necesitamos iniciar el Éxodo de todos los espacios corrompidos: la politiquería, la economía de dependencia, la dolaricción, el insulto fácil, la venganza enardecida contra todo lo que hemos creado y apoyado durante el largo economicismo que nos llevó a la actual ruina, la obstinación en errores que no queremos aceptar, la vergonzosa docilidad ante fuerzas internacionales que sólo ven en Argentina su negocio o su espacio geopolítico. Este Éxodo imprescindible sería diferente del bíblico: Moisés y los judíos salieron de Egipto buscando su propia tierra y penando cuarenta años en el desierto. Nosotros tenemos que salir del desierto de ideas descompuestas y de la caída moral, para reunirnos con esa Patria que habitamos como invitados, como extranjeros, sin sentimiento de apropiación, sin pasión, sin fidelidad, sin gratitud. Hemos negado con nuestra anomia y falta de amor la tierra prometida. No supimos defenderla y ahora arriesgamos la disolución nacional. Perdimos el sentido de la lealtad hacia la realidad de esta patria que, perversamente, hemos descuidado como algo prescindible o ajeno.
El Éxodo significa salir del nihilismo hacia el entusiasmo creativo y la afirmación. Ojalá no nos cueste cuarenta años de desierto.
Tenemos que saber definitivamente que sólo nosotros podemos salvarnos a nosotros. Estamos viviendo una crisis de naturaleza excepcional, una enfermedad sin diagnóstico.
Imaginemos Alemania, Italia, Japón o Francia en 1945. Tal vez nosotros, los argentinos, tengamos también la fibra necesaria para transformar la crisis y el desbarrancamiento moral en fuerza de recreación, de renacimiento.
Debemos transformar esta tristeza invadente, esta desesperanza de hoy, en aventura y energía creadora. Nuestra ruinas, a diferencia de las de aquellos países, son espirituales. Se nos acabó la gana. Tenemos que saltar y no nos animamos aunque las llamas ya nos quemen.
Sólo nosotros podemos salvarnos y la voluntad que necesitamos no pasa por los montos del FMI y por los remiendos de un sistema economicista ilusorio, para proteger a tres millones de satisfechos y condenar a los dieciséis millones de pobres, marginados y perplejos a un subdesarrollo vergonzoso en una sociedad tradición de prosperidad y ambición de dignidad.
El ciclo mercantilista se cerró con una estrepitosa quiebra de realidades e ilusiones. Tenemos que reconstruir una economía de acuerdo a las exigencias y situación internacionales, salvar los negocios en marcha y, al mismo tiempo, desarrollar al máximo la economía de solidaridad, subsistencia y recuperación productiva. Son dos grandes tareas ineludibles. Una doble movilización en el difícil camino de este Gobierno al que no sabemos alentar ni apoyar debidamente.
Porque tenemos que afirmar nuestra fragilísima democracia de convergencias, sin agregar irracionalismo político al desastre económico.
Hay quienes desde Buenos Aires no comprenden que un ciclo economicista parejo, de doce años, terminó en estrepitosa quiebra de resonancia mundial.
Es hora de reconstruir, de reconstruirnos, con cautela, con mutuo respeto. Estrechando filas. Iniciemos el Éxodo hacia esa Argentina intacta en su capacidad humana, en su voluntad de vivir. Sus fábricas paradas esperan el arranque (es potencia instalada con la mejor tecnología). Nuestros campos nos dieron la cosecha histórica en estos meses de cartoneros fantasmales y de saqueos.
Se impone restablecer el poder del Estado. Hay que quebrar el anticonstitucional decisionismo de las provincias en las cuestiones de la Nación. Se impone restituir el respeto entre los ciudadanos y hacia los funcionarios. La primera función del Estado es el Orden Público. Hay que restablecer el lugar de las Fuerzas Armadas como instrumento de defensa y de estrategia continental y el enérgico desempeño de las fuerzas de seguridad ante la delincuencia y la anarquía cada vez más violenta e infértil.
Alegría de vivir
Sin poder, sin mucho poder del Estado, Argentina no podría alcanzar esa “sustentabilidad” en sus planes que reclaman tanto sus acreedores como la desesperada ciudadanía. El Estado es el lugar del poder nacional. Sin Estado, la voluntad del pueblo y su democracia carecen del instrumento imprescindible para imponer los objetivos deseados.
Hoy Argentina tiene un Estado demolido, incapaz de sostener la razón de esos policías que mueren para defendernos. Una filosofía de enanos “garantistas” terminó por crear una sociedad invivible (desde el country hasta la villa de cartón).
Estrechemos filas en torno a la familia, al padre desocupado, al hermano a la deriva, al amigo perplejo que ya se cree sin futuro. Fabriquemos serenamente el futuro y la alegría de vivir como aquellos países que tuvieron que alzarse desde millones de muertos y destrucciones sin parangón. Está en nosotros evitar los lugares comunes del odio como descarga. Está en cada uno de nosotros madurar para la conducta que exige la reconstrucción: disciplinarnos, buscar y expresar solo lo positivo y útil. Y amor a la Patria, que empieza por el amor en la familia, a nuestros amigos, y en la voluntad callada de crear con nuestro trabajo la legión del inexorable renacimiento argentino.
Argentina nos dio todo y no merece nuestra flojera. No podemos ser la generación del gran fracaso.
Debemos reconstruir y habilitar las doctrinas de nuestros partidos históricos y suspender el juego deletéreo de quienes no comprenden que un ciclo terminó en quiebra.
Más allá de los indignos regateos con el FMI o de la indiferencia de las naciones ricas, debemos saber que estamos solos y necesitamos sentir el aire fresco del solitario que emprende su patriada. Contamos con los hermanos del Continente. Con poder, podremos crear moneda, sea con Mercosur o por nuestra cuenta y riesgo hasta poner en marcha esta congelada maquinaria productiva argentina.
La Argentina nos llama a vivir, a saltar de la queja y de la desesperación blanda. Y vivir es un acto poético, de decisión, de afirmación religiosa, de amor. Es la decisión cojonal de no dejarse robar la Patria ni dejar que se ahogue. En ella nacimos. Es la riqueza de todos, el único ámbito para nuestra existencia y nuestro futuro. Nadie es la Patria, pero todos la somos. Arda en mi pecho y en el vuestro, incesante, ese límpido fuego misterioso.