María Elena Cornejo, Caretas (Perú), 26/02/1998
Las letras nacionales están de plácemes al contar entre los suyos al embajador Abel Posse, viejo amigo del Perú ya que vivió aquí hace ya varias décadas. De hecho, dice, son muy pocos instantes en la vida los que quedan marcados para siempre en la retina. Uno de ellos tuvo como escenario un amanecer en Mala mientras pescaba en las apacibles aguas del litoral y vio en lo alto, un enorme cóndor que surcaba los cielos. «Ese paisaje, esa sensación de tranquilidad y plenitud me acompañarán toda la vida». Uno de sus libros, anunciado hace dos décadas como parte de una trilogía del descubrimiento, que se inició en 1978 con «Los perros del paraíso» (Premio Rómulo Gallegos) continuará en Lima con «Heraldos Negros» título que lleva implícito un homenaje al vate de América y que versará sobre la presencia de los jesuitas en Paraguay.
Posse (Córdoba, 1939) tiene un hablar tranquilo, afectuoso y contundente. El acento porteño es prácticamente inexistente, pese a que creció y se educó en Buenos Aires. Cultivó la literatura desde joven pero su aparición editorial fue relativamente tardía. Su primera novela publicada en España «Los Bogavantes» fue prohibida por la censura franquista, pero es con «Daimón» (1981), novela inspirada en la figura del tirano Lope de Aguirre que logra reconocimiento de la crítica.
Desde siempre, historia y literatura han estado presentes en su obra. La ambivalencia de la conquista y colonización de América Latina tiene en el diplomático a un ácido exponente. Crítico mordaz del papel de los españoles en la conquista de América en tanto destructores de una sociedad basada en el respeto a la naturaleza, el objetivo final del escritor es buscar las raíces mas profundas de la identidad y el alma americanas.
Esta convicción llevó a Posse a bucear en la historia para encontrar esos singulares personajes y ficcionar en torno a ellos. Dice que no hay nada más falso que la historiografía oficial, por eso su escritura parte de una rigurosa investigación contaminada de respetuosa ficción. «Con ello pretendo favorecer la interpretación viva del personaje», explica.
Una enorme gata negra de ojos acaramelados pasea indolente entre las piernas del embajador. «Nació en Praga», dice mientras le acaricia el lomo. ?¿Le habla en castellano?, pregunto. «A los gatos les interesa tres pepinos el idioma, la disciplina y las reglas. Son absolutamente independientes, no como los perros capaces de soportar un uniforme nazi o cualquier ridículo disfraz. Los escritores deben ser como gatos que no se dejan amaestrar ni manejar por nadie».
La sutil barrera que divide literatura y política finalmente se quiebra porque en la obra de Posse no tiene cabida. «Somos un continente adolescente, riquísimo en cultura pero inmaduro políticamente. No hemos sabido darnos forma propia y seguimos relacionándonos con los colonialismos con entusiasmo sorprendente». Para Posse el nuevo colonialismo se llama liberalismo que, globalización mediante, nos ha contagiado de la «enfermedad senil del mercantilismo».
Las drásticas opiniones del escritor le han ocasionado dolores de cabeza al diplomático pero Posse es un convencido que la gran tarea de políticos e intelectuales es trabajar por una opción nacional y continental. Por eso se opone a la reelección de Menem, a los caudillismos latinoamericanos, al desarrollismo que atraviesa el continente con nefastos resultados. «Se trata de preparar argumentaciones y caminos para el avance del género humano, no para tornar el poder. Lamentablemente nuestro nacimiento como potencia autónoma está lejos. Estamos en la medianoche, sin imágenes alternativas para crear una sociedad apta para sobrevivir».
En el caso de Posse, la política felizmente está subordinada a la literatura, desde hace mucho, el centro de su vida.