Pablo Heredia, La Voz del Interior (Córdoba), 29/10/1998
Una larga trayectoria como novelista y diplomático hace de Abel Posse un escritor singular. En sus novelas se cruzan los géneros biográfico, histórico y político, junto con formas populares como el espionaje y el policial. En ocasión de su visita a Córdoba para presentar su último libro «Cuadernos de Praga«, el autor de «Los perros del paraíso» y «El viajero de Agartha» dialogó con este diario.
La reciente novela de Abel Posse gira en torno al viaje a Praga del Che Guevara en 1966. Anteriormente había escrito un libro cuya protagonista principal era Eva Perón. Pero, más allá del actual auge de la novela histórica. toda la obra narrativa de Posse tiene una profunda relación con la historia, especialmente con la historia americana.
Martínez Estrada sostenía que la historia de América sólo se podía reconstruir desde las biografías, ya que eran las individualidades las que habían podido transformar la naturaleza vital del continente. ¿Nuestra historia está compuesta por personalidades?
Yo me acerco a la historia como novelista. Me acerco a esos personajes que pueden marcar los hitos de la historia, la que al final de cuentas ha sido hecha por héroes y caudillos. Las personalidades han sido los hitos con los cuales medimos el tiempo de nuestra vida política y social. Hoy hablamos de Mitre, AveIlaneda, Sarmiento, Roca, Yrigoyen. Perón: son hitos que cubren la historia. Yo me acerqué a personajes por fascinación, para rescatarlos, en un momento particularmente gris de la condición humana, en una etapa de decadencia de implosión de los dos sistemas que han dominado este violento siglo que expira. Ese ha sido mi propósito.
En «Los cuadernos de Praga», el personaje permanece cercano en el tiempo y en el espacio. ¿Fue esta contemporaneidad la que le impidió hacer ese juego de anacronismos típico en otras de sus obras?
Tanto en La pasión según Eva como en Los cuadernos de Praga tuve que cambiar todo mi estilo. Los personajes son de tal magnitud que había que proceder como en la tragedia griega: darle un espacio al escenario de la persona dramática e incorporar un coro que dé una versión de estas vidas. Por eso se suspende, de alguna manera, el estilo que había creado para escribir mis novelas históricas anteriores, que son más literarias y más culturales. Los personajes me lo exigían, para no ahogarlos con mi propia opinión, mi subjetividad de autor. Tanto en el caso de Eva Perón como en el de Guevara, el personaje queda secuestrado por un mito universal, y la tarea del novelista es acercarlo a tierra, precisamente para que cobre más valor, no para disminuirlo.
Con respecto a esa intimidad. En «Los cuadernos…» el personaje central no parece ser el Che sino la muerte…
Esa fue mi preocupación central. Mi interés por Guevara, que me fascinó y determinó para escribir la novela, surge de la clara noción que yo tenía de que era un personaje que estaba huyendo de la presión de la muerte. Llevaba la muerte en los talones, proveniente de esa infancia de niño asmático donde ya a los 6 ó 7 años sabe que es una enfermedad mortal. El asma llega dos o tres veces por año y va a tener esa crisis que le impide respirar: sabe que va a estar al borde de la muerte. Esto creó y determinó su personalidad como ser desafiante, un poco arrogante, alguien que buscó siempre el mayor peligro para no ser el protegido. Buscó desprotección. En esto ayudó enormemente la madre, con quien tejió una gran complicidad. Guevara prefería la aventura, el riesgo, para no ser el chico que se queda en cama, que no va al colegio, el típico asmático. Por eso la muerte es el leitmotiv de la novela. El vivió arriesgando, alcanzó a tener un extraordinario coraje, el del hombre que sabe de la muerte. Yo diría que resumió ese dístico de Heráclito que dice «morir de vida, vivir de muerte». El vivió de muerte.
El trazado de la personalidad del Che está vinculado a lo argentino: la soberbia, cierto moralismo que roza lo absurdo. ¿Cree que fue determinante lo argentino en la construcción de ese carácter?
Antes de partir a su expedición final se encontró con María Rosa Oliver y le dijo «no des más vueltas, yo soy un argentino», como para explicarle muchas cosas de su carácter, de su personalidad. A mí me interesó rescatar, dentro del cuadro general de este héroe transnacional en que se constituyó Guevara, esa faceta del carácter de lo argentino. Era argentino en ese aspecto de malcriado, proveniente de una familia aristocrática sin dinero (por lo tanto doblemente aristocrática), en esa cierta agresividad, en la arrogancia (un gran éxito en su vida sexual). Luego, llevado por ese deseo de crearse una vida distinta, inicia la aventura en esa época magnífica de la Argentina de lo posible. El periplo de Guevara es fascinante porque él no se conforma con eso, se transforma en protagonista de la revolución en la revolución y, en una etapa final, se transforma en un moralizante. Ahora bien, nosotros los argentinos tenemos de la latinidad un sentido pagano que nos transforma en seres bastante amorales. No es nuestro fuerte la moral, basta ver nuestra vida pública. El Che se convirtió en un ser moral: aplicar la ética hasta la muerte. El mismo se aplicó una ética militar que era increíble. Yo viajé para escribir esta novela varias veces a Cuba, y estuve en contacto con lodos sus compañeros que sobreviven. Todos ellos coinciden en que era implacable en el rigor disciplinario. Es muy curioso. El se creó una moral militar que era tremenda. En la fortaleza de la cabaña, el gran fuerte español de la Habana, en donde fue el comandante apenas triunfa la revolución, tomó medidas sobre la moral sexual de sus soldados que eran tremendas, con castigos severísimos. El mismo no se concedía nada. El, que era mujeriego e irresponsable, se había transformado en un moralista.
El asalto a lo imposible
Lo épico de sus personajes se nutre de una acción que los constituye, que puede sintetizarse en la última frase de «Los cuadernos…»: «un asalto a lo imposible». ¿Cómo relaciona estos personajes épicos que debaten la utopía, la aventura, la heroicidad, la locura… con los que se traman en la novela actual?
Siempre creí en una literatura de personajes. Soy consciente de que vivimos una etapa de decadencia de la condición humana, y creo que una de las nociones fundamentales de la literatura es rescatar esta noción de lo grande, de lo permanente. Y la tarea del novelista, aparte de los temas estilísticos, que es lo básico, es la de recuperar a personajes que, como dice Kiekegaard, merecen ser admirados porque protagonizaron ese «asalto a lo imposible». El hombre que asalta lo imposible es el que va a mutar los hechos. El hombre, que trabaja dentro de lo posible va a ser siempre un sobreviviente. El mayor asalto a lo imposible, aquí en la Argentina lo realizó, no Guevara, sino San Martín. Nunca se estudió militarmente lo que significó crear a principios del siglo XIX un ejército, armas, cruzar los Andes a cinco mil metros, vencer a ejércitos organizados al estilo europeo en su propia base, y crear una flota para, viajar a cuatro mil kilómetros hacia el bastión más grande de España. El otro asalto a lo imposible es el de Sarmiento, y Roca. El hecho de que en estos desiertos tristes, donde solamente se distinguían en la planicie retoños salvajes, el ombú, la horrible puntería de los indios, se propusieron crear un país que, fue una potencia mundial durante 40 años (1880-1920), en menos tiempo que Israel o Canadá fue una aventura total.
Pero a un costo muy grande.
Sí, pero todo se hace siempre con un costo muy grande. Lo contrario hubiera sido dormirse, como en Ecuador. La Argentina es distinta porque vivió de un asalto a lo imposible desde San Martín en adelante. Incluso el de Rosas también fue un asalto al imposible, al negarse al mundo como un acto de grandeza. Ahora estamos con políticos que viven tanto dentro de lo posible que ni siquiera sabemos si lo vamos a votar. Ante el tedio, la política dependiente, la falta de grandeza humana, yo soy un provocador. Pienso una sociedad de los héroes, al precio que cueste.
Es una actitud frente al nihilismo consumista.
Hoy el nihilismo es docilidad. Nuestra literatura está caída: un escritor que se cree ingenioso y hace reír en tres páginas, u otro que nos cuenta una pobre aventurilla erótica. Estamos en una decadencia. Y yo, como escritor, me resisto a entrar en esa decadencia. Filosófica y estilísticamente. me cuelgo de los mitos desesperadamente, de las torres de las catedrales, entonces soy consciente de mi marginalidad. El gran espacio que nos queda es la filosofía, la literatura, la religión, la poética, que son los espacios que conmueven, los espacios del amor, que dominan nuestra vida común, y estamos poniendo en un segundo plano.
Usted señala en el Che un dogmatismo ideológico cercano al estalinismo…
El se construyó un marxismo. El origen de su marxismo está en los cafés de Buenos Aires. Una ciudad en la que en esos años predominaba el psicoanálisis, la obra de Nietzsche, el taurismo y el marxismo. Buenos Aires es en ese entonces la capital del marxismo (se publicaban las obras de Marx para toda América). Guevara compró el marxismo como una forma de utilizar su dialéctica de argentino entre los tropicales. El marxismo era un esquema inexorable de razones para imponerse con mucha lucidez. Pero curiosamente, Guevara, en lo ideológico, era bastante pobre. Lo interesante es que él, en determinado momento, está convencido de que el socialismo es un instrumento, y no un fin. Comienza a creer que el marxismo es el instrumento para crear un hombre nuevo, una nueva condición humana. Es lo que provoca un salto de la política para transformarse en un personaje místico-político. Ya no va a hallar. ni con los chinos ni con los rusos, ni en la misma Cuba, ese elemento de razón que va a destruir al sistema capitalista. De allí que postula el enfrentamiento final. En un momento el creyó que era como Charles Atlas, que llevaba al mundo en sus espaldas, que encendiendo un nuevo Vietnam en Bolivia no sólo creaba un episodio revolucionario más, sino que iba a obligar a China, y luego a Rusia, a un enfrentamiento final con Estados Unidos. Pensaba en varios Vietnam en un último Vietnam, cuya primera chispa le correspondía a el encender. Así se explica el quijotismo final de Guevara.
Se puede apreciar también una actitud cerrada para comprender las culturas míticas de Latinoamérica y del África.
El problema del Che es que no quiso tener la formación cultural que tiene el argentino. Los argentinos están abiertos a la metafísica, al misterio, a la filosofía idealista. Se fue encerrando, pese a sus enormes lecturas literarias (Mallarme, Baudelaire), en un pensamiento realista bastante pobre, de cuño positivista, el del socialismo argentino de aquellos años; por eso él no podía entender el universo del misterio, de lo mágico. Guevara leyó a los alemanes, pero se detuvo en el umbral de a. Repito, se había construido un marxismo de advenedizo, de allí la ceguera final. En el Congo, cuando le pregunta a un general de aviación del ejército revolucionario qué suelen hacer cuando las fuerzas enemigas atacan por aire, éste responde «nosotros tomamos el dawa». El dawa es una pócima que preparan los brujos del Congo que torna inmune al soldado ante las balas enemigas. El se queda absorto, no puede creer lo que está escuchando. Tiene una evidencia de la presencia de la magia que no está preparado para aceptarla. En Bolivia cree que todo el elemento indígena.(no conoce el mundo aymara) se va a plegar porque ya hubo un movimiento indígena que apoyó a Paz Estenssoro. El creía en ese marxismo globalizante que entiende que hay un solo hombre que responde a intereses económicos, y que por dignidad y lucha de clases va a avenirse a su revolución. Era muy ingenuo, porque no sospechó que existe una enorme divergencia, por el peso cultural, en la condición humana. Es la indigencia ideológica de Guevara. Yo tomé a este personaje excepcional por su coraje, una parábola vital, que trasciende la política de su tiempo. Guevara no es un símbolo del guerrillerismo, sino del coraje, de la rebeldía: es el ejemplo, en esta época gris del hombre, que va hasta las últimas consecuencias. Sufrió una especie de transfiguración crítica. Es como el dios que muere. No es el dios que se impone por su fuerza cósmica, sino el que al morir se transforma en el símbolo de toda rebeldía.