Revista Noticias, 04/08/1991
Elio Jaguaribe, el mayor sociólogo de Brasil, calificó a la Argentina como «el país inexorablemente condenado al éxito». Enumeró lo que sabemos: riqueza territorial, el mar más rico, petróleo, climas, población, raza, talento creativo, vitalismo nacional, nivel de educación. Señaló que incluso tenemos condiciones más favorables que extensas regiones de Italia, España, Portugal, Grecia y el centro de Europa, que padecen el lastre de una cultura campesina impermeable a la modernización.
Todo esto lo sabemos, pero se toma un doble peso, casi en culpa. Los argentinos sentimos que vivimos en el negativo de una foto que nunca termina por aclararse. Una misteriosa imposibilidad nos frena. Nos sentimos como un Gulliver atado por hilos invisibles. Misteriosos enanos nos amarran, nos impiden ser.
Tenemos nostalgia del hacer. En 1880 los indios llegaban hasta Azul y amenazaban con invadir Salta. En 1913 inaugurábamos el subte a Primera Junta, era el tercero en el mundo y uno de los más perfectos. En un lustro hicimos el Colón y el Palacio del Congreso, más bello que el Capitolio. En los años ’20 ya eran famosos nuestros cirujanos e investigadores. La universidad argentina exportaba conocimientos y técnicas e importaba investigadores europeos. Ya desde entonces Buenos Aires empezó a ser una de las diez o doce ciudades que segregan un alma profunda. Hoy lo es, todavía…
El morbo argentino
Hace treinta años, o tal vez desde la desdichada caída de Illia, venimos arrastrándonos. Los episódicos repuntes económicos quedaban aislados en una constante de caída moral. Nos fuimos transformando en un país de tenderos afligidos, de dolaristas apesadumbrados, de quinieleros a siete días vista. Los gobernantes se acostumbraron a reptar detrás del crédito para poder puchereardos o tres meses, los empresarios prefirieron la especulación. Toda forma de escepticismo ante la suerte de la Nación se transformó en fuga de capitales, en especulación abreve plazo y en robo. Rematamos el orgullo nacional y sólo en los pocos días de la guerra de Malvinas se sintió una vibración unitiva.
Es como si un secreto morbo nos paralizara. El problema es más cultural que económico: faltan personalidades. Carecen de orgullo, de espíritu de grandeza, de fantasía creadora. Aceptaron dócilmente la descalificación que vino del cínico mundo exterior. Los que acababan de ejecutar a seis millones de seres en los hornos, los que se pasaron cuarenta años de dictadura franquista o mussolineana nos dieron lecciones y reconvenciones de todo tipo. Los que hasta ayer nos mendigaban una visa nos trataron de subdesarrollados en los foros internacionales. Una clase des‑dirigente lacaya aceptó sumisamente los cargos. Hoy es un lugar común aceptado aquí y allá.
La «patria locutora» y la prensa amarilla sustituyeron a los estadistas y políticos con dignidad e inventiva. Nos venden una imagen del mundo errónea en la que siempre ocupamos el lugar del incapaz o del culpable. El mundo del bien y de la felicidad es siempre el de los otros. Nos transformamos en un país de emigración filosófica, errada. Los jóvenes se van creyendo que van a poder ser en otra parte.
Mientras tanto, en pocas décadas estamos desmontando lo que queda de nuestra mayor riqueza, el esquema educativo sarmientino. En nombre de la libertad de comercio hemos sustituido la magnífica educación nacional obligatoria por el comercio educativo y la cursilería del colegio inglés. En nombre de la libertad de los bolicheros de la educación paga estamos liquidando el origen de nuestro poder como nación y de nuestra distinción como pueblo entre los pueblos.
La Argentina en el panorama mundial
Después del necesario e histórico restablecimiento democrático del gobierno de Alfonsín, sentimos que algo se mueve, hay una rebelión contra la parálisis complaciente, contra el misterioso morbo.
Cuando analicemos el gobierno de Menem tal vez tengamos que decir que allí resurgió la voluntad de renacer, de no seguir arrastrándonos por la historia. Es un sentimiento que ya se vislumbra. Parecería que emerge un orgullo. Pese a la mediocridad y a la cobardía oportunista de una clase política de cuarta, se siente en la Nación la resistencia a conformarse con ser un paesete de tercera, una factoría manejada por el gringo de turno. Hay una voluntad de ser. No queremos seguir cayendo, africanizándonos entre las medias palabras diplomáticas de los organismos internacionales. La gran batalla se juega en el GATT. Nuestro ingreso o nuestra exclusión del sistema comercial mundial depende de esa sigla. El «nuevo orden» del cual tanto se habla sería una befa sangrienta si no se reconoce a naciones riquísimas como Brasil, Venezuela, Perú, Argentina, México, el derecho de ser socios de igual a igual, reconociéndoseles el precio justo y el acceso a los mercados con una lealtad que todavía brilla por su ausencia.
De Norte a Sur hay libertad de comercio y de mercado, de Sur al Norte hay un abrupto sendero lleno de barreras y de un intervencionismo estatal destinado a excluir nuestra producción. No podremos ir adelante si no se vence esta hipócrita anomalía. La ruptura Norte‑Sur será en el futuro tan lamentable como la Este‑Oeste. (Para los latinoamericanos el cólera del Perú conlleva la clara señal de nuestra africanización progresiva pese a producir más, vivimos mucho peor que hace diez años.) A nuestros liberales (generalmente atrasados treinta o más años en su información del mundo) les cuesta reconocer que casi nadie es liberal en la defensa de sus intereses. Muchos son gente de buena fe, como es de buena fe quien vende la Biblia a la salida del quilombo.
Estos años son cruciales para nuestra diplomacia. Estamos ante el peligro de que el Norte nos patee al fondo de la historia, como está haciendo con África negra. Debemos impedir con astucia esta criminal tentación de los representantes de la civilización universal. El paso más importante ya se ha dado y se llama MERCOSUR. Si Brasil y la Argentina se afirman mutuamente tendrán la suficiente fuerza negociadora para vencerla pulseada. Si aflojan estarán perdidos. Brasil es la octava potencia industrial del mundo y la Argentina uno de los cuatro mayores exportadores agrarios. Tenemos autonomía nuclear (aunque nos reten por esta travesura) y somos capaces de crear buen armamento misilístico. Tenemos petróleo, acero, inteligencia, sensibilidad, ritmo. Sabemos vivir mejor que muchos supuestos civilizados.
Con MERCOSUR y con una sólida «entente» política con Brasil podremos desarticular el cinismo de la Comunidad Europea que con subvenciones nos desplaza de nuestros mercados tradicionales, como el de Rusia y el de los países del Este; y por otra parte lograremos que Estados Unidos desista de su triste destino regresivo de gendarme al estilo de los tiempos de Teodoro Roosevelt. Granada y Panamá son hechos gravísimos desde el punto de vista internacional. Se los ve tentados de provocar un desastroso baño de sangre en Cuba (para restablecer agencias de turismo, burdeles y la llamada democracia).Por suerte en Guadalajara se reafirmó el principio de no intervención. Era necesario porque estamos perdiendo ya la vergüenza descaradamente. En su ignorancia muchos políticos no comprenden que ese principio debe ser sagrado para todo latinoamericano y que su contenido no tiene nada que ver con derechas o izquierdas. Si avasallan Cuba en nombre de la ideología, mañana arrasarán con la autonomía de Colombia o Bolivia por las drogas.
La Argentina y sus taras nacionales
En política no se puede consentir con la «razón del más fuerte» en ningún caso. Las ovejas que se creen aliadas del lobo son las primeras en ser devoradas.
Nuestro nivel imaginativo y moral bajó alarmantemente. Desde Buenos Aires, verdadera caldera del diablo, se difunde una vida frívola, chillona. Entre la audiovisualidad infame y el indigesto desayuno cotidiano que nos brinda la patria locutora, hemos perdido la paz del alma y pensamos cosas pequeñas, mezquinas. Para ser un país serio debemos dignificar esta subcultura audiovisual que gana todos los espacios, y que, como el idiota de Shakespeare, sólo reparte «sonido y furia». En un país tan aislado del mundo es imprescindible buena información.
En esta materia, como en otras, ocurre que confundimos el liberalismo, que se creó para potenciar la libertad y la vida, con la simple ley de la selva y el descontrol. Para redimensionar el Estado terminamos destruyéndolo, desprestigiándolo en todas sus funciones. Es lógico que una clase política sin doctrina, sin dimensión religiosa‑poética y sin cultura, termine en el bartoleo. Ahora, por ejemplo, estamos peligrosamente metidos en el totalitarismo economicista. La reorganización económica tendrá que ser una etapa y no el valor supremo, el nuevo dios.
Lo cierto es que no podemos entrar en el fin de siglo con un nivel de dignidad, de seriedad y de pasión inferior al que tuvimos en las primeras décadas del mismo. Después de Perón estuvimos destruyendo la educación nacional sarmientina en nombre de la libertad. Nuestra clase política sin duda no tiene la grandeza patriótica de los hombres del ’80 y de los conservadores. Y ahora hasta estamos echando por la borda los aportes sociales del peronismo que crearon la verdadera base de toda democracia económica en nuestro país. Debemos frenar inmediatamente esta tercermundización social de la Argentina. La dura reorganización económica no tiene necesariamente que ir acompañada de una cínica indiferencia ante el costo social. Esta es la diferencia entre el liberalismo y el liberalismo‑estalinista que el Norte recomienda al Sur, pero que no aplica en sus tierras.
La Generación del ’90
Pese a todos los datos de decadencia nuestro pueblo está intacto y están intactas nuestra riqueza y capacidad creativa. Ni siquiera se produjo la necrosis cultural que podía temerse después de tantos lustros de hambrear maestros, frustrar investigadores y relegar poetas. ¿Qué hacer para tener en el futuro la posibilidad de elogiar una Generación del ’90, como lo hacemos con aquella mítica, del ’80?:
Consolidar una democracia fuerte, nacional, en oposición a la democracia‑boba, desarmada, a merced de los ladrones partidarios y que considera la defensa de los intereses nacionales y el orgullo patriótico como «rémora de militarismo». Hay que insuflar valores nacionales en la democracia precisamente para que nadie tenga nostalgia de dictaduras. Los partidos nacionales deberán extirpar rigurosamente esa cáfila de carreristas sin dimensión moral ni fantasía que transforma a nuestra clase política en motivo de vergüenza, en algo que dista años luz del nivel de talento y clase de la Argentina en casi todas sus expresiones. Si la clase política y sus jefes no saben ejecutar esta indispensable depuración surgirán a corto plazo candidatos independientes que barrerán con los partidos y esto no será precisamente para bien de nuestras instituciones.
Poder Judicial y SIDE. Es indispensable potenciar el Poder Judicial, respetar las sentencias inexorablemente y crear un sólido control de Estado. La amoralidad creciente de quienes están en el sector público y privado lo exige. El SIDE, corrompido durante años de caza de brujas y de terrorismo ideológico, tendrá que ser organizado como el FBI y los servicios alemanes para que todo funcionario o ladrón público o privado se sienta observado y pueda ser castigado. Hoy el delito «paga» porque hay impunidad. El SIDE debería depender de la Corte Suprema de Justicia para su mejor funcionamiento y control.
Recrear el aparato educativo. Prioridad de prioridades. La Argentina se distinguió solamente por causas de la educación sarmientina, única clave de su modernidad, de su milagro que hoy se oxida. El Ministerio de Cultura, Artes, Ciencias e Investigación, tendrá que ser el centro de todo renacer. Se necesita más decisión que dinero.
Fuerzas Armadas nacional‑continentalistas. Después de la pesadilla del militarismo volcado a la política interna, es necesario devolverle al factor defensa el lugar que ocupa en todo el mundo. Hay que organizar un ejército orgulloso de sus objetivos, técnico, dotado del armamento sofisticado que nuestra capacidad e inventiva puede brindarle. Hay que crecer juntos con Brasil y todo MERCOSUR en este sentido. La «justicia internacional» sólo se ejerce sobre el cuerpo de los débiles y desarmados. MERCOSUR sin armas sería como un gigante de peluche, un tigre de papel con dientes de cartón.
Consolidar el saneamiento económico. Seguir adelante, sin desfallecimientos, pero movilizando a la Nación y convocando a los jóvenes a la solidaridad.
Todos tienen que saber cuál es la duración y el sentido del sacrificio que soportan. Hay que controlar la frivolidad porque es un verdadero cachetazo en el rostro del pueblo. Hay que explicar el plan y convocar, negociar. Resortes como el del PAMI, el abolido PAN y toda forma de solidaridad deben ser alentados con pasión y compasión. No sería sensato curarse de la enfermedad económica al precio de un incurable cáncer social.
El país está entero de cuerpo y alma. Espera ser convocado para algo grande. Cuando se lo llame con el lenguaje correspondiente se encenderá, crepitará como un pajonal reseco. En nosotros todavía no está muerto el sentido de poesía, de grandeza, de heroísmo. No queremos ser mediocres ni pasar por la historia preguntando por la cotización del dólar. Queremos la imaginación de Sarmiento, el orgullo de Roca, de Pellegrini, de Yrigoyen, de Perón. Las agallas de Evita.
Cuando la Argentina arranque nadie la parará. Seremos la maravillosa máquina de vida que alguna vez admiró y fue la esperanza para tantos europeos.