El País, 25/08/1991
En realidad, integramos un vasto continente verbal compuesto de muchas provincias literarias. Es el gran espacio trasatlántico de la lengua española (que ya debería llamarse hispanoamericana o hispamericana, por la misma razón de crecimiento y desbordamiento del hábitat original que llevó a que dejase de ser llamada lengua castellana. El español ya no es de España sólo, sino de Hispanoamérica).
Ese idioma en extraordinaria expansión no es para nosotros una lengua franca, un mero puente de entendimiento como el que puede unir al tendero malayo cuando habla con su proveedor de Liverpool o al funcionario norteamericano cuando recibe al diplomático indio. El español ‑o hispamericano‑ conlleva todo un sistema de valores (y de desvalores: como la gana, cierta imprecisión, la proclividad por la metafísica). En realidad, nuestro idioma crea una especie de nacionalidad, ya que se extendió de la mano de formas políticas y culturales bien definidas.
En estos tiempos en que vemos prevalecer los espacios culturales sobre las divisiones ideológico‑políticas, y cuando los criterios de nación son predominantes en la noción de potencial, esta realidad debería impulsarnos a poner en valor esa riqueza idiomática; pero no, más bien no se nos da la un tiempo de rencillas y de pequeños rencores. Casi desconocemos la realidad cultural de esa gran nación iberoamericana. El asunto de 1992, sospechado en América de mera parranda diplomática, más que para unirnos sirve para crear desconfianza y retorcidas interpretaciones.
Tratándose de un factor idiomático, se comprenderá que la literatura tenga para nosotros gran importancia, porque es el ámbito natural de su expresión, el gran elemento unitivo, el ágora de toda Hispanoamérica. Pero, lamentablemente, debemos comprobar que por diversas razones nuestras provincias literarias están alejadas como planetas de un sistema desarticulado.
En el Río de la Plata y en muchos otros países del continente la literatura española de los últimos años es casi desconocida por razones económicas. En Buenos Aires, un libro editado en España puede costar entre 15 o 20 dólares (una novela). No se puede pretender que alguien gaste esa suma de 2.000 pesetas cuando un maestro está cobrando 5.000 por mes, y un obrero especializado, 7.000. La crisis es tan grande en toda Latinoamérica que se puede afirmar que nuestra cultura (no solamente nuestra economía) ha quedado al margen del sistema económico mundial. Lo concreto es que un poeta como Alberto Girri no leyó a Ángel González o a Gil de Biedma. Nuestro mundo de tragicómicas paradojas hace que los únicos autores conocidos sean los que han tenido la desdicha de editar en editoriales quebradas, cuyos libros se rematan en mesas de saldos. Son los únicos que podría comprar un estudiante que merodee por la avenida Insurgentes, el Jirón de la Unión o la calle Corrientes. Autores como Miguel Delibes o Torrente Ballester son conocidos por la difusión cinematográfica o televisiva. Cela está bendecido con el triunfo del Nóbel, pero también por los dioses de la quiebra: los que tenía en Bruguera se venden a precios muy bajos.
Lo grave de esta realidad es que los novelistas jóvenes de España son prácticamente desconocidos, salvo para los pocos especialistas o para quienes estamos desde hace muchos años allegados al mundo literario y periodístico español.
Quise señalar el aspecto central, que es económico. Pero no creo que pueda soslayarse un creciente enconamiento alimentado por quienes acusan a los editores, periodistas y escritores de España de haberles cerrado prácticamente las puertas. Acusan a España de haber dejado a los hermanos de América abandonados en la mala hora, cuando editar un libro en estas latitudes es casi una aventura. Esta opinión está bastante genera izada y la pude comprobar en mis recientes viajes por México y Venezuela. El desdichado episodio de los visados (que no exigen Italia ni Alemania), aunque aparentemente superado, demostró una extraña diligencia de parte de funcionarios españoles. Lo cierto es que el clima que se creó no propicia el acercamiento. que corresponde. Acabo de recibir una publicación de la universidad de Eichstatt, en Alemania Occidental, sobre un coloquio titulado Literatura argentina hoy, convocado por mi amigo el profesor Karl Kohut, en el que, curiosamente, varios escritores argentinos de segunda se quejan de no haber sido considerados de primera en esa España que los acogió como exiliados durante la última dictadura.
Clima malsano
Algunos estuvieron hasta ocho años, pero enumeran agravios, y hasta uno de ellos trata de descalificar la figura de Carlos Barral, que en sus tiempos supo promover la literatura argentina (empezando por Cortázar, Puig y el que esto escribe). A los escritores mediocres no los rescata un exilio ni una guerra mundial. Pero el clima malsano existe y debe ser superado. Nuestras literaturas se crearon en un proceso de enriquecimiento mutuo gracias a esa idea de continentalidad a la que me he referido. A la novelística latinoamericana le correspondió el último y más reciente éxito, pero todos sus creadores partieron de un conocimiento profundo y preciso del Siglo de Oro, de la prosa del 98 y de la gran poesía española de este siglo. Borges, García Márquez, Carpentier, Fuentes, Lezama Lima o Sarduy crean su lenguaje en la gran tradición española. Retornar a una idea de provincia es lamentable. Carpentier tiene que ser tan propio para un español como Valle‑Inclán o Cela es de todos los latinoamericanos (los alemanes no concebirían hablar de Rilke, Kafka o Trakl como de extranjeros. La lengua es la patria primera de todo escritor).
En el esfuerzo por mejorar el actual panorama de enconamiento provinciano, sea de ensoberbecimiento europeísta o de arrogancia porteña, creo que es destacable y encomiable la labor del Instituto Iberoamericano de Cooperación (ICI). Cuando abrió su local en Buenos Aires, bajo la dirección del joven novelista Pedro Molina Temboüry, el momento parecía malo. Recuerdo que estuve con el señor Angulo, con Pilar Saró y con el propio Molina en esa ocasión y les desee la mejor suerte en la faena con ese toro quedado que es el actual medio literario argentino.
La lucha contra la altiva ignorancia fue dura, pero en dos años la situación cambió: hoy el ICI es un centro activo, por donde pasaron Torrente Ballester canturreando tangos y hablando de meigas, Vila‑Matas, Vázquez Montalbán, Manuel Vicent, Enrique Muñoz Molina, Sánchez Dragó, Juan Goytisolo y otros. Éste fue un medio concreto de aproximarnos. En el caso de Goytisolo, el público porteño, que le tenía casi olvidado desde Señas de identidad, pudo compenetrarse de sus nuevas temáticas y preocupaciones creativas.
Mucho queda por hacer para superar el camino de la desconfianza y las sospechas que alimentan los mediocres y los malos funcionarios. A España le corresponde la mayor parte, como alguna vez le tocó a Argentina y a México, en la mala hora del franquismo.
No basta invitar a escritores, hay que enviar libros, 400 o 500 libros de cada autor joven o de obras importantes o de antologías, para los escritores, especialistas, críticos, bibliotecas que no podrían adquirirlos. España puede permitirse esta posibilidad. No podemos admitir que el bache cultural se incremente por razones económicas superables.
La rencilla se irá superando con el acercamiento. Como afirmó Sartre alguna vez, en literatura se desprecia lo que no se conoce o se conoce sólo de referencias.