María Esther Vázquez, La Nación, 02/10/1990
Estamos en un cuarto-escritorio medio vacío con largos estantes desnudos de libros. Quedan sobre la mesa papeles, una agenda, una lámpara, lapiceras y, al lado, la máquina de escribir antiquísima: una Underwood de la época en que las mecanógrafas usaban medias de muselina y que, curiosamente, está pintada de colorado brillante como la mesita donde se apoya y la pequeña lámpara que la ilumina.
-La compramos en Barcelona, fijate que es hermana de la Underwood de la que hablaba Roberto Arlt en el prólogo de Los lanzallamas Es pesadísima, pero la llevo siempre conmigo-, me comenta Abel Posse, que en pocos días más estará con Sabine, su mujer, en Praga, para ocupar allí el cargo de embajador argentino en Checoslovaquia.
A Abel le gusta hablar de literatura y de escritores, de política internacional y de sus personajes y, en general, de todos los enigmas del universo y de aquellos que en él vivimos. Su voz lisa, sin estridencias, siempre en un medio tono, y la seguridad con que redondea los conceptos, son siempre convincentes.
-¿Qué destinos anteriores tuviste en la diplomacia, Abel?
-En 25 años de carrera, estuve dos veces en Francia, en España, en Rusia, en Perú, en Italia y en Israel.
-Y ahora Praga, que es una ciudad lindísima.
-Y llena de prestigios literarios; es la ciudad de Kafka y de Rilke y de Freud.
-Para mí es menos importante Freud que Kafka.
-Para mí también, pero convengamos en que nacieron allí muchos ilustres.
-¿Te psicoanalizaste alguna vez?
-No, pero la literatura es una forma de auto análisis, un mecanismo de catarsis, de viaje hacia la infancia; el efecto puede ser el mismo. Más allá de los prestigios literarios, Praga está vinculada a lo mejor de Europa, a lo más refinado, a la cultura, al barroco; es una de esas ciudades donde el arte de vivir llegó a su punto máximo, acordate de Marienbad.
-¿Cuánto tiempo estuviste en la Argentina después de tu último destino, Israel, y qué hiciste acá? Por supuesto, siempre hablamos de la literatura.
-Estuve dos años y medio y tuve la satisfacción de ver publicados de nuevo todos mis libros, de hablar con la gente para que me conociera, porque, como viví afuera, era como una abstracción. El medio argentino es muy difícil si lo comparás con el de España o el de Francia. Escribí en los diarios, di conferencias y me encontré de nuevo con la Argentina más intensa, la de la cultura, muy postergada ahora económicamente, pero que es el único pilar vivo. La cultura acá tiene fuerza.
-Es la Argentina secreta.
-Sí, de la que hablan Mallea y Massuh. Esa Argentina es la sostenedora del país.
-¿Cuántas novelas has publicado y cual te gusta más?
-Ocho y la que más quiero Los perros del Paraíso; es la más abierta e imaginativa, con más espacios, sin estructuras, con la inclusión de lo poético, de mi personalidad y de mi humor.
-¿Es una infidencia decir que sos jurado del premio Cervantes?
-No. El jurado está compuesto por dos escritores españoles y dos hispanoamericanos que todavía no sé quiénes son.
-¿Tenés tus candidatos?
-Sí, dos argentinos, dos españoles y un mexicano.
-¿El apellido de uno de los argentinos empieza con M y el otro tiene un apellido compuesto?
-¡Qué curiosa que sos! Pero se puede deducir, porque el premio se da por toda una trayectoria y los que tienen una trayectoria importante son muy pocos.
-Me dijiste que has dado conferencias.
-Sí, di varias. Una en el Nacional Buenos Aires, que es el de mi infancia, fue emocionante. Mientras me sentaba en el estrado, pensaba en un profesor de latín tan riguroso, tan estricto y en otro profesor que enseñaba lo que está más allá del idioma.
-¿No sería Battistessa este último?
-Si, amaba la literatura y contagiaba ese amor. Hablaba poco, se aburría con nosotros, pero de vez en cuando daba esos grandes pases como los toreros, que necesitan un minuto para mostrar quiénes son. Una vez habló de Cervantes, fue inolvidable y yo tenía doce años.
-¿Y el latín? ¿Serías capaz de traducirlo todavía?
-No sé, quizás. En todo caso el latín nos confirma la libertad enorme que tiene el idioma español y de la que carece el francés. Lástima que en la Argentina a veces usamos un español mínimo que se convierte en elemental en los medios audiovisuales. Hasta hace 10 años, el idioma de la prensa argentina era mejor que el de la española; salvo excepciones, ahora es al revés.
-Puede ser, Abel, pero cuando uno lee las traducciones hechas allá, sufre.
-Es una cuestión económica y reciente. En España, el traductor está bien pagado y trabaja como traductor; en la Argentina es casi un creador y tiene todo el tiempo del mundo. Allá tiene que entregar en quince días un libro, a lo mejor.
-Así le sale; además es un contrasentido eso de: más me pagan, peor traduzco.
-Sí, pero ¡ojo!, están traduciendo toda la literatura del mundo. Están ocupando el lugar que tuvimos nosotros y es triste decirlo.
-Con una diferencia; en la época de la Argentina pionera se traducía muy bien, lo hacían Borges, Pepe Blanco, Aurora Bernárdez, Victoria Ocampo, Atilio Dabini, la madre de Borges, Silvina Bullrich, Mujica Lainez. . . Hoy las traducciones que se hacen en Barcelona son muy precarias.
-Hay de todo, malas y excelentes. Acordate de lo que eran nuestros libros de Sopena y de Tor.
-No eran para exportación.
-Sí, pero cuando cantidad y comercialismo se juntan, baja la calidad.
-¿Cómo va tu nueva novela Los heraldos negros? ¿El tema son las misiones jesuíticas?
-Si y ya he escrito la mitad de ese tercer libro de la trilogía del Descubrimiento que empezó con Daimón y siguió con Los perros del Paraíso.
-Abel, ¿cuál es para vos la expresión más alta de la literatura?
-El poema. El poeta es el verdadero creador. El prosista es el que sintetiza un lenguaje y un espíritu fecundados por el poeta. Es falso y muy injusto el olvido de la poesía, que ha dado el más alto poder a la palabra.