Hugo Beccacece, La Nación, 13/06/1993
Hay seres que construyen su identidad a través de los viajes. Abel Posse es uno de ellos: como diplomático ha viajado por todo el mundo; como escritor, los personajes de sus novelas son aventureros que buscan en distintas culturas y espacios el sentido de sus vidas.
Actual embajador en Praga y autor de novelas consagradas internacionalmente (Los perros del Paraíso obtuvo el Premio Rómulo Gallegos, uno de los más importantes de Hispanoamérica, El largo atardecer del caminante, Premio Extremadura-América ’92), Posse supo desde muy joven que para escribir su obra debía dejar su patria.
«El viaje es una metáfora del tiempo que transcurre dice. Se trata de un tema literario con una tradición prestigiosa. Basta pensar en a divina comedia de Dante. Siempre sentí la fascinación de las ciudades desconocidas. Afortunadamente, por mi profesión viví en Moscú, en Lima, en Venecia, en París, en Israel y ahora en Praga.»
Hay dos temas que se enlazan en la obra de Posse: el de la conquista de América y el de las fuentes esotéricas del nazismo. Los protagonistas de sus libros son precisamente grandes viajeros En Los perros del Paraíso, Posse sigue las peripecias tragicómicas de Cristóbal Colón, en una versión libérrima del Descubrimiento de América; en El largo atardecer del caminante narra las aventuras de Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Dos de los relatos de Posse, Los demonios ocultos y El viajero de Agartha giran alrededor de asuntos relacionados con la Alemania del Tercer Reich. En El viajero de Agartha, Posse reconstruye el itinerario de un «espía» metafísico que se traslada a Oriente para reencontrarse con las fuentes del pensamiento oriental. Walther Werner es un oficial nazi a quien se le ha encomendado encontrar la legendaria ciudad de Agartha, poseedora de un saber milenario que permitiría ponerse en contacto con fuerzas olvidadas, pero poderosas, capaces de revertir el curso de la guerra y hacer triunfar a Hitler. La vivacidad con que Posse describe la geografía del Tíbet y la experiencia mística en que culmina la misión de Werner son, sin embargo, producto de la imaginación: «Conocí los paisajes en que se desarrolla mi libro, pero no el Oriente refinado de principios de siglo. Llegué al Tíbet cuando fui destinado a Moscú. En ese entonces, el mundo de los secretos espirituales ya era inaccesible para un occidental. La literatura me permitió vivir esos misterios a través de la fantasía».
El paganismo liberal
La crisis de civilización judeocristiana es el lazo que une en la obra de Posse hechos tan disímiles como la conquista de América y el surgimiento del nazismo. «Si insisto en estos temas y en la revaloración de otras culturas, la de Oriente o la de los indígenas de América latina, es porque veo la profunda decadencia de nuestra sociedad.
En mis libros hablo de una nostalgia del paganismo, de una espiritualidad sin culpas en que se produzca un retorno de los dioses olímpicos. Creo, por ejemplo, que los sufrimientos de América latina se deben en gran medida al choque de la tradición religiosa de los indios americanos y de la tradición judeocristiana. Eso es más visible en Brasil que en la Argentina. Soy un hombre muy inquieto desde el punto de vista religioso, siempre estoy en busca de la religiosidad pero a través de todas las heterodoxias.»
Para Posse, los debates filosóficos y religiosos han tenido una profunda y poco apreciada influencia en la vida cotidiana: «El cristianismo sepultó la herencia grecorromana. En ese sentido, la inversión de los valores que Nietzsche reclamaba es un anhelo que aún no se ha cumplido. Hoy podría decirse que esa antigua vocación pagana se expresa en ideologías tan actuales como el liberalismo. Los liberales bregan por una mayor libertad en todos los campos, incluido el del cuerpo. Desdeñan las consideraciones aparentemente protectoras y caritativas que derivan del cristianismo.
«Mis novelas se ocupan del choque que se produjo entre las creencias de los indígenas, para los cuales el hombre estaba ligado al resto del cosmos, y el cristianismo dualista que buscaban imponer los conquistadores agrega Posse-. En mi ciclo sobre el nazismo muestro cómo ese rechazo de la cultura de la culpa corre el peligro de conducir, no al paganismo griego, sino a serias desviaciones como la ideología hitleriana. Es preciso comprender que el Tercer Reich nació de esa necesidad de liberarse de las ataduras cristianas. La necesidad era legítima, el modo en que se intentó satisfacerla no. El nazismo fue una atroz perversión, pero el anhelo que lo hizo surtir aún sigue vigente y no ha sido cumplido.»
Borges veneciano
Curiosamente, Posse tuvo una educación católica. Asistió a un colegio religioso, el La Salle, comulgaba con frecuencia, fue mariano. Más tarde pasó al Nacional Buenos Aires. «Siempre admiré a la Iglesia como organización. Pero el tiempo y las lecturas me hicieron pensar de otro modo. Tengo un espíritu heterodoxo y como escritor he vivido en esa libertad que han tenido los escritores argentinos de todas las épocas. Soy un libre pensador no jactancioso, como lo fue Borges. Baudelaire decía que el gran descubrimiento de los tiempos modernos no era la electricidad ni el vapor, sino la liberación de la culpa.’
Cuando Posse terminó el secundario, estudió abogacía y viajó a Francia done se doctoró en la Sorbona: «Esa carrera académica fue una pesadilla. Yo no veía el momento de terminar el tratado que estaba estudiando para leer o imaginar una novela». Durante esa estadía en Francia, Posse conoció a quien habría de ser su mujer, Sabine Langenheim, una estudiante alemana con quien compartió el gusto por la literatura. Una vez doctorado, Posse regresó a la Argentina e ingresó en la diplomacia.
Tuve suerte en mis destinos diplomáticos. Pero siempre he disfrutado de las ciudades extranjeras en que viví cuando ya no estaba en ellas: a través de la nostalgia. Siendo cónsul en Venecia, no escribí nada sobre ella. Pero el mundillo diplomático me enriqueció con anécdotas, historias, que, de algún modo pasaron a mis libros. Algo del clima en que se mueven los espías me llegó en la época en que trabajé en Moscú. Me acuerdo, por ejemplo, de cuando demolieron la Embajada de los Estados Unidos porque los rusos la habían construido con micrófonos ocultos en las paredes Por cierto el hecho de trabajar como diplomático me permitió el privilegio de recibir a algunos grandes escritores argentinos.»
«Cuando estuve en Venecia -continúa Posse- Borges llegó allí junto a María Kodama. Lo hice pasear en góndola por primera vez en su vida. De pronto estalló una tormenta y el gondolero se cobijó bajo un puente. Entonces Borges se puso a recitar el Salmo pluvial, de Lugones. También era, yo muy amigo de Mujica Lainez, que se hospedó en mi casa en dos oportunidades. Era algo así como el modelo de cierto tipo de viajero que ama a Venecia y parece nacido para caminar por ella. Salía todas las mañanas a deambular por sus callejuelas. Gozaba de los menores detalles. Lo llevé a visitar las residencias de la aristocracia veneciana. Fuimos al palazzo de los Foscari, al de María Elena Doria. Era muy tímido contra lo que todos pensaban. También visitamos la colección de un crítico de arte que tenía una colección de Andy Warhol, hacia quien «Manucho» sentía una fuerte desconfianza estética. El último día de su última estadía en mi casa, le hice escuchar el adagio de la quinta sinfonía de Mahler ; el leitmotiv que utilizó Visconti como fondo musical de Muerte en Venecia. Lo hice como un gesto de humor destinado a disimular, por su exagerada carga melodramática, la tristeza que lo embargaba. Pero fue demasiado para él. En vez de superar su melancolía, tomando un poco en broma esa música tan maravillosa y tan desgarradora, se puso a llorar de verdad.»
Occidente gritón
Ese período veneciano le proporcionó a Posse algunos datos interesantes, que supo aprovechar cuando fue designado agregado cultural en París. «Se me ocurrió publicar textos de treinta poetas argentinos en una versión bilingüe: en francés y en español. La colección se llama Nadir y comprende obras de Lugones, Enrique Molina, Juan L. Ortiz, Enrique Banchs, Marechal. La edición la hacían los monjes armenios de Venecia. La iglesia de esa comunidad es famosa, entre otras cosas, porque Byron iba allí a aprender la lengua hablada en esos claustros. Yo me hice amigo del prior del convento de San Lázaro, que publicaba textos religiosos traducidos a todos los idiomas. Había en ese edificio del siglo XV una máquina de impresión modernísima. Los volúmenes de escritores argentinos nos llegaban por paquete postal a París y los distribuíamos en 400 bibliotecas francesas.»
En sus inicios como autor, Posse, escribió poemas, pero los abandonó por la novela. «En Occidente la poesía es un género muy gritón. Rimbaud es, por ejemplo, un exasperado genial. Pero no se trata sólo de la poesía, sino de toda la cultura occidental. Kafka, Dostoievski, son seres fascinantes, pero enfermizos. Oriente exalta la sabiduría, mientras nosotros celebramos el sufrimiento de los creadores. La literatura que elogiamos es, en cierto modo, medieval. Occidente se jacta de estar en la vanguardia cultural, cuando en verdad sólo puede ufanarse de una avanzada tecnológica; desde el punto de vista espiritual es una sociedad intermedia. Aún pensamos que ser geniales es más importante que ser sabios.»