La Nación, 21/03/04 (la 116, la 118)
Federico Gorbea, el hombre que habita en poeta, La Gaceta, 4/04/2004
De las decenas de escritores que uno va conociendo en una larga vida literaria, es tal vez el único que rompió con el convencionalismo del “perfil de escritor”. El único que hizo praxis de aquella memorable línea de Hölderlin: “…el hombre habita en poeta”.
Gorbea escapó del sistema de glorias, prestigios y castigos. Hace un cuarto de siglo vendió lo poco que tenía en Buenos Aires y se compró un matorral de dos hectáreas en lo más hondo de Calonge y emigró del mundo con su mujer Michèle Léger, sobrina nieta de Saint-John Perse.
Liquidaron todo, pero se compraron dos caballos y los indispensables instrumentos de labranza. Reformaron un abandonado refugio de piedra (sin electricidad ni agua corriente) y salieron del circuito de normalidades que suelen acabar con los sueños y la verdadera libertad.
Muchos repudian el establishment y la vida burguesa-literaria desde salas de conferencia, periódicos y airadas, indignadas, entrevistas. O al recibir algún premio literario.
Gorbea quiso estar en la existencia. Como discípulo de Rilke tuvo el coraje de vivir al margen. Enfrentado a la intemperie, arriesgado. Recibiendo las voces y los latidos de la naturaleza; poco atento a “la historia”.
Me escribió en el verano durante los peligrosos incendios en esa región: “…la situación es inquietante porque es como una aplanadora de llamas, un gigantesco rollo de fuego. Arrasa bosques y matorrales y busca el mar como si pudiese encenderlo también. Tememos por nuestra casa. Los jabalíes, que son plaga, astutos, cruzan la autopista de la costa, entraron en Palamós, también buscan el mar, para salvarse…”.
Serenamente, Gorbea decidió enfrentar la inclemencia y la más dura austeridad. En sus años de Buenos Aires fue madurando en él la convicción que asedió a Rainer María Rilke, que la protección (la carrera, la seguridad, la alineación de cualquier trabajo para sustentar la creación del artista) podría ser peor que la intemperie y sus riesgos. Aunque se tratase de jabalíes y de incendios…
Como en Rilke, en Gorbea y en Michèle, su mujer, hay un cierto aristocratismo que les exige cotidianamente un savoir vivre que prescinde casi del dinero.
Cuando partió de Buenos Aires hacia el ostracismo naturalista del Ampurdán, Gorbea era ya un respetado poeta para poetas: Olga Orozco, Enrique Molina, H. A. Murena, Ricardo Molinari y muchos otros lo consideraban un solitario planeta en el exigente ámbito argentino.
Sus poemas son plasmación de una conciencia intimista del mundo y de la vida. Esa experiencia interior, sin concesiones, en que las palabras que más avanzan terminan por disolverse, en silencio. De algún modo se emparenta con Jorge Guillén. La poética de Gorbea se ciñe a lo real absoluto, casi excluyente de toda emoción personal. (Si hubiese sido novelista, su obra coincidiría con la de Joan Benet o la de Julien Gracq).
En estos tiempos de editoría tan comercial, es digno de elogio que los editores de Córdoba (Argentina) de “Ediciones del Copista”, en la colección Fénix, dirigida por Pablo Anadón, acaban de publicar admirablemente su más importante obra, Poesía (1964-1999). Este poemario constituye tal vez el más alto y complejo testimonio existencial de la poesía argentina reciente. Como Sesostris Vitullo en su escultura o Juan Carlos Paz en su música, Gorbea se dirige hacia lo interior, busca la concentración, la intensidad y la intimidad, antes que toda fácil expansión. Artista centrípeto, parte de su mirada hacia el ser más profundo donde hay más silencio que canto. Donde el silencio y la tensión receptiva del poeta serán el espacio primigenio en el que se inscriben las palabras, el verso.
Desconoce y es refractario a toda demagogia emocional. Descompone el canto como el pintor cubista descompone los planos de luz.
De Hölderlin, a quien tradujo, le queda el sentido de misión, de seguir sin esperanza, “la huella de los dioses que han huido”; de su admirado –y por él traducido- Mallarmé, el rigor absoluto de su expresión. Nada de lo que poetizó puede ser analizado o pasado a razones intelectuales, o a prosa.
Poesía es un libro absoluto. Una exclusiva, y hasta excluyente, forma de estar –de haber estado- en el mundo y de celebrarlo con la voz más discreta, desde la voz interior. (Y, tal vez, de buscar a Dios con lo más laico del lenguaje).
Argentina todavía es capaz de producir estas personalidades que con su vida y su obra confieren gravedad y destino a su generación y al arte que ejercitan más allá del “sonido y la furia” del mercado de la fama y de la feria de vanidades.