María Esther Vázquez, La Nación, 07/05/1988
Con un rostro casi de niño, que contrasta con la mirada grave de quien ya ha vivido y sufrido, Abel Posse toma su té en silencio. Es el primer argentino premiado con el Rómulo Gallegos por su novela Los perros del paraíso. Antes habían recibido este honor Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Fernando del Paso y García Márquez.
Este premio, un gran premio para los hispanoamericanos, que se otorga cada cinco años, fue una gran alegría. Los perros del paraíso es una novela americana y la primera de una saga que continúa con Daimón y con una tercera en preparación, Los heraldos negros. El premio sirvió para que me descubrieran acá, donde me sentía un poco marginal, primero por el tema y luego porque, a raíz de estar en la diplomacia, mi vida pública como escritor es mínima. Además, fue un impulso, en este momento se están haciendo once traducciones.
¡Qué suerte! Pero, por otra parte, en la Argentina los escritores son marginales o están marginados en la mayoría de los casos.
Sí. Borges es un ejemplo. Yo, para calmarme, pensaba en la vida de Borges, ese genio de la literatura universal, tremenda y penosamente tratado. Me acuerdo que en los años 57 o 58 le dedicaron el número de una revista para atacarlo e incluso sus amigos lo tuvieron como a un escritor interesante, pero nada más. Fueron los críticos europeos los que revelaron a los argentinos la importancia de Borges y es triste decirlo.
Cuando conocí a Borges, los jóvenes éramos los que lo leíamos y admirábamos, pero antes, en 1953, cuando Clemente inició la publicación de sus Obras Completas, fue bastante resistido. Pero, Abel, también se puede pensar que entre sus pares podría haber un poquito de envidia.
Sí, puede ser, pero, además, incomprensión frente al talento literario, frente al trabajo del lenguaje que es fundamental y que es el destino de los poetas. Claro, los poetas argentinos, los creadores del lenguaje han sido muy poco vistos. Borges es el ejemplo más alto, pero, como vos has dicho, todos los escritores son marginales en la Argentina. La verdad amarga es que hay una estructura de exclusión al escritor. Ni siquiera con la democracia ingresó con el peso que debe tener. Yo vengo de España y cuando veo lo que se le paga al escritor, hablo primero del dinero y, segundo, del lugar que ocupa en los diarios, las polémicas a que se lo invitan, cómo se llama a los escritores a la televisión para que ilustren, para que enseñen, para que debatan, para que se equivoquen. Lo mismo en Italia.
Acá se acuerdan de los escritores cuando llega la Feria del Libro, por suerte.
Sí, ya lo sé. Lo más penoso es que los medios de difusión argentinos excluyen al escritor porque, además, esos medios los manejan gentes que no pueden dialogar con un escritor, dado su nivel cultural. Esto lo observé en las entrevistas televisivas que se le hacían a Borges. Cuando él fue a Venecia (yo era cónsul) me dijo: «En Buenos Aires me llevan a la televisión casi todos los días y voy porque yo no sé negarme, pero no hay nadie que me pregunte algo interesante y siempre tengo la impresión de que no leyera ningún libro mío».
¿Así te dijo?
Sí. Y otra cosa más. Habrás visto que siempre se privilegia al escritor extranjero y desde un sentido colonial que no ha sido superado por nosotros, pese a tener una gran literatura; Lugones escritor de importancia continental; Borges, de importancia mundial, y no hablemos de Roberto Arlt, hasta muchos años después de su muerte no hubo reediciones de sus obras. Esta sociedad nos condena a ser marginados o suicidas. Por otra parte, al privilegiar al extranjero, se le quita al argentino el derecho de dar opiniones válidas al público. Fíjate que cuando lo invitaron a escribir a Marco Denevi, fue un valioso aporte independiente en este país donde todos son dependientes o de sus intereses o de sus partidos.
Muy bien, ahora desenójate un poquito y háblame de ese último libro tuyo que apareció hace seis o siete meses, Los demonios ocultos. ¿Cómo se te ocurrió esa trama tan compleja, donde están presentes la intriga de espionaje, la Gestapo, el ocultismo y el peregrinaje de un hombre que busca a su padre, de quien no tiene más que un papelito?
Sí, mezclé esos elementos. Me costó un trabajo enorme poder escribirla, tardé doce años en arrancar y no sé si pude lograr la concordancia de elementos tan imposibles de sintetizar. Quise hacer una novela que tuviera el ritmo de una de espionaje y al mismo tiempo se abriese hacia lo metafísico por vía del ocultismo. Me costó mucho soportar la idea de escribir sobre Martín Bormann. A nosotros nos han enseñado, mal, a no escribir sobre temas del exterior. Traté de romper eso. Muchos historiadores creyeron que Bormann no murió, como se dijo, sino que vino a la Argentina. Recogí ese material y traté de conformarlo con la idea novelesca de que Bormann podía saber lo ocurrido al padre del protagonista.
En el fondo es un análisis de las fibras secretas del nazismo en la Argentina.
¿Fue difícil encontrar ese final de gran suspenso, que no vamos a contar?
Muchísimo, porque también era el fin de Bormann y todo regido por un tema clásico, la búsqueda de la identidad del padre.
De todos los personajes de Demonios ocultos, ¿cuál te gusta más?
Precisamente, Bormann; tenía que crear en ese hombre a un ser perverso, algo que lo hiciera tolerablemente humano y mostrar su extraña evolución hacia un misticismo que estaba en el núcleo de varios movimientos de la época. Pintar este monstruo con una salida humana fue muy difícil. Pero el escritor, como de distinta forma lo dijeron Blake y Dostoiewsky, lo es para la luz y para la sombra, para el bien y para el mal.
¿Cuántas novelas tenés terminadas?
La continuación de Los demonios ocultos, que siendo independiente, es la crónica de ese padre que nunca es hallado por el hijo.
¡Pero, pobre!, escribí una tercera novela donde lo encuentre.
El padre redactó una crónica que se pierde en un desierto de Mongolia.
¿En Mongolia? ¿Quién la va a rescatar?
Esa ironía implica que la verdad que pueda justificar nuestra vida, se pierde. Quizá todo en la vida sea así.
Abel, seguís siendo muy escéptico.
El escepticismo es una forma de conocimiento. Se busca porque no se tiene.