Hilda Cabrera, Los Periodistas, 1990
El escritor Abel Posse, que nació en Córdoba pero creció en Buenos Aires, diplomático de carrera, autor de seis novelas premiadas y traducido a diez lenguas, acaba de recibir otro galardón. Esta vez viene de Méjico, y es el apreciado Diana Novedades, con Juan José Arreola como integrante del jurado. El premio fue para otra novela que -adelanta Posse- «empieza como una aventura de espionaje y acaba en otra, reflexiva».
‘”Es una humorada sobre un espía alemán en la India, donde me libero –confiesa- del mandato localista que nos limita. Porque a los escritores latinoamericanos no se nos ocurre, como a Graham Greene, escribir sobre un cónsul en Paraguay».
Posse, más conocido en el exterior que en su país (quizá por su profesión de eterno viajero), trabaja desde la realidad argentina y la de América Latina. Allí están sus libros para demostrarlo, su excelente Los Perros del Paraíso, por ejemplo, o su última novela publicada, La Reina del Plata, textos que tienen que ver con la identidad del país y con una historia americana que conoció momentos trágicos. ¿Por qué, si no, ese final de Los Perros…, donde Colón es apresado y América queda «en manos de milicos y corregidores»?
“Es el primer golpe militar -define Posse-, es la ruptura, el genocidio y la ocupación imperial. La llegada de una cultura que no asimila, sino que destruye».
“La conquista –continúa- fue una guerra militar, de ocupación, un proceso de esclavitud y, lo que es más grave, una guerra de dioses. Y el hombre resiste mientras sus ideas y sus dioses viven, pero cuando éstos mueren, queda anonadado».
“Por eso en Los Perros…, y también en Daimón (otra novela sobre la Conquista) quise hallar las raíces de esa destrucción, de ese estado larval en el que todavía estamos y en el que se producen ritmos de desarrollo junto a bolsones de desesperación y de pobreza».
Embarcado en este empeño, Posse llegó hasta La Reina del Plata y descubrió un impulso positivo: «Nosotros estamos en una situación previa a un verdadero nacimiento, como continente, como país, como fuerza social -dice animado-, aún cuando pensemos que no vamos a nacer y que somos un aborto de las sociedades industriales tecnológicas, de un occidente que, desde las conquistas, nos viene excluyendo».
La Reina del Plata tiene rasgos de «fantapolítica», nace de la actualidad argentina, pero habla de una sociedad futura, equilibrada, insertada en una realidad mundial, diferente a la que se vive hoy. El clima es descrito con humor (“es un juego político literario») y tiene como epicentro a Buenos Aires, “una de las diez o quince ciudades del mundo -dice el itinerante Posse- capaz de mantener su fascinación, de conservar mitos y guardar identidades». Como la del tango, por ejemplo, ese «espíritu secreto» que el escritor rescata y homenajea en su libro.
Posse habla de los escritores que creó Buenos Aires, dedica su novela a Bernardo Kordon, y recuerda a otros, a Marechal, a Roberto Arlt, «hombres que por su amor, por su fervor, sintieron los temas de la ciudad».
Aparece el poeta Fijman, «un gran porteño, loco, un personaje mítico» -dice Posse con afecto-. Y otros, imaginados, como el Gardelito que canta una versión feliz de Cambalache.
«Son guiños, juegos humorísticos -se solaza Posse- como lo es la variación de La casita de mis viejos (Mis veinte abriles sin irme lejos, qué falta de locura… qué abuso de consejos.)».
Y el homenaje al tango sigue, porque el protagonista de La Reina… es un desesperado, un escéptico, un personaje propio de las grandes ciudades, que el escritor viste de «outsider, de automarginado, porque aunque se le ofrece el ingreso a la parte ejecutiva de la sociedad, él se resiste sin saber muy bien por qué».
«En el fondo hay una resistencia romántica -amplía Posse-,como la que se da en cierta izquierda, en el poeta y en el artista que, en muchos casos, considera inválidas las fórmulas del progreso colectivo, de los modelos de sociedad que privilegian la tecnología o el poder».
«Quise que el protagonista fuera uno de estos indecisos que viven en el filo de la navaja y oscilan siempre, porque, en el fondo, su verdadero corazón está con los marginados».
«Y así debe ser también el escritor –opina-, como un gato, reservado, independiente. Claro que la sociedad preferiría que fuese corno el perro, el animal adicto, el que nos quiere».
Este forcejeo del artista, y de Posse con la sociedad, habla también de la necesidad de una ruptura del lenguaje, única vía posible para el cambio, y que el escritor ilustra con un carteo utópico entre Hipólito Yrigoyen y Rosa Luxemburgo.
«Imaginé a Yrigoyen dirigiéndose a ella con el estilo que podía usarse en América el año ’30 -dice Posse- y a Rosa, una revolucionaria extraordinaria, hablando de América, con errores que resultan cómicos».
Ese carteo, absurdo por la falta de un lenguaje compartido, es el símbolo de una ruptura cultural, que también se da a nivel interno. «Hay dos idiomas: el del poder y el del llano».
CONSERVADORES O REVOLUCIONARIOS
“Vivimos en un mundo falsamente democrático, donde las decisiones las toman los grupos de poder -anota Posse-, y a las que nosotros nos agregamos modestamente».
En la utópica Buenos Aires de La Reina… hay un intento de comunicación afectiva que, sin embargo, no desplaza al sentimiento de soledad de las grandes ciudades, «a esa sensación de que nuestras vidas no coinciden, que son paralelas, aunque estemos en lo mismo».
Las obras de Posse van más allá de la historia de un lugar o de sus personajes, buscan salidas, y sus protagonistas alientan la esperanza de ser «cómplices de otro Renacimiento».
«Borges decía que todo tiempo fue malo para vivir. Nosotros, como otras generaciones, creemos también que nuestra época es la peor. Por eso siempre habrá hombres que se dediquen a modificar su vida (y la de todos), y hombres que ingresen y vivan ubicados en el sistema que les tocó». Unos son los poetas, los artistas, los locos, los revolucionarios, los «externos», de La Reina del Plata, y los otros son los «internos». Para éstos «la vida es válida por sí: piensan que hay que vivirla en plenitud sin sacrificarse para modificarla». «Hay en ellos un fatalismo -apunta el escritor-, en unos de la revolución y en otros, de la aceptación. Y esto también se da en la literatura».
“En una etapa menos escéptica, los escritores nos anotamos en uno de los dos factores. 0 somos conservadores, como Eduardo Mallea, o somos revolucionarios».
Así Abel Posse divide aguas mientras sus «externos», poetas, artistas e inconformes de La Reina… conservan, en la utopía, su condición de náufragos capaces de entender por qué no se escribió un Cambalache diferente. (El mundo fue y será una maravilla, / ya se ve. / En el 506, / y en el 2000 también…)